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¿Comienzo O Fin?

yaizayasmina
    yaizayasmina

    Bueno, yo para empezar es que me gusta mucho escribir y pues me he dicho a mi misma que tal vez esta historia os guste. Es una historia de homosexualidad femenina y también masculina pero basada en la edad media, lo adivinareis enseguida por el lenguaje {#angel2.gif}Como he dicho me gusta mucho escribir pero cuando lo hago pues voy a lo bestia jejeje y cuando termino la historia soy tremendamente vaga para pulirla y corregirla por lo que os pido disculpas por las terribles faltas de ortografia y bueno eso es todo, salvo que lo que pongo hoy es solo un trocito de la historia que si os apetece seguiré poniendo, salvo que las moderadoras o administradoras me digan que aquí no se puede poner eso, yo es que soy completamente nueva y espero no infringir ninguna norma del foro, pero si lo hago ruego me disculpéis. Feliz noche

    ¿COMIENZO O FIN?

     

    Yo llegue del mar. ¿Y tú? No, no me lo digas. ¡Tú ya estabas allí y te llamaban Plaza De La Amistad! Llegue desde un océano donde la vida quise dejar. No me preguntes porque. Si busco en los recuerdos, tan solo olas de confusión afloran en las estelas de mil demonios de la oscuridad. Yo llegue del mar. ¿Y tú? No,  no me lo digas. ¡Tú ya estabas allí y te llamaban Plaza De La Amistad! ¡Escuche murmullos! No, no era mi imaginación. Eran voces en la noche. Voces surgidas de la necesidad de vidas que necesitan encontrarse y expresarse. Ecos de vidas que han encontrado un lugar para un mismo fin. Y entonces te vi. Tú leías Cien Años De Soledad ¿Y yo? Yo vi surgir de la oscuridad esos cien años y mil más. Te mire sin poder apartar mi mirada del hueco entre tus ojos y esos no se ya cuantos años de soledad. Yo llegue del mar. ¿Y tú? No, no me lo digas. Quizá eran ya tres mil años en la oscuridad. ¿O no? ¿Tal vez comienzos de un despertar?

    La noche se torno oscura. Rugió La Luna desde no se sabe que lugar. Miles de estrellas, ¿O tal vez fueron millones? Se apagaron para no dibujar estelas en el mar. También se apagaron los murmullos, pues no era momento de hablar. ¿Era esto bueno? ¿Eran comienzos de claridad? ¿O tal vez mil demonios retornaban de la oscuridad? El principio del fin oí en algún lugar. Pero, ¿Qué significa esto? Si no hay vientos ni tempestad. Muerte y desolación trajeron las calmas en el mar. Contesto una voz ya no se desde que lugar. Vida y alegría trajeron los vientos. Resaca de la tempestad. ¿Dónde estas? ¿Quién ha dicho eso? Necesito tu amistad. Entonces te vi y leías Cien Años De Soledad. Yo llegue del mar. ¿Y tú? No, no me lo digas. ¡Tú ya estabas allí y te llamaban Plaza De La Amistad!

    ¿Me has mirado? ¿Lo he imaginado? No, no. Estoy seguro me has mirado. Dime. ¿Qué te cuentan esas paginas de cuya mirada no puedes apartar y que por unos segundos, estoy seguro; me tuviste que mirar? Dímelo tu mismo. ¿O tanto miedo tienes a un paso dar? ¿Me has hablado? No, no puede ser. Murmullos del viento han debido de sonar. Música me ha parecido escuchar, pese a esa pregunta que no se contestar. ¡Dios no puede ser! ¡Me he vuelto ciego! No veo letras en estas páginas que como caricias, susurros del viento me invitaron a mirar. ¿Estas seguro que fue el viento quien te animo a saber? ¿Has mirado a tu alrededor? ¿Has buscado en la oscuridad? ¡Maldita sea! ¿Quién habla? Que me lo diga ya. O una tremenda sordera se sumara a esta ceguera que me invade sin piedad. No, no me lo digas. Tú ya estabas aquí y te llaman amistad. ¿Y yo? No consigo recordar. Seguro que de algún lugar donde recuerdo que la vida quise dejar, más vientos con voz de huracán me hicieron pensar, que al norte siempre al norte hay un lugar donde buscar. Pero ¿Qué? ¿Qué he de encontrar? Dímelo tú, seas quien seas y que me hablas desde la oscuridad. Paginas vacías tras cien años de soledad. ¿O quizá cien siglos transcurrieron ya?

    Te quejas y te lamentas. ¿De que? ¿De un lugar en el que quieres estar? Dices estar ciego. Pero yo veo escrito Cien Años De Soledad. ¿No te dice eso lo suficiente? ¿Estas ciego? ¿O tal vez no quieres leer? Hablas de demonios, oscuridad y estelas en el mar. De La Luna rugiendo desde no se sabe que lugar. Hablas de una plaza, más no has estado en ese lugar. ¿O quizá si? ¿Tan ciego estas? Sigue leyendo. Tú si. El que ha venido de algún lugar. ¿Comienzas a estar sordo también? ¿Por qué? ¿Por qué no quieres escuchar? Entonces no mil, ni tampoco dos mil, sino un sin fin de demonios con sus estelas en el mar y lunas sin brillar te asirán las manos para llevarte a un lugar. ¿Cuál? Que más da si tú ya vienes de uno en el que dejaste de soñar. Por cierto. ¿Sabes que los sueños se escriben en la oscuridad? ¿O tal vez en una luz que no termina de agonizar? En ambos casos gritaría el Sol en cada despertar. Más en mí también que nunca junto a la Luna puedo estar a quien amo con la fuerza del volcán. En cada amanecer y anochecer breves instantes nuestras manos se ha de tocar pero ni mil años de tinieblas esto consiguen borrar. ¿Has oído individuo de no se sabe donde? Si tu el que llora y se lamenta tras nubes grises que no recuerda que le dan de beber. Si. Tienes razón. Yo ya estaba aquí y aún no escuche a tu corazón hablar, ni ví tus lágrimas humedecer las palabras que el fuego nunca ha de quemar. 

    yaizayasmina
      yaizayasmina

      Bueno, dejo otro trocito. Feliz dia

      Me dices que lea. Pero ¿Qué? Mil páginas  en blanco se sucedieron ya. Me dices que escuche, y ni el sonido del trueno anunciando ciclones por tempestad soy capaz de escuchar, corriendo, huyendo a refugios que nunca me han de ocultar.

      ¿Y que esperabas, tras tantos milenios de soledad? No has vivido, no has amado desde que un día hace ya tanto tiempo, decidiste buscar refugios que jamás te han de ocultar.

      ¿Cómo puedes hablarme así? Yo soy la victima, el herido. Yo soy de quien ha de sentirse lastima, pena dolor y mil angustias más.

      ¿Victima? Yo veo un verdugo. Verdugo que un día su vida quiso sesgar. Palabras tuyas. ¿O quizá no? Claro, es cierto. Se me olvido tu pacto con Satanás. Cambiaste la muerte por un infierno en soledad. Y ahora resulta ser victima quien con el diablo quiso pactar.

      ¡Escribe!  Para poder leer. ¡Escucha! Para poder contestar.

      ¡No puedo!

       ¡Si puedes!

      ¡No; no puedo!

      Pues entonces cúmplase la sentencia a la que un día osaste invocar.

      ¡Cállate! Un millón de veces te he advertido ya. ¡Cállate! O será tu vida la que con mi espada sesgue para la eternidad.

      ¿Entonces es cierto? ¿Eres verdugo y no victima como te hartas de anunciar? Pobre caballero, sin alma ni piedad. Ven. Siéntate junto a mí. Envaina tu espada, toma mí pluma que yo te enseñare a dibujar.

      Hace tanto tiempo ya.

      ¿Qué paso en ese tiempo?

      No es lo que paso. Es lo que dejo de pasar. Tienes razón. Mis manos de mi propia sangre manchadas están. Mis manos tan grandes son qué ¿Cómo asir tu pluma para un buen dibujar?

      ¡Es fácil! Comienza por lo que en tus propias manos escrito está.

      Está bien. Me has convencido. La fuerza de tus palabras ni el viento convertido en huracán podría igualar.

      Caballero soy y entre caballeros nací.

      Ven. Siéntate más junto a mí. Palabras de amor, con amor se han de repetir. ¡Recuerda! Yo ya estaba aquí. ¿Y tu? Por titulo Cien Años De Soledad has cambiado por La Vida Comienza Tras Un Nuevo Despertar. El comienzo es bueno, muy bueno. ¿Es que no ves que las páginas con ríos de tinta se vislumbran ya?

      ¿En verdad, mis tormentos quieres escuchar?

      ¿Estas seguro que tan solo tormentos me has de narrar?

      Caballero soy y entre caballeros nací. Pero creo que eso ya lo dije ¿verdad? Por cierto ¿Cómo te llamas?

      Mi nombre a su tiempo sabrás. No es hora de tal asunto mencionar.

      Me llamo Jaime. En honor a mi padre y al también mi rey y señor Don Jaime. Mi padre dueño y señor de todas las tierras del norte otorgadas por su majestad en compensación a su fidelidad y sangre derramada en el nombre de Dios, de la justicia y de el mismo. ¿De mi infancia? Poco me queda ya. Salvo recuerdos de venerar y temer al caballero Don Jaime de las tierras del norte y por ende mi padre claro esta. También recuerdo a mi madre. Mujer cariñosa y llena de amor que no se porque designios de Dios o del amor juro amar al caballero mi padre. Y cumplió. Ya lo creo que cumplió su juramento y lo pagó, con creces y mil tormentos. Recuerdo también haber roto mil espadas de madera en trifulcas y batallas entre mozalbetes. Batallas divertidas sin sangre ni dolor salvo las ocasiones en que el caballero mi padre descubría que me había batido en duelo y que yo su heredero por el derecho que da la sangre había derramado esta en retirada o había pedido clemencia o derechos de rendición. Entonces ni el tronar de un volcán podían igualar tal tropelía de juramentos y blasfemias. Sucediéndose  días de agua y pan como castigo al gravísimo pecado de jugar. También recuerdo esconderme tras las cortinas del salón mayor, cuando mi padre y no se cuantos caballeros más se reunían para comer y beber cuan bárbaros sedientos de sangre tras mil años sin servir al rey en batallas o guerras en el nombre de Dios, la justicia y del propio rey. Lo que yo buscaba tras aquellos cortinajes era escuchar las mil hazañas que aquellos borrachos hasta la sin razón narraban con copiosa hombría. También me gustaba escuchar cantar a mi madre en las pocas ocasiones en que sus deberes de esposa se lo permitían. Mujer hermosa mi madre y más hermosa si cabe su dulce voz aunque sus letras melancolía y tristeza trasmitían. Como os decía y para no extenderme más en lo que a mi infancia corresponde. Mi madre era dulce y cariñosa pero también poseía una gran fuerza y carácter. Tan es así que tan solo una vez en mi vida vi contradecir al caballero mi padre y salir con vida de semejante atrevimiento y tan osado individuo no fue otro que mi hermosa madre. Pero la razón de tal ocasión  la contaré más tarde pues no es este el momento para tal cante.

      ¿Mi adolescencia? Fue aquí donde empecé a entregar mi alma al diablo. Yo era un mozo apuesto con fama de hermoso en el lugar. Comencé a temprana edad mi recorrido por las tabernas donde presumir de hombría y dar orgullo a mi escudo de familia. Pocas mozas se resistieron a mí o tal vez ninguna salvo la que jamás pude conquistar y que ya nunca podré pretender. Aunque si la mano de Dios me diera semejante oportunidad solo sería para arrodillarme ante ella y suplicar perdón por mi atroz barbarie pues jamás la ame y mi única pretensión disfrazada con la palabra amor fue conquistarla para colgarla como un trofeo más ante los envidiosos mozos del lugar y que fueron quienes me retaron a cometer tal crimen pues jamás ninguno llego al corazón de tan hermosa joven.  ¡No! ¡Por Dios! No penséis que pretendo culpar de mi nefasto crimen a los demás jóvenes pues soy consciente de que mi putrefacta alma provoco la irá de las gentes y desencadeno los hechos que más tarde habrían de acontecer.

      yaizayasmina
        yaizayasmina

        Dejo un trocito mas para vuestras majestades jejej

        Cierta mañana, después de una noche de tempestuoso vicio y en la que creí ver mi cabeza reventar en mil astillas, aparecí por la taberna a intentar matar tamaña resaca hija del diablo y de mil demonios más.

        ¡Vaya! Pero si es el caballero Don Jaime después de la dura batalla. Aspecto de cansado y derrotado traéis mi señor.

        Se oyeron risas de los allí presentes que terminaron por destrozar el poco bienestar del que me sentía capaz.

        Rodrigo. Vuestras palabras con cierta sorna e ironía se me hacen y la verdad no estoy para afrontar semejantes lances.

        ¿Ironía y sorna mi joven caballero? Cuentan (claro que tal vez de relatos de las malas lenguas se trata) que después de los esmerados y cariñosos juegos de una hermosa joven os quedasteis dormido y que tal joven quedó hambrienta de tanta satisfacción que presumís dar.

        Nuevas risas atronaron en mi embotada cabeza y una ira como nunca hasta entonces había sentido hizo presa en mi llevando mi enfurecida mano a la empuñadura de mi espada.

        ¿Dudáis de mi hombría Rodrigo? Juro que vuestras palabras habrán de ser borradas con vuestra propia sangre.

        ¿Dudar de vuestra hombría con la espada amigo Jaime? Jamás me atrevería a tal duelo.

        Sin embargo si tengo un reto que ofreceros y de cuyo resultado depende que las malas lenguas callen para siempre.

        ¿Las malas lenguas Rodrigo? Las malas lenguas sois vos. Habla y hazlo ya y será mejor que tu propuesta me convenza o juro que no saldréis  vivo de este maldito lugar.

        Supongo que conoceréis aunque solo sea de pasada claro esta. A Isabela hermosa joven de estos lares.

        Si la conozco. ¿Qué pasa con ella? Escupe ya de una maldita vez. Porque vos Rodrigo no habláis ni con mala lengua. Vos escupís como las serpientes envenenado cuanto acontece a vuestro alrededor. ¡Escupe ya! O por mil demonios que sin cabeza os he de dejar.

        ¡Sosiego Jaime! Sosiego. Que para el reto que os he de plantear tiempo habemos de daros. ¿Qué menos que tiempo nos des para plantearlo?

        Como os decía Isabela hermosa joven donde las haya, famosa es por lo impenetrable de su corazón y es ahí donde se os plantea el reto. ¿Que mejor forma de demostrar vuestras dotes de hombre que conquistar lo inconquistable cuan  capitán con tan solo cinco hombres o tal vez el solo escala las murallas para así abrir las puertas que llevarán al resto de sus fuerzas a la toma del lugar? En definitiva. Os propongo un juego de astucia e inteligencia frente al consabido dominio de vuestra espada.

        Pensativo quedé ante aquella propuesta que hoy no puedo considerar menos que barbarie.

        ¿Así que esta es vuestra apuesta? Conteste.

        ¿Apuesta? Yo no hable de apuesta sino de vuestro honor recuperar.

        Acepto con una condición.

        Vuestra es la palabra don Jaime.

        Si venzo en este lance vos os mandareis cortar la lengua para que nunca más un honor se haya de recuperar de vuestros embustes.

        Se hizo un silencio ensordecedor en la taberna. Pero yo sabia que Rodrigo habría de aceptar aunque me asía con fuerza desmesurada a su conocida cobardía para no hacer frente a una propuesta que por intuición me sabía perdedor. Pero a Rodrigo le iba en juego la lengua o la vida y para tamaño cobarde mejor vivir callado que no vivir.

        Sonó retumbado como mil ecos en las cavernas.

        Es justo. Acepto.  

        Nos veremos Rodrigo.

        Deteneos Jaime.

        ¿Y ahora que mosca os ha picado?

        Estaba pensando yo………………

        Hablad de una vez.

        Pues veréis. No veo justo que su yo pierdo en esta aventura yo haya de pagar un precios y vos ninguno.

        ¿En que habéis pensado?

        Si perdéis vos haréis que os cuelguen del cuello un cartel donde se pregone vuestra impotencia.

        Una terrible ira se apodero de mí y a punto de desenvainar mi espada estuve para atravesar de lado a lado a aquél miserable.

        ¿Por cuánto tiempo habré de llevar dicho cartel?

        Por siempre Jaime. Por siempre.

        ¿Habéis perdido la razón?

        Yo mi lengua jamás podré reponer.

        Nos veremos.

        ¡Jaime!

        Me di la vuelta con los ojos ensangrentados por el odio y un nuevo y aterrador silencio se hizo en el lugar.

        No habéis dado vuestra conformidad al pago.

        Rodrigo……….. Os juro que algún día conseguiré que vuestra miserable cobardía os permita batiros a espada.

        Acepto.

        Salí de la taberna arroyando todo cuanto se me interpuso.

        Fustigue a mi caballo como si se tratara del único culpable de todo lo sucedido en la taberna. Lo precipite hacia una carrera sin fin huyendo de aquel lugar.

        Esta creo que fue mi primera huida hacia lugares que jamás me pudieron ocultar.

        Aquella misma mañana cuando mi caballo ya agonizaba por el esfuerzo de aquella interminable carrera como perseguido por dragones de tres cabezas y por designios no se ya si de Dios del Diablo o del destino se cruzo en mi camino aquella hermosa muchacha que habría de malograr.

        Buenos días Isabela. Se vuestro nombre pese a no haber hablado nunca con vos porque hasta el aroma de las flores trasmiten con el viento la dulzura de vuestro ser.

        Sois muy amable.

        Permitirme que me presente.

        No es necesario. Vos sois Jaime hijo de Don Jaime dueño y señor de las tierras del norte por gracia de su majestad y con la bendición de Dios.

        ¿Puedo preguntar porque me conocéis?

        Vuestra fama os antecede. Borracho, holgazán y mujeriego. Eso es lo que de vos trasmite el viento y las flores si así lo queréis.

        Habladurías Isabela. Las malas lenguas.

        ¿Estáis seguro?

        Pues claro mujer.

        Se me olvido deciros que vuestro aliento y la mugre que lleváis encima dicen lo mismo.

        La mugre es por el duro cabalgar del que vengo.

        No necesitáis excusaros. Vuestra es la vida que manejáis y solo a vos os compete que hacer con ella. Ahora he de marcharme libre estoy de holgazanear.

        Estaba furioso. Mi primer encuentro con Isabela no había echo más que presagiar lo que mi intuición ya me había anunciado. Sin embargo mi furia fue contenida por lo cerca que había estado de algo tan hermoso. Su fresco aroma, su sonrisa, su voz dulce pese a la dureza de sus palabras, su largo y hermoso cabello hondeando al viento, sus ojos llenos de vida.

        Subí sobre mi agotada montura y nuevamente lo precipite en una frenética carrera hacía el castillo de mi padre. Pero esta ve no huía. Esta vez ansiaba llegar a casa.

        Cuando llegue, entre como exhalación buscando a mi madre al grito de ¡Madre! ¡Madre! ¡Madre!

        ¿Qué os sucede Jaime? ¿Ocurrió algo grave?

        Madre necesito que me prestéis a dos de vuestras doncellas.

        ¿Y para que necesitáis tal cosa?

        Para que me limpien, me laven, borren de mi toda huella de mugre y me perfumen con sabiduría de mujer.

        ¿No creéis que ya sois mayorcito para tal menester?

        Para lavarme si madre. Pero para acicalarme no sabría.

        Está bien. Yo os preparare agua caliente para que os lavéis y una vez limpio enviare dos doncellas para arreglaros y cortaros el pelo, rasurar esa barba que tan sucio aspecto os da y perfumaros

        Gracias madre. Os quiero.

        Leonor.

        Decidme Jaime.

        He visto a vuestro hijo como alma que lleva el diablo entrar en la casa gritando no se que. Pero seguro que alguna estupidez. ¿Se puede saber que mosca le ha picado?

        Tan solo desea lavarse y acicalarse.

        ¿Y para que semejante memez?

        Para lo mismo que deberíais hacerlo vos. Es decir para no oler mal.

        Me gusta oler mal. Huelo a hombre, que es como debe de ser.

        Quizá sea esa la razón de que solo a vos mismo os gustéis.

        Callaos y seguid con vuestros quehaceres. O perderé mi paciencia.

        Vos habéis preguntado no yo.

        Cierto es que después de aquel baño y acicalado me sentí nuevo. Como si un enorme peso me hubiera quitado de encima. Me sentí más limpio y sano de mente. Como rejuvenecido como si la mugre que llevaba encima hubiera arrastrado consigo toda la inmundicia de mi alma. Me propuse no beber una sola gota de vino, cenar con mesura y retirarme a dormir temprano para con la frescura del nuevo día cabalgar despacio para no levantar polvo que manchara mi nuevo y fresco aspecto.

        Fue así como antes de que cántara por primera vez el gallo, partí en busca de no perder mi honor. Porque……….. ¿No vais a decirme vuestro nombre?

        Yo no he dicho tal cosa.

        ¿Qué dijisteis entonces?

        ¿Recordáis hechos sucedidos ya hace tanto tiempo y no recordáis lo acontecido quizá tan solo hace unos momentos?

        ¡Momentos! ¿Tan solo mementos han pasado?

        ¿Intentáis cambiar de tema Don Jaime? ¿Queréis volver a huir? ¿Esta vez hacía que lugar? Dejadlo, es igual tal sitio no existe y no podréis llegar.

        Si. Es cierto en busca de no perder mi honor. Porque como ya dije antes yo nunca ame a esa hermosa muchacha. Eso si. La admire. Dios como la admire. ¿Cómo pude ser tan miserable? ¿Tan cobarde? Si existe Dios ¿Por qué no me impidió tal atrocidad?

        Busqué a Isabela por los lugares que imagine encontrarla y al fin la hallé.

        Buenos días Isabela.

        Lo mismo os deseo Jaime. Parece que el nuevo día os dio un nuevo aspecto.

        El nuevo día y mi interés por vos.

        ¿Y cual es vuestro interés por mí? Espero tener derecho a saberlo.

        Amor lo llaman mi querida Isabela.

        ¿Amor Jaime? Esa es una palabra muy amplia y mi corazón ya esta lleno de ella.

        ¿Quién es el?

        Eso no os concierne.

        Si me concierne. Pues es un rival en lo que mío ha de ser.

        ¿De vos he de ser? Vuestro rival no es el. Sino mi corazón y este no empuña espada alguna pues lo que tiene de el es y ni vos ni cien mil hordas más podrán arrebatar de mi corazón lo que ya no es de el. Pues entregado está.

        Aquellas palabras sonaron tajantes, fulminantes, irrevocables como la muerte misma.

        ¿La muerte? Esa era la salvación de mi honor. No mi muerte. Demasiado cobarde para tal cosa. Sino la muerte de el. La muerte del dueño de su corazón. Por un momento vi mi honor salvado. Todo estaba arreglado. La seguiría hasta el encuentro con su galán y cuando se separaran y teniendo como amigas y cómplices las tinieblas en la oscuridad atravesaría con mi espada a quien osaba interponerse en la recuperación de mi honor.

        Fue así como con mi nuevo y flamante plan decidí tomar habitación en la posada del lugar. Así podría estar cerca de ella. Estudiar sus costumbres y seguirla llegado el momento.

        También decidí que no tenía prisa, pues ni Rodrigo ni los demás dieron plazo alguno para el cumplimiento de tan monstruosa cobardía.

        Esa noche decidí matar el tiempo y la impaciencia entregándome a una de mis acostumbradas orgías. Bebí hasta que ya apenas me mantenía en pie. Pague a una ramera y la hice llevarme al lecho y de repente me vi a mí mismo diciendo: Salid de aquí sucia ramera, no servís para nada, no sabéis hacer nada, maldita seas.

        Es a vos que no se os pone dura, sois vos el impotente.

        Gritaba la muy puta.

        Salid de aquí si no queréis que os decapite esa cabeza de mala puta que tenéis.

        Que te zurzan maldito cabestro. Ni una catapulta levantaría esa porquería que tienes entre las piernas.

        Hacía tiempo que yo notaba en mí aquella falta de virilidad, pero siempre lo achaque al vino y la mala vida. Bueno siempre me puse por excusa estas razones y nunca acudía donde una mujer sin haber bebido pues de lo contrario no habría tenido excusa para ella y sobre todo para mi mismo.

        Esta bien si. Te estoy mintiendo.

        No Jaime te mientes a ti mismo.

        Tienes razón. Bebía antes de cualquier refriego para que ante los demás el vino fuera la excusa de mi impotencia. Pero esta excusa solo sirvió durante algún tiempo y de ahí el reto que el miserable Rodrigo echo sobre mis espaldas. ¡Que estúpido fui! Rodrigo ya sabia que lo tenia ganado y yo que creí saberlo todo caí en la trampa.

        No Jaime no fuiste estúpido. Fuiste orgulloso pero ante todo fuiste ignorante.

        ¿Ignorante? ¿Qué queréis decir?

        Que no sabías lo que ahora sabes Jaime. Solo eso.

        Como decía hace un rato. Tomo aposento en la aldea y dedique los sucesivos días a la noche de mi refriega con la ramera a espiar paso a paso todos los movimientos de Isabela y tan solo una cosa me llamo la atención des sus costumbres y que me hizo pensar que estaba en el buen camino. Ella todos los atardeceres montaba su precioso corcel blanco y cabalgaba armoniosamente y sin prisas hasta una morada más allá del bosque. Junto al barranco. Una morada humilde, sencilla pero que irradiaba paz, tranquilidad y acogimiento. Isabela estaba preciosa sobre su corcel su pose esbelta y radiante orgullosa de sus pasos. No. Es cierto que no la ame pero es que yo era indigno de amar tanta hermosura.

        Como decía este hecho me llamo la atención y como quien no quiere la cosa un día dije: ¡Posadero!

        Decidme Don Jaime.

        ¿Quién habita la morada tras el bosque?

        ¿Morada tras el bosque mi señor?

        Maldita sea no os hagáis el diota ante mi. La morada que esta junto al barranco.

        ¡Ah! Ya caigo. Decís la morada de Maria.

        ¿Morada de Maria?

        Si Don Jaime. Una mujer hermosa muy hermosa con cierta fama de bruja en el lugar.

        ¿Y a que es debida esa fama?

        No lo se mi señor. Quizá sea a que vive sola. Nunca se le conoció compañía alguna. Se sabe muy poco de ella y por la aldea viene muy poco y cuando lo hace sus palabras son muy escasas.

        ¿Y dices que es hermosa?

        Si muy hermosa. Mujer madura. No es ninguna moza pero quizá también sea por sus poderes de bruja que conserva hermosura y radia juventud.

        ¿Y decís que nadie más habita la morada?

        Nadie de quien se tenga conocimiento mi señor. ¿A que es debido vuestro repentino interés si puedo preguntarlo mi señor?

        No. No puedes preguntarlo. Son cosas mías.

        Decidí que al día siguiente la seguiría y una vez llegado a la casa del barranco me escondería en la maleza del bosque y cuando las luces del día atenuaran me aproximaría para investigar tal misterio.

        Y así lo hice. ¿Cómo habéis dicho que os llamáis?

        No lo he dicho Jaime. Continuad por favor.

        Está bien. Sois duro de pelar. ¿No os aburrís con tanta monserga?

        ¿Os habéis aburrido vos en vuestra vida?

        ¿Siempre respondéis con otra pregunta? No. Aburrirme en mi vida desde luego que no. Me he asqueado eso si y mucho pero aburrir precisamente no.

        Ahí tenéis la respuesta a vuestra pregunta.

        Entiendo.

        Cuando la ocasión fue propicia, me acerque sigilosamente hasta la morada. Con la mala suerte de un ruido improvisado.

        Isabela hay alguien fuera.

        Maria son los sonidos del bosque. ¿Nunca dejareis de sentir miedo?

        Te digo que hay alguien fuera. Voy a mirar.

        Como quieras.

        Tuve suerte y pude esconderme entre los leños amontonados que servían para el hogar de la morada. Pero mi alma estuvo en un vilo. No se porque me sentí atemorizado y tan solo eran dos mujeres. ¿Qué podía temer aún siendo descubierto?

        Tenías razón Isabela. Fueron los sonidos del bosque que me alertaron.

        ¿Alertar de que Maria? ¿Qué teméis?

        Temo por ti Isabela. Mi vida salvo para ti misma poco valor tiene pero si te hicieran daño a ti no podría soportarlo. Ni el mismísimo infierno sería mayor condena que verte sufrir a ti.

        Pude asomarme con exhaustivo cuidado a una de las ventanas.

        Maria abrázame. Necesito que me ames. Tus caricias. Necesito sentir tu respiración sobre mi piel.

        ¡Oh Dios! Isabela ¿Por qué? ¿Por qué? Esta condena.

        Tú lo dijiste hace tiempo. El amor siempre se cobra un precio pero no es en este en lo que hemos de fijarnos sino por lo que de el hemos obtenido. Y yo Maria solo dicha y felicidad he obtenido.

        Si. Pero temo tanto no poder pagar ese precio.

        ¿Qué precio Maria?

        Solo uno temo Isabela. El de verte sufrir. Lo demás aunque con mi vida haya de pagar no me preocupa.

        ¿No te preocupa? Si pagas con tu vida ¿Crees que yo me quedaría feliz? ¿Qué no sufriría?

        No, Isabela sabes que mis palabras no han querido decir tal cosa.

        Yo no podía dar crédito a todo lo que estaba oyendo.

        Entonces Maria ámame. Tómame en tus brazos y hazme dichosa como tantas y tantas veces. Si algún día somos descubiertas nuestro amor nos protegerá y estoy segura que no habremos de presentar cuenta alguna ante Dios pues no creo que el se pida cuentas así mismo. Él que predico el amor.

        Temo tanto por ti Isabela.

        Yo temo por las dos.

        Y entonces vi la escena de amor más bella que jamás presencie. Se entregaron en cuerpo y alma allí mismo. Rebozo pasión, el ambiente se impregno de dulzura, caricias, entrega total de la una a la otra. Sus caricias eran acompañadas de suaves susurros que apenas el aire podía traerme. El precioso vestido azul de Isabela se deslizo lentamente como las hojas de otoño llevadas por suaves vientos. Su cuerpo allí desnudo, era acariciado con lentitud por los labios de Maria. Como queriendo saborear cada instante. Deseando que aquello no tuviera fin.

        Te amo tanto Isabela.

        Y yo a ti Maria pero no hables tan solo susurra. Acaríciame con tu voz. Quiero ser tuya. Necesito ser tuya.

        Te necesito tanto Isabela.

        Ambas nos necesitamos. Jamás fui tan dichosa. Cada caricia tuya me hace depender más y más de ti.

        Como digo jamás contemple tan hermosa escena. Me retire casi de inmediato del lugar. Tan sigilosamente como llegue. Yo no tenía ningún derecho a manchar con mi infamia tan bello y dulce lugar. Volví la vista atrás y todo el lugar me asombro por su incomparable belleza. Estoy seguro. Dios habitaba en aquel lugar. Él como dijo Isabela predico amor y nunca presentí tanto amor como en la morada más allá del bosque. Junto al barranco. ¿Que otro lar podía elegir Dios para estar presente?

        Cuando me hube alejado lo suficiente para no corromper tanta belleza subí sobre mi montura y lentamente cabalgue. No tenía prisa. Cada imagen, cada palabra que había visto y escuchado recorrían mi mente con exagerada lentitud. Necesitaba revivir cada momento. Aquellos instantes de sosiego, pasión y  amor en los que mi alma tanto necesitaba verse inmersa.

        De pronto mi cuerpo se vio recorrido por un terrible escalofrío. Tan bellos pensamientos se alejaron de mi como acompasando al trotar de mi caballo y entonces me di cuenta que mi honor estaba perdido. Yo jamás podría atravesar con mi espada a una mujer y menos aún después de la experiencia vivida. Mi flamante plan se venia abajo. No tenía posibilidad alguna de resarcir mi honor. ¡Dios! ¿Por qué? Semejante castigo. ¿Por qué?

        Solo me quedaba un camino. Perder mi cobardía y zanjar mi miserable vida que a nadie beneficiaba. Con esta idea hice galopar a mi caballo haciéndole agonizar de nuevo en una nueva y estrepitosa huida.

        Cuando por fin  llegue al castillo me sentía abatido, hundido, destrozado. Demasiado cobarde para cumplir con mi propia sentencia de muerte.

        Caí estrepitosamente sobre un sillón en la sala principal. Quede somnoliento, con la mirada perdida en un terrible vació. No se si pasaron minutos o tal vez horas cuando me despertaron voces provenientes del salón de caballeros. ¡No podía ser! No eran tiempos aquellas fechas para reunión de caballeros.

        Me acerque sigilosamente para poder escuchar mejor.

        Entre el cortinaje pude ver al caballero que acompañaba a mi padre y no lo podía creer era nada más y nada menos que Don Felipe Del Gran Canal emisario personal de su majestad el rey Jaime mi madre se encontraba presente. Cosa extraña pues nunca a ella le gustaron las reuniones entre caballeros. Sin embargo más tarde pude saber que fue Don Felipe Del Gran Canal quien exigió su presencia allí.

        Decidme Don Felipe ¿Cómo se encuentra nuestra amada majestad?

        Bien, bien. Como buen soberano responsable de sus dominios y es por ello mismo que estoy aquí pues lamentablemente esta no es una visita de cortesía.

        Mi padre se levanto como catapultado.

        ¿Qué queréis decir Don Felipe?  ¿He ofendido yo en algo a nuestro bien amado rey?

        No, no en absoluto. Si así fuera me habría presentado con la guardia necesaria para arrestaros. Sentaos y tranquilizaos y sobre todo dejad que termine de deciros las razones de mi visita.

        Esta bien Don Felipe. Os ruego perdonéis mi brusquedad.

        Mi madre permanecía callada pero sin perder atención a los hechos. Pude intuir que en aquella atención por parte de mi madre había preocupación. La sentí inquieta, nerviosa pero firme sin perder la compostura como había hecho mi padre.

        Bien Don Jaime. Como estoy seguro ya sabréis que nuestro estimado soberano está intentando estrechar relaciones con el Santo Padre. Bien sabéis que en los últimos años ha habido por así decirlo ciertas inquietudes y tensiones entre la Santa Madre Iglesia y nuestro reino y no está bien estar a mal con Dios. ¿Lo comprendéis verdad Don Jaime?

        Id al grano Don Felipe. Os lo ruego.

        Note que mi madre se ponía mas tensa, prestando su mayor agudeza a lo que estaba escuchando.

        El caso Don Jaime es que han llegado ciertos rumores a la corte de ciertos hechos que estoy seguro no cuentan con vuestro beneplácito pero son tantos vuestros dominios y preocupaciones que seguro se os han escapado inocentemente.

        Por Dios Don Felipe os vuelvo a rogar rapidez en vuestra exposición.

        Los rumores son sobre brujería.

        En aquellos momentos vi sobresaltarse a mi madre y como el libro que asía en sus manos caía al suelo.

        ¿Os ocurre algo Leonor? Habéis palidecido. Pregunto y afirmo Don Felipe.

        No mi señor Don Felipe. Me he sentido algo indispuesta por un momento pero ya estoy bien.

        Prosigamos entonces. Como os decía Don Jaime los rumores son sobre cierta mujer que habita en vuestras tierras. Una tal Maria o algo así, que vive ermitaña desde hace años.

        Mi madre palidecía por momentos. Nunca jamás la vi tan indispuesta.

        ¿Brujería Don Felipe? Jamás permitiría tal infamia en mis tierras.

        Lo se, lo se Don Jaime y también lo sabe el rey es por eso que estoy aquí. Para intentar averiguar si a  tanta obligación y deber por vuestra parte se le ha podido escapar algo tan importante pero a la vez insignificante en comparación a vuestras obligaciones como fiel servidor de su majestad el rey Jaime.

        Aquella era mi oportunidad. De repente vi las puertas de mi salvación. Mi honor estaba salvado. Si Maria e Isabela eran arrestadas por brujería sería condenadas a la hoguera y yo estaría libre para siempre de mi compromiso con Rodrigo.

        Don Felipe no veo como tal cosa se ha podido escapar a mi control. Bien sabéis que las gentes viven de rumores cuando no tienen otra cosa a la que atender.

        Aquel era el momento de mi entrada triunfal.

        ¡Padre! ¿Me dais vuestro permiso?

        ¿Cómo os atrevéis a interrumpir tan importante reunión con el emisario personal de su majestad?

        Padre es que es en relación al tema que Don Felipe ha venido a exponer.

        Mi madre se levanto como un resorte.

        Jaime. Vuestro padre tiene razón. Salid de aquí inmediatamente. Vuestro rango no os permite estar presente en esta reunión.

        Fui a darme la vuelta y salir poco menos que corriendo cuando la voz de Don Felipe:

        Leonor excusar a vuestro hijo. Es el ímpetu de la juventud. Y por otro lado parece tener algo interesante que decir en relación a las razones de mi visita.

        Con vuestro permiso Don Jaime me gustaría oír lo que vuestro hijo tiene que decir.

        Ya que Don Felipe así lo desea habla entonces Jaime.

        Veréis padre. Don Felipe tiene razón en decir que vuestras obligaciones os mantienen terriblemente ocupado. Y hasta mí  al igual que a su majestad el rey Jaime llegaron rumores sobre ciertos actos de brujería en la morada que esta pasado el bosque junto al barranco. Así pues decidí indagar por mí cuenta para salvaguardar vuestra autoridad y control sobre las tierras. Así pues ayer al atardecer decidí espiar los alrededores de esa morada.

        Mi madre palidecía por momentos. Creé verla desmayarse en cualquier momento.

        Prosigue Jaime.

        Si padre. El caso es que con todo sigilo conseguí ver el interior de la casa. ¿Y cual fue mi sorpresa? No una sino dos brujas se entregaban en cuerpo y alma a la lujuria, al pecado ante Dios, blasfemando desnudando sus pecadores cuerpos y entregándose a la más blasfema de las orgías.

        Mi padre se levanto enfurecido nunca vi tal odio en sus ojos. Su voz sonó atronadora.

        ¡A mi la guardia! ¡Maldita sea he dicho que a mi la guardia!

        A vuestras ordenes mi señor.

        Traedme a esas dos brujas. Traédmelas empaladas y quemadas para que sus sucios cuerpos no manchen mi morada.

        Mi madre se levanto con el semblante pálido pero con una voz firme y tajante.

        Don Jaime mi señor. No podéis dar tal orden.

        ¿Cómo habéis dicho Leonor? Pregunto mi padre con los ojos ensangrentados. Por un momento cerré los ojos creyendo que allí mismo y en ese preciso instante mi padre decapitaría a mi madre de un solo tajo.

        He dicho que no podéis dar tal orden. Eso sería desobedecer la ley del rey a quien decís amar y servir. La ley de su majestad da derecho a un juicio justo y vos le estaréis desobedeciendo si dais tal orden.

        ¿Un juicio justo? Esta bien tendrán su juicio. Pero no olvidéis que esas perras han faltado directamente a la ley de Dios y por tanto no es a su majestad a quien corresponde juzgarlas.

        ¡Guardias!

        ¿Mi señor?

        Arrestar y encarcelar a esas hijas del averno y enviad con cien caballos si es preciso para que no se detenga un emisario en busca del inquisidor.

        Mi madre perdió todo color en su piel y nunca vi tamaña tristeza en sus ojos. Mil calvarios sufrió con mi padre pero nunca la vi tan abatida.

        ¿Vos no tenéis nada que decir Don Felipe? Pregunto mi madre casi en un susurro.

        En grave responsabilidad me ponéis Leonor.

        La que os corresponde Don Felipe Del Gran Canal. Solo la que os corresponde.

        ¿Cómo os atrevéis? Vocifero mi padre.

        Tranquilizaos Don Jaime. Vuestra esposa tiene razón. Tal responsabilidad me corresponde como máximo representante del rey en esta sala.

        Tenéis razón Doña Leonor en vuestro razonamiento y si vuestro marido no llega a rectificar su orden yo mismo habría arrestado a vuestro marido por desobediencia y desacato la las leyes de su majestad. Pero vos habéis sido sabia y con buen tiento le habéis hecho rectificar. Y quiero pensar que consideráis sabia la decisión última de vuestro marido pues con la acción contada por vuestro hijo se ha faltado principalmente a la ley de Dios y por tanto corresponde a los jueces designados por la Santa Madre Iglesia designar un juez que imparta justicia en el nombre de nuestro señor.

        ¿Puedo considerarlo así Doña Leonor?

        Si mi señor Don Felipe. Podéis considerarlo así. Si me lo permitís me gustaría retirarme pues nuevamente me siento indispuesta y me gustaría descansar.

        Claro que podéis retiraros Leonor. Espero que descanséis y muy pronto os sintáis repuesta.  Deberíais prestar más cuidados a vuestra esposa Don Jaime. Es toda una mujer.

        Y también deberíais sentiros orgulloso y satisfecho de vuestro joven hijo. En cuanto os sea posible quiero que lo llevéis a la corte para presentarlo al rey como digno heredero vuestro.

        Así se hará Don Felipe. Podéis estar seguro de ello.

        Yo no pude menos que salir corriendo a vomitar. Sentí nauseas de mi mismo. Del crimen que acababa de cometer. Mil remordimientos tal vez un millón hicieron presa en mi. Me retorcí, vomite y termine en las gigantescas barricas de la bodega de mi padre. Intentando ahogar aquellas nauseas y remordimientos. Aquél terrible asco que sentí de mi mismo.

        Desperté al día siguiente en las bodegas del castillo. Envuelto en mis propios vómitos, mi bilis, apestaba a inmundicia. Me levante como pude y me encamine hacía mis aposentos con la intención de asearme. Entonces vi la puerta de la habitación de mi madre entre abierta.

        Madre. ¿Puedo pasar madre?

        Pasad Jaime pasad pues ya lo mismo me da tanto si estas como si no estas. Tan solo puedo veros ya como a uno más pues vos mismo habéis arrancado de mi alma vuestra existencia.

        ¡Madre! ¿Por qué me habláis así? ¿Qué os aflige tanto? Tan solo son dos mujeres endemoniadas y pecadoras a los ojos de Dios.

        Mi madre se levanto despacio, lentamente y avanzo hacía mí.

        Miradme a los ojos Jaime.

        Yo no podía mirarla. Mantenía la cabeza agachada incapaz de alzar los ojos.

        Os digo que me miréis a los ojos.

        Como pude y con terrible esfuerzo alce la cabeza. Cualquiera que hubiera visto los ojos de mi madre habría dicho sin temor a equivocarse que estaban llenos de odio y necesidad de venganza. Pero yo sabia que no era así yo sabia que aquella mirada clamaba justicia TAN SOLO JUSTICIA.

        Entonces pude escuchar el eco de la tremenda bofetada que mi madre me propino. Nunca desde que tengo uso de razón recuerdo que mi madre me alzara la mano. Aquella fue la primer y única vez pero ni un millón de heridas en combate pudieron jamás igualar su dolor.

        ¿Endemoniadas y pecadoras a los ojos de Dios? ¿Acaso veis a vuestra madre como a tal?

        Yo no podía contestar.

        Contestad maldita sea contestad.

        No madre. A vos no os veo así.

        ¿A no? ¿Y que os he dado yo sino amor? Crimen del que se les acusa a esas endemoniadas. ¿Decidme?

        Madre lo de esas mujeres es pecado y no amor.

        Miradme a los ojos Jaime.

        Yo temía otra enorme bofetada.

        Miradme a los ojos. Os lo ruego

        Cuando conseguí alzar los ojos pude escuchar.

        Poneos la mano en el corazón y decidme ¿Qué visteis a través de esa ventana?

        ¡Madre yo…………….

        Poneos la mano en el corazón y sin dejad de mirarme decidme que visteis.

        Ni una sola palabra pude balbucear. Ni una tan solo.

        Lo suponía. Marchaos. Dejadme sola. Necesito descansar y pensar.

        Madre……..

        Marchaos he dicho. Dejadme sola.

        Cuando salí de la habitación en lugar de encaminarme a mis aposentos corrí a las caballerizas, cogí mi montura y llevado por el remordimiento y el dolor de las palabras de mi madre cabalgue y cabalgue buscando un lugar que nunca me habría de ocultar.

        Llegue a la aldea con ansias de buscar la taberna cuando sin saber porque escuche una multitud gritando JUSTICIA, JUSTICIA A LA HOGUERA CON ELLAS y entonces recordé. ¡Dios son ellas! Me acerque lo que pude ante tanta multitud gritando y clamando no se sabe que y pude ver a la guardia de mi padre escoltando un carromato enrejado. Y fue cuando las vi. Díos no se parecían casi en nada a las hermosas mujeres que yo vi junto al barranco. Habían sido arrastradas, golpeadas, insultadas. Una tremenda tristeza se apodero de mí. Una angustia que jamás ni aunque un millón de años viviera podré olvidar. Me pareció ver, pero no lo puedo asegurar. Que Isabela me miro. No alcanzo a saber si fue mi imaginación pero creí verla sonriente, tranquila. Quizá asustada. Como con una mezcla de miedo y dicha. A quien si pude ver claramente fue a Maria. 

        yaizayasmina
          yaizayasmina

          Dejo un trocito mas para vuestras majestades jejej

          Cierta mañana, después de una noche de tempestuoso vicio y en la que creí ver mi cabeza reventar en mil astillas, aparecí por la taberna a intentar matar tamaña resaca hija del diablo y de mil demonios más.

          ¡Vaya! Pero si es el caballero Don Jaime después de la dura batalla. Aspecto de cansado y derrotado traéis mi señor.

          Se oyeron risas de los allí presentes que terminaron por destrozar el poco bienestar del que me sentía capaz.

          Rodrigo. Vuestras palabras con cierta sorna e ironía se me hacen y la verdad no estoy para afrontar semejantes lances.

          ¿Ironía y sorna mi joven caballero? Cuentan (claro que tal vez de relatos de las malas lenguas se trata) que después de los esmerados y cariñosos juegos de una hermosa joven os quedasteis dormido y que tal joven quedó hambrienta de tanta satisfacción que presumís dar.

          Nuevas risas atronaron en mi embotada cabeza y una ira como nunca hasta entonces había sentido hizo presa en mi llevando mi enfurecida mano a la empuñadura de mi espada.

          ¿Dudáis de mi hombría Rodrigo? Juro que vuestras palabras habrán de ser borradas con vuestra propia sangre.

          ¿Dudar de vuestra hombría con la espada amigo Jaime? Jamás me atrevería a tal duelo.

          Sin embargo si tengo un reto que ofreceros y de cuyo resultado depende que las malas lenguas callen para siempre.

          ¿Las malas lenguas Rodrigo? Las malas lenguas sois vos. Habla y hazlo ya y será mejor que tu propuesta me convenza o juro que no saldréis  vivo de este maldito lugar.

          Supongo que conoceréis aunque solo sea de pasada claro esta. A Isabela hermosa joven de estos lares.

          Si la conozco. ¿Qué pasa con ella? Escupe ya de una maldita vez. Porque vos Rodrigo no habláis ni con mala lengua. Vos escupís como las serpientes envenenado cuanto acontece a vuestro alrededor. ¡Escupe ya! O por mil demonios que sin cabeza os he de dejar.

          ¡Sosiego Jaime! Sosiego. Que para el reto que os he de plantear tiempo habemos de daros. ¿Qué menos que tiempo nos des para plantearlo?

          Como os decía Isabela hermosa joven donde las haya, famosa es por lo impenetrable de su corazón y es ahí donde se os plantea el reto. ¿Que mejor forma de demostrar vuestras dotes de hombre que conquistar lo inconquistable cuan  capitán con tan solo cinco hombres o tal vez el solo escala las murallas para así abrir las puertas que llevarán al resto de sus fuerzas a la toma del lugar? En definitiva. Os propongo un juego de astucia e inteligencia frente al consabido dominio de vuestra espada.

          Pensativo quedé ante aquella propuesta que hoy no puedo considerar menos que barbarie.

          ¿Así que esta es vuestra apuesta? Conteste.

          ¿Apuesta? Yo no hable de apuesta sino de vuestro honor recuperar.

          Acepto con una condición.

          Vuestra es la palabra don Jaime.

          Si venzo en este lance vos os mandareis cortar la lengua para que nunca más un honor se haya de recuperar de vuestros embustes.

          Se hizo un silencio ensordecedor en la taberna. Pero yo sabia que Rodrigo habría de aceptar aunque me asía con fuerza desmesurada a su conocida cobardía para no hacer frente a una propuesta que por intuición me sabía perdedor. Pero a Rodrigo le iba en juego la lengua o la vida y para tamaño cobarde mejor vivir callado que no vivir.

          Sonó retumbado como mil ecos en las cavernas.

          Es justo. Acepto.  

          Nos veremos Rodrigo.

          Deteneos Jaime.

          ¿Y ahora que mosca os ha picado?

          Estaba pensando yo………………

          Hablad de una vez.

          Pues veréis. No veo justo que su yo pierdo en esta aventura yo haya de pagar un precios y vos ninguno.

          ¿En que habéis pensado?

          Si perdéis vos haréis que os cuelguen del cuello un cartel donde se pregone vuestra impotencia.

          Una terrible ira se apodero de mí y a punto de desenvainar mi espada estuve para atravesar de lado a lado a aquél miserable.

          ¿Por cuánto tiempo habré de llevar dicho cartel?

          Por siempre Jaime. Por siempre.

          ¿Habéis perdido la razón?

          Yo mi lengua jamás podré reponer.

          Nos veremos.

          ¡Jaime!

          Me di la vuelta con los ojos ensangrentados por el odio y un nuevo y aterrador silencio se hizo en el lugar.

          No habéis dado vuestra conformidad al pago.

          Rodrigo……….. Os juro que algún día conseguiré que vuestra miserable cobardía os permita batiros a espada.

          Acepto.

          Salí de la taberna arroyando todo cuanto se me interpuso.

          Fustigue a mi caballo como si se tratara del único culpable de todo lo sucedido en la taberna. Lo precipite hacia una carrera sin fin huyendo de aquel lugar.

          Esta creo que fue mi primera huida hacia lugares que jamás me pudieron ocultar.

          Aquella misma mañana cuando mi caballo ya agonizaba por el esfuerzo de aquella interminable carrera como perseguido por dragones de tres cabezas y por designios no se ya si de Dios del Diablo o del destino se cruzo en mi camino aquella hermosa muchacha que habría de malograr.

          Buenos días Isabela. Se vuestro nombre pese a no haber hablado nunca con vos porque hasta el aroma de las flores trasmiten con el viento la dulzura de vuestro ser.

          Sois muy amable.

          Permitirme que me presente.

          No es necesario. Vos sois Jaime hijo de Don Jaime dueño y señor de las tierras del norte por gracia de su majestad y con la bendición de Dios.

          ¿Puedo preguntar porque me conocéis?

          Vuestra fama os antecede. Borracho, holgazán y mujeriego. Eso es lo que de vos trasmite el viento y las flores si así lo queréis.

          Habladurías Isabela. Las malas lenguas.

          ¿Estáis seguro?

          Pues claro mujer.

          Se me olvido deciros que vuestro aliento y la mugre que lleváis encima dicen lo mismo.

          La mugre es por el duro cabalgar del que vengo.

          No necesitáis excusaros. Vuestra es la vida que manejáis y solo a vos os compete que hacer con ella. Ahora he de marcharme libre estoy de holgazanear.

          Estaba furioso. Mi primer encuentro con Isabela no había echo más que presagiar lo que mi intuición ya me había anunciado. Sin embargo mi furia fue contenida por lo cerca que había estado de algo tan hermoso. Su fresco aroma, su sonrisa, su voz dulce pese a la dureza de sus palabras, su largo y hermoso cabello hondeando al viento, sus ojos llenos de vida.

          Subí sobre mi agotada montura y nuevamente lo precipite en una frenética carrera hacía el castillo de mi padre. Pero esta ve no huía. Esta vez ansiaba llegar a casa.

          Cuando llegue, entre como exhalación buscando a mi madre al grito de ¡Madre! ¡Madre! ¡Madre!

          ¿Qué os sucede Jaime? ¿Ocurrió algo grave?

          Madre necesito que me prestéis a dos de vuestras doncellas.

          ¿Y para que necesitáis tal cosa?

          Para que me limpien, me laven, borren de mi toda huella de mugre y me perfumen con sabiduría de mujer.

          ¿No creéis que ya sois mayorcito para tal menester?

          Para lavarme si madre. Pero para acicalarme no sabría.

          Está bien. Yo os preparare agua caliente para que os lavéis y una vez limpio enviare dos doncellas para arreglaros y cortaros el pelo, rasurar esa barba que tan sucio aspecto os da y perfumaros

          Gracias madre. Os quiero.

          Leonor.

          Decidme Jaime.

          He visto a vuestro hijo como alma que lleva el diablo entrar en la casa gritando no se que. Pero seguro que alguna estupidez. ¿Se puede saber que mosca le ha picado?

          Tan solo desea lavarse y acicalarse.

          ¿Y para que semejante memez?

          Para lo mismo que deberíais hacerlo vos. Es decir para no oler mal.

          Me gusta oler mal. Huelo a hombre, que es como debe de ser.

          Quizá sea esa la razón de que solo a vos mismo os gustéis.

          Callaos y seguid con vuestros quehaceres. O perderé mi paciencia.

          Vos habéis preguntado no yo.

          Cierto es que después de aquel baño y acicalado me sentí nuevo. Como si un enorme peso me hubiera quitado de encima. Me sentí más limpio y sano de mente. Como rejuvenecido como si la mugre que llevaba encima hubiera arrastrado consigo toda la inmundicia de mi alma. Me propuse no beber una sola gota de vino, cenar con mesura y retirarme a dormir temprano para con la frescura del nuevo día cabalgar despacio para no levantar polvo que manchara mi nuevo y fresco aspecto.

          Fue así como antes de que cántara por primera vez el gallo, partí en busca de no perder mi honor. Porque……….. ¿No vais a decirme vuestro nombre?

          Yo no he dicho tal cosa.

          ¿Qué dijisteis entonces?

          ¿Recordáis hechos sucedidos ya hace tanto tiempo y no recordáis lo acontecido quizá tan solo hace unos momentos?

          ¡Momentos! ¿Tan solo mementos han pasado?

          ¿Intentáis cambiar de tema Don Jaime? ¿Queréis volver a huir? ¿Esta vez hacía que lugar? Dejadlo, es igual tal sitio no existe y no podréis llegar.

          Si. Es cierto en busca de no perder mi honor. Porque como ya dije antes yo nunca ame a esa hermosa muchacha. Eso si. La admire. Dios como la admire. ¿Cómo pude ser tan miserable? ¿Tan cobarde? Si existe Dios ¿Por qué no me impidió tal atrocidad?

          Busqué a Isabela por los lugares que imagine encontrarla y al fin la hallé.

          Buenos días Isabela.

          Lo mismo os deseo Jaime. Parece que el nuevo día os dio un nuevo aspecto.

          El nuevo día y mi interés por vos.

          ¿Y cual es vuestro interés por mí? Espero tener derecho a saberlo.

          Amor lo llaman mi querida Isabela.

          ¿Amor Jaime? Esa es una palabra muy amplia y mi corazón ya esta lleno de ella.

          ¿Quién es el?

          Eso no os concierne.

          Si me concierne. Pues es un rival en lo que mío ha de ser.

          ¿De vos he de ser? Vuestro rival no es el. Sino mi corazón y este no empuña espada alguna pues lo que tiene de el es y ni vos ni cien mil hordas más podrán arrebatar de mi corazón lo que ya no es de el. Pues entregado está.

          Aquellas palabras sonaron tajantes, fulminantes, irrevocables como la muerte misma.

          ¿La muerte? Esa era la salvación de mi honor. No mi muerte. Demasiado cobarde para tal cosa. Sino la muerte de el. La muerte del dueño de su corazón. Por un momento vi mi honor salvado. Todo estaba arreglado. La seguiría hasta el encuentro con su galán y cuando se separaran y teniendo como amigas y cómplices las tinieblas en la oscuridad atravesaría con mi espada a quien osaba interponerse en la recuperación de mi honor.

          Fue así como con mi nuevo y flamante plan decidí tomar habitación en la posada del lugar. Así podría estar cerca de ella. Estudiar sus costumbres y seguirla llegado el momento.

          También decidí que no tenía prisa, pues ni Rodrigo ni los demás dieron plazo alguno para el cumplimiento de tan monstruosa cobardía.

          Esa noche decidí matar el tiempo y la impaciencia entregándome a una de mis acostumbradas orgías. Bebí hasta que ya apenas me mantenía en pie. Pague a una ramera y la hice llevarme al lecho y de repente me vi a mí mismo diciendo: Salid de aquí sucia ramera, no servís para nada, no sabéis hacer nada, maldita seas.

          Es a vos que no se os pone dura, sois vos el impotente.

          Gritaba la muy puta.

          Salid de aquí si no queréis que os decapite esa cabeza de mala puta que tenéis.

          Que te zurzan maldito cabestro. Ni una catapulta levantaría esa porquería que tienes entre las piernas.

          Hacía tiempo que yo notaba en mí aquella falta de virilidad, pero siempre lo achaque al vino y la mala vida. Bueno siempre me puse por excusa estas razones y nunca acudía donde una mujer sin haber bebido pues de lo contrario no habría tenido excusa para ella y sobre todo para mi mismo.

          Esta bien si. Te estoy mintiendo.

          No Jaime te mientes a ti mismo.

          Tienes razón. Bebía antes de cualquier refriego para que ante los demás el vino fuera la excusa de mi impotencia. Pero esta excusa solo sirvió durante algún tiempo y de ahí el reto que el miserable Rodrigo echo sobre mis espaldas. ¡Que estúpido fui! Rodrigo ya sabia que lo tenia ganado y yo que creí saberlo todo caí en la trampa.

          No Jaime no fuiste estúpido. Fuiste orgulloso pero ante todo fuiste ignorante.

          ¿Ignorante? ¿Qué queréis decir?

          Que no sabías lo que ahora sabes Jaime. Solo eso.

          Como decía hace un rato. Tomo aposento en la aldea y dedique los sucesivos días a la noche de mi refriega con la ramera a espiar paso a paso todos los movimientos de Isabela y tan solo una cosa me llamo la atención des sus costumbres y que me hizo pensar que estaba en el buen camino. Ella todos los atardeceres montaba su precioso corcel blanco y cabalgaba armoniosamente y sin prisas hasta una morada más allá del bosque. Junto al barranco. Una morada humilde, sencilla pero que irradiaba paz, tranquilidad y acogimiento. Isabela estaba preciosa sobre su corcel su pose esbelta y radiante orgullosa de sus pasos. No. Es cierto que no la ame pero es que yo era indigno de amar tanta hermosura.

          Como decía este hecho me llamo la atención y como quien no quiere la cosa un día dije: ¡Posadero!

          Decidme Don Jaime.

          ¿Quién habita la morada tras el bosque?

          ¿Morada tras el bosque mi señor?

          Maldita sea no os hagáis el diota ante mi. La morada que esta junto al barranco.

          ¡Ah! Ya caigo. Decís la morada de Maria.

          ¿Morada de Maria?

          Si Don Jaime. Una mujer hermosa muy hermosa con cierta fama de bruja en el lugar.

          ¿Y a que es debida esa fama?

          No lo se mi señor. Quizá sea a que vive sola. Nunca se le conoció compañía alguna. Se sabe muy poco de ella y por la aldea viene muy poco y cuando lo hace sus palabras son muy escasas.

          ¿Y dices que es hermosa?

          Si muy hermosa. Mujer madura. No es ninguna moza pero quizá también sea por sus poderes de bruja que conserva hermosura y radia juventud.

          ¿Y decís que nadie más habita la morada?

          Nadie de quien se tenga conocimiento mi señor. ¿A que es debido vuestro repentino interés si puedo preguntarlo mi señor?

          No. No puedes preguntarlo. Son cosas mías.

          Decidí que al día siguiente la seguiría y una vez llegado a la casa del barranco me escondería en la maleza del bosque y cuando las luces del día atenuaran me aproximaría para investigar tal misterio.

          Y así lo hice. ¿Cómo habéis dicho que os llamáis?

          No lo he dicho Jaime. Continuad por favor.

          Está bien. Sois duro de pelar. ¿No os aburrís con tanta monserga?

          ¿Os habéis aburrido vos en vuestra vida?

          ¿Siempre respondéis con otra pregunta? No. Aburrirme en mi vida desde luego que no. Me he asqueado eso si y mucho pero aburrir precisamente no.

          Ahí tenéis la respuesta a vuestra pregunta.

          Entiendo.

          Cuando la ocasión fue propicia, me acerque sigilosamente hasta la morada. Con la mala suerte de un ruido improvisado.

          Isabela hay alguien fuera.

          Maria son los sonidos del bosque. ¿Nunca dejareis de sentir miedo?

          Te digo que hay alguien fuera. Voy a mirar.

          Como quieras.

          Tuve suerte y pude esconderme entre los leños amontonados que servían para el hogar de la morada. Pero mi alma estuvo en un vilo. No se porque me sentí atemorizado y tan solo eran dos mujeres. ¿Qué podía temer aún siendo descubierto?

          Tenías razón Isabela. Fueron los sonidos del bosque que me alertaron.

          ¿Alertar de que Maria? ¿Qué teméis?

          Temo por ti Isabela. Mi vida salvo para ti misma poco valor tiene pero si te hicieran daño a ti no podría soportarlo. Ni el mismísimo infierno sería mayor condena que verte sufrir a ti.

          Pude asomarme con exhaustivo cuidado a una de las ventanas.

          Maria abrázame. Necesito que me ames. Tus caricias. Necesito sentir tu respiración sobre mi piel.

          ¡Oh Dios! Isabela ¿Por qué? ¿Por qué? Esta condena.

          Tú lo dijiste hace tiempo. El amor siempre se cobra un precio pero no es en este en lo que hemos de fijarnos sino por lo que de el hemos obtenido. Y yo Maria solo dicha y felicidad he obtenido.

          Si. Pero temo tanto no poder pagar ese precio.

          ¿Qué precio Maria?

          Solo uno temo Isabela. El de verte sufrir. Lo demás aunque con mi vida haya de pagar no me preocupa.

          ¿No te preocupa? Si pagas con tu vida ¿Crees que yo me quedaría feliz? ¿Qué no sufriría?

          No, Isabela sabes que mis palabras no han querido decir tal cosa.

          Yo no podía dar crédito a todo lo que estaba oyendo.

          Entonces Maria ámame. Tómame en tus brazos y hazme dichosa como tantas y tantas veces. Si algún día somos descubiertas nuestro amor nos protegerá y estoy segura que no habremos de presentar cuenta alguna ante Dios pues no creo que el se pida cuentas así mismo. Él que predico el amor.

          Temo tanto por ti Isabela.

          Yo temo por las dos.

          Y entonces vi la escena de amor más bella que jamás presencie. Se entregaron en cuerpo y alma allí mismo. Rebozo pasión, el ambiente se impregno de dulzura, caricias, entrega total de la una a la otra. Sus caricias eran acompañadas de suaves susurros que apenas el aire podía traerme. El precioso vestido azul de Isabela se deslizo lentamente como las hojas de otoño llevadas por suaves vientos. Su cuerpo allí desnudo, era acariciado con lentitud por los labios de Maria. Como queriendo saborear cada instante. Deseando que aquello no tuviera fin.

          Te amo tanto Isabela.

          Y yo a ti Maria pero no hables tan solo susurra. Acaríciame con tu voz. Quiero ser tuya. Necesito ser tuya.

          Te necesito tanto Isabela.

          Ambas nos necesitamos. Jamás fui tan dichosa. Cada caricia tuya me hace depender más y más de ti.

          Como digo jamás contemple tan hermosa escena. Me retire casi de inmediato del lugar. Tan sigilosamente como llegue. Yo no tenía ningún derecho a manchar con mi infamia tan bello y dulce lugar. Volví la vista atrás y todo el lugar me asombro por su incomparable belleza. Estoy seguro. Dios habitaba en aquel lugar. Él como dijo Isabela predico amor y nunca presentí tanto amor como en la morada más allá del bosque. Junto al barranco. ¿Que otro lar podía elegir Dios para estar presente?

          Cuando me hube alejado lo suficiente para no corromper tanta belleza subí sobre mi montura y lentamente cabalgue. No tenía prisa. Cada imagen, cada palabra que había visto y escuchado recorrían mi mente con exagerada lentitud. Necesitaba revivir cada momento. Aquellos instantes de sosiego, pasión y  amor en los que mi alma tanto necesitaba verse inmersa.

          De pronto mi cuerpo se vio recorrido por un terrible escalofrío. Tan bellos pensamientos se alejaron de mi como acompasando al trotar de mi caballo y entonces me di cuenta que mi honor estaba perdido. Yo jamás podría atravesar con mi espada a una mujer y menos aún después de la experiencia vivida. Mi flamante plan se venia abajo. No tenía posibilidad alguna de resarcir mi honor. ¡Dios! ¿Por qué? Semejante castigo. ¿Por qué?

          Solo me quedaba un camino. Perder mi cobardía y zanjar mi miserable vida que a nadie beneficiaba. Con esta idea hice galopar a mi caballo haciéndole agonizar de nuevo en una nueva y estrepitosa huida.

          Cuando por fin  llegue al castillo me sentía abatido, hundido, destrozado. Demasiado cobarde para cumplir con mi propia sentencia de muerte.

          Caí estrepitosamente sobre un sillón en la sala principal. Quede somnoliento, con la mirada perdida en un terrible vació. No se si pasaron minutos o tal vez horas cuando me despertaron voces provenientes del salón de caballeros. ¡No podía ser! No eran tiempos aquellas fechas para reunión de caballeros.

          Me acerque sigilosamente para poder escuchar mejor.

          Entre el cortinaje pude ver al caballero que acompañaba a mi padre y no lo podía creer era nada más y nada menos que Don Felipe Del Gran Canal emisario personal de su majestad el rey Jaime mi madre se encontraba presente. Cosa extraña pues nunca a ella le gustaron las reuniones entre caballeros. Sin embargo más tarde pude saber que fue Don Felipe Del Gran Canal quien exigió su presencia allí.

          Decidme Don Felipe ¿Cómo se encuentra nuestra amada majestad?

          Bien, bien. Como buen soberano responsable de sus dominios y es por ello mismo que estoy aquí pues lamentablemente esta no es una visita de cortesía.

          Mi padre se levanto como catapultado.

          ¿Qué queréis decir Don Felipe?  ¿He ofendido yo en algo a nuestro bien amado rey?

          No, no en absoluto. Si así fuera me habría presentado con la guardia necesaria para arrestaros. Sentaos y tranquilizaos y sobre todo dejad que termine de deciros las razones de mi visita.

          Esta bien Don Felipe. Os ruego perdonéis mi brusquedad.

          Mi madre permanecía callada pero sin perder atención a los hechos. Pude intuir que en aquella atención por parte de mi madre había preocupación. La sentí inquieta, nerviosa pero firme sin perder la compostura como había hecho mi padre.

          Bien Don Jaime. Como estoy seguro ya sabréis que nuestro estimado soberano está intentando estrechar relaciones con el Santo Padre. Bien sabéis que en los últimos años ha habido por así decirlo ciertas inquietudes y tensiones entre la Santa Madre Iglesia y nuestro reino y no está bien estar a mal con Dios. ¿Lo comprendéis verdad Don Jaime?

          Id al grano Don Felipe. Os lo ruego.

          Note que mi madre se ponía mas tensa, prestando su mayor agudeza a lo que estaba escuchando.

          El caso Don Jaime es que han llegado ciertos rumores a la corte de ciertos hechos que estoy seguro no cuentan con vuestro beneplácito pero son tantos vuestros dominios y preocupaciones que seguro se os han escapado inocentemente.

          Por Dios Don Felipe os vuelvo a rogar rapidez en vuestra exposición.

          Los rumores son sobre brujería.

          En aquellos momentos vi sobresaltarse a mi madre y como el libro que asía en sus manos caía al suelo.

          ¿Os ocurre algo Leonor? Habéis palidecido. Pregunto y afirmo Don Felipe.

          No mi señor Don Felipe. Me he sentido algo indispuesta por un momento pero ya estoy bien.

          Prosigamos entonces. Como os decía Don Jaime los rumores son sobre cierta mujer que habita en vuestras tierras. Una tal Maria o algo así, que vive ermitaña desde hace años.

          Mi madre palidecía por momentos. Nunca jamás la vi tan indispuesta.

          ¿Brujería Don Felipe? Jamás permitiría tal infamia en mis tierras.

          Lo se, lo se Don Jaime y también lo sabe el rey es por eso que estoy aquí. Para intentar averiguar si a  tanta obligación y deber por vuestra parte se le ha podido escapar algo tan importante pero a la vez insignificante en comparación a vuestras obligaciones como fiel servidor de su majestad el rey Jaime.

          Aquella era mi oportunidad. De repente vi las puertas de mi salvación. Mi honor estaba salvado. Si Maria e Isabela eran arrestadas por brujería sería condenadas a la hoguera y yo estaría libre para siempre de mi compromiso con Rodrigo.

          Don Felipe no veo como tal cosa se ha podido escapar a mi control. Bien sabéis que las gentes viven de rumores cuando no tienen otra cosa a la que atender.

          Aquel era el momento de mi entrada triunfal.

          ¡Padre! ¿Me dais vuestro permiso?

          ¿Cómo os atrevéis a interrumpir tan importante reunión con el emisario personal de su majestad?

          Padre es que es en relación al tema que Don Felipe ha venido a exponer.

          Mi madre se levanto como un resorte.

          Jaime. Vuestro padre tiene razón. Salid de aquí inmediatamente. Vuestro rango no os permite estar presente en esta reunión.

          Fui a darme la vuelta y salir poco menos que corriendo cuando la voz de Don Felipe:

          Leonor excusar a vuestro hijo. Es el ímpetu de la juventud. Y por otro lado parece tener algo interesante que decir en relación a las razones de mi visita.

          Con vuestro permiso Don Jaime me gustaría oír lo que vuestro hijo tiene que decir.

          Ya que Don Felipe así lo desea habla entonces Jaime.

          Veréis padre. Don Felipe tiene razón en decir que vuestras obligaciones os mantienen terriblemente ocupado. Y hasta mí  al igual que a su majestad el rey Jaime llegaron rumores sobre ciertos actos de brujería en la morada que esta pasado el bosque junto al barranco. Así pues decidí indagar por mí cuenta para salvaguardar vuestra autoridad y control sobre las tierras. Así pues ayer al atardecer decidí espiar los alrededores de esa morada.

          Mi madre palidecía por momentos. Creé verla desmayarse en cualquier momento.

          Prosigue Jaime.

          Si padre. El caso es que con todo sigilo conseguí ver el interior de la casa. ¿Y cual fue mi sorpresa? No una sino dos brujas se entregaban en cuerpo y alma a la lujuria, al pecado ante Dios, blasfemando desnudando sus pecadores cuerpos y entregándose a la más blasfema de las orgías.

          Mi padre se levanto enfurecido nunca vi tal odio en sus ojos. Su voz sonó atronadora.

          ¡A mi la guardia! ¡Maldita sea he dicho que a mi la guardia!

          A vuestras ordenes mi señor.

          Traedme a esas dos brujas. Traédmelas empaladas y quemadas para que sus sucios cuerpos no manchen mi morada.

          Mi madre se levanto con el semblante pálido pero con una voz firme y tajante.

          Don Jaime mi señor. No podéis dar tal orden.

          ¿Cómo habéis dicho Leonor? Pregunto mi padre con los ojos ensangrentados. Por un momento cerré los ojos creyendo que allí mismo y en ese preciso instante mi padre decapitaría a mi madre de un solo tajo.

          He dicho que no podéis dar tal orden. Eso sería desobedecer la ley del rey a quien decís amar y servir. La ley de su majestad da derecho a un juicio justo y vos le estaréis desobedeciendo si dais tal orden.

          ¿Un juicio justo? Esta bien tendrán su juicio. Pero no olvidéis que esas perras han faltado directamente a la ley de Dios y por tanto no es a su majestad a quien corresponde juzgarlas.

          ¡Guardias!

          ¿Mi señor?

          Arrestar y encarcelar a esas hijas del averno y enviad con cien caballos si es preciso para que no se detenga un emisario en busca del inquisidor.

          Mi madre perdió todo color en su piel y nunca vi tamaña tristeza en sus ojos. Mil calvarios sufrió con mi padre pero nunca la vi tan abatida.

          ¿Vos no tenéis nada que decir Don Felipe? Pregunto mi madre casi en un susurro.

          En grave responsabilidad me ponéis Leonor.

          La que os corresponde Don Felipe Del Gran Canal. Solo la que os corresponde.

          ¿Cómo os atrevéis? Vocifero mi padre.

          Tranquilizaos Don Jaime. Vuestra esposa tiene razón. Tal responsabilidad me corresponde como máximo representante del rey en esta sala.

          Tenéis razón Doña Leonor en vuestro razonamiento y si vuestro marido no llega a rectificar su orden yo mismo habría arrestado a vuestro marido por desobediencia y desacato la las leyes de su majestad. Pero vos habéis sido sabia y con buen tiento le habéis hecho rectificar. Y quiero pensar que consideráis sabia la decisión última de vuestro marido pues con la acción contada por vuestro hijo se ha faltado principalmente a la ley de Dios y por tanto corresponde a los jueces designados por la Santa Madre Iglesia designar un juez que imparta justicia en el nombre de nuestro señor.

          ¿Puedo considerarlo así Doña Leonor?

          Si mi señor Don Felipe. Podéis considerarlo así. Si me lo permitís me gustaría retirarme pues nuevamente me siento indispuesta y me gustaría descansar.

          Claro que podéis retiraros Leonor. Espero que descanséis y muy pronto os sintáis repuesta.  Deberíais prestar más cuidados a vuestra esposa Don Jaime. Es toda una mujer.

          Y también deberíais sentiros orgulloso y satisfecho de vuestro joven hijo. En cuanto os sea posible quiero que lo llevéis a la corte para presentarlo al rey como digno heredero vuestro.

          Así se hará Don Felipe. Podéis estar seguro de ello.

          Yo no pude menos que salir corriendo a vomitar. Sentí nauseas de mi mismo. Del crimen que acababa de cometer. Mil remordimientos tal vez un millón hicieron presa en mi. Me retorcí, vomite y termine en las gigantescas barricas de la bodega de mi padre. Intentando ahogar aquellas nauseas y remordimientos. Aquél terrible asco que sentí de mi mismo.

          Desperté al día siguiente en las bodegas del castillo. Envuelto en mis propios vómitos, mi bilis, apestaba a inmundicia. Me levante como pude y me encamine hacía mis aposentos con la intención de asearme. Entonces vi la puerta de la habitación de mi madre entre abierta.

          Madre. ¿Puedo pasar madre?

          Pasad Jaime pasad pues ya lo mismo me da tanto si estas como si no estas. Tan solo puedo veros ya como a uno más pues vos mismo habéis arrancado de mi alma vuestra existencia.

          ¡Madre! ¿Por qué me habláis así? ¿Qué os aflige tanto? Tan solo son dos mujeres endemoniadas y pecadoras a los ojos de Dios.

          Mi madre se levanto despacio, lentamente y avanzo hacía mí.

          Miradme a los ojos Jaime.

          Yo no podía mirarla. Mantenía la cabeza agachada incapaz de alzar los ojos.

          Os digo que me miréis a los ojos.

          Como pude y con terrible esfuerzo alce la cabeza. Cualquiera que hubiera visto los ojos de mi madre habría dicho sin temor a equivocarse que estaban llenos de odio y necesidad de venganza. Pero yo sabia que no era así yo sabia que aquella mirada clamaba justicia TAN SOLO JUSTICIA.

          Entonces pude escuchar el eco de la tremenda bofetada que mi madre me propino. Nunca desde que tengo uso de razón recuerdo que mi madre me alzara la mano. Aquella fue la primer y única vez pero ni un millón de heridas en combate pudieron jamás igualar su dolor.

          ¿Endemoniadas y pecadoras a los ojos de Dios? ¿Acaso veis a vuestra madre como a tal?

          Yo no podía contestar.

          Contestad maldita sea contestad.

          No madre. A vos no os veo así.

          ¿A no? ¿Y que os he dado yo sino amor? Crimen del que se les acusa a esas endemoniadas. ¿Decidme?

          Madre lo de esas mujeres es pecado y no amor.

          Miradme a los ojos Jaime.

          Yo temía otra enorme bofetada.

          Miradme a los ojos. Os lo ruego

          Cuando conseguí alzar los ojos pude escuchar.

          Poneos la mano en el corazón y decidme ¿Qué visteis a través de esa ventana?

          ¡Madre yo…………….

          Poneos la mano en el corazón y sin dejad de mirarme decidme que visteis.

          Ni una sola palabra pude balbucear. Ni una tan solo.

          Lo suponía. Marchaos. Dejadme sola. Necesito descansar y pensar.

          Madre……..

          Marchaos he dicho. Dejadme sola.

          Cuando salí de la habitación en lugar de encaminarme a mis aposentos corrí a las caballerizas, cogí mi montura y llevado por el remordimiento y el dolor de las palabras de mi madre cabalgue y cabalgue buscando un lugar que nunca me habría de ocultar.

          Llegue a la aldea con ansias de buscar la taberna cuando sin saber porque escuche una multitud gritando JUSTICIA, JUSTICIA A LA HOGUERA CON ELLAS y entonces recordé. ¡Dios son ellas! Me acerque lo que pude ante tanta multitud gritando y clamando no se sabe que y pude ver a la guardia de mi padre escoltando un carromato enrejado. Y fue cuando las vi. Díos no se parecían casi en nada a las hermosas mujeres que yo vi junto al barranco. Habían sido arrastradas, golpeadas, insultadas. Una tremenda tristeza se apodero de mí. Una angustia que jamás ni aunque un millón de años viviera podré olvidar. Me pareció ver, pero no lo puedo asegurar. Que Isabela me miro. No alcanzo a saber si fue mi imaginación pero creí verla sonriente, tranquila. Quizá asustada. Como con una mezcla de miedo y dicha. A quien si pude ver claramente fue a Maria. 

          yaizayasmina
            yaizayasmina

            Un trocito mas

            Maria mantenía su cuerpo delante del de Isabela. Protegiéndola de la chusma. Evitando que las piedras lanzadas le dieran a Isabela haciendo de escudo con su cuerpo. Manteniendo a Isabela arrinconada contra una de las esquinas del carromato para proteger su espalda.  Y entonces comprendí aunque como digo no se si fue mi imaginación o si realmente lo vi. Pero comprendí aquella sonrisa de Isabela, aquella dicha, aquella paz. Sonrisa y dicha porque se sentía protegida por su amor. Por lo que jamás nunca nadie pudo arrebatar de su corazón. Y con temor por el dolor de aquel escudo humano dueño de su alma y de su ser.

            Entonces entre en cólera y comencé a golpear y gritar a los allí presentes.

            ¡Maldita chusma! ¿Qué clamáis? Vosotros sois carne del infierno no ellas. ¡Dios destrúyenos! Envía tu cólera contra este acto de cobardía y traición a tus enseñanzas de amor. ¡Destrúyenos! ¡Destrúyenos! Y sálvalas a ellas.

            Me abrí paso como pude hasta la posada. Necesitaba ahogar tanta mezquindad en vino. Por un momento volví la vista atrás…………… ¡Dios todo poderoso! Mujeres, hombres y hasta los niños invocaban a Satanás. Y es que si alguna vez hubo en aquellos lares llamada a las fuerzas del mal. Aquél fue ese momento.

            Entre en la posada con ansias de beber y de pronto………….

            ¡Vaya! Si es el joven Jaime.

            Me quede inmóvil, paralizado. Aquel momento es lo último que hubiera deseado vivir.

            No me provoquéis Rodrigo.

            ¿Provocaros? No era esa mi intención. A no ser que felicitaros sea sinónimo de tal cosa.

            ¿Felicitarme? ¿Por qué?

            Bueno………… Digamos que has sido un buen capitán. Inteligente y astuto que ha diseñado una estrategia en la que yo nunca hube de pensar. Así pues digamos que la victoria ha sido vuestra. Pero claro esta. Yo ningún precio he de pagar pues nunca aquí se hablo de esta mezquindad. Felicitaros también como no por saber evitar que vuestra alma se mezclase  con brujas y demonios de tamaña intensidad.

            Rodrigo…………. Habéis herrado en ambas felicitaciones. Sin embargo yo si os he de felicitar a vos. Ya que sois vos quien ha ganado.

            ¿Yo?

            Si. Vos. Os propusisteis demostrar mi escasa virilidad algo ……. Que ya demostrado esta y que yo ahora os confirmo poniendo a los presentes como testigos. Me preocupo mi virilidad a la que en aquel momento como recordaréis llame hombría.

            ¿Cierto?

            Cierto es Jaime. Muy cierto.

            Y no supe distinguir entre virilidad y hombría. En aquél momento ya no tenia virilidad pero si hombría y ahora nada me queda Rodrigo nada me queda. Pues jamás un hombre que se precie de tal habría de cometer tamaña cobardía.

            Hubo un largo silencio y me dispuse a marchar.

            ¡Jaime!

            ¿Decidme Rodrigo?

            ¿Os colgareis entonces el cartel?

            No Rodrigo. Pero no porque no lo merezca. Pues merezco ese y cien más. Pero necesito olvidar.

            Salí de la posada sin haber probado el vino. Subí a mi montura y me encamine al castillo.

            Cuando hube llegado, subí como pude hasta mis aposentos y allí sin ganas para tal menester me asee en lo que pude y volví a bajar al patio de entrada al castillo. Me senté con la mirada perdida a esperar la llegada de la guardia y sus prisioneras. Cuando ya las luces del día agonizaban me desperté de un sueño de no se cuanto tiempo y allí estaban. Ví a mi padre en el centro del patio y cuando hubieron descargado a las reas este ordeno que las encadenaran y encerraran en una de las torres. Pero mi asombro fue que no dio la orden gritando, vociferando, blasfemando. La dio para mi gran asombro de forma apesadumbrada. Como triste tal vez angustiado.

            Mi padre dio órdenes de doblar la guardia en todo el castillo y en todas sus tierras para evitar cualquier linchamiento. También ordeno que todo aquel que hablase de quemas u hogueras antes de la llegada del inquisidor que fuera arrestado inmediatamente. Fue a raíz de estas órdenes que pareció convertirse sus tierras en una inmensa laguna de paz.

            En el castillo parecía haberse detenido toda actividad. Mi padre no gritaba, no blasfemaba y casi no se le veía. Una enorme tristeza se apodero del lugar. Una tristeza y gran confusión porque yo no conseguía entender que pasaba.

            Así transcurrieron días. ¿O tal vez fueron semanas? Nunca fui muy capaz de medir el tiempo y en aquellos días mucho menos.

            Cierto día en que yo bajaba de mis aposentos vi como mi madre se dirigía a la alcoba de mi padre. Me acerque con sumo cuidado para no hacerme notar.

            Don Jaime mi señor. Necesito hablar con vos.

            Lo se Leonor, lo se. Os esperaba. Tarde o temprano sabía que vendríais.

            Me jurasteis salvaguardar su vida y darle protección en vuestras tierras.

            ¿Y acaso no he cumplido Leonor? No tengo yo la culpa de la estupidez de vuestro hijo. Vos le habéis educado no yo.

            Tenéis razón. Eso es cierto. Yo lo he educado y no he sabido hacerlo. Pero no he venido a hablar de nuestro hijo.

            ¿De que deseáis hablar?

            La historia se repite Don Jaime. Como si buscara venganza de actos de nuestro pasado.

            ¿Venganza? ¿Por qué? ¿Qué hicimos mal?

            Yo, traicionar mi amor. Vos secuestrarlo.

            ¡Leonor! ¿Por qué no podéis amarme como la amáis a ella? Yo os he amado tanto y aún os amo tanto pese a tantos años de desprecio por vuestra parte. ¿Por qué no podéis amarme a mí?

            Mi querido Jaime. Ese es vuestro precio al amor. No es mucho comparado con el mío. Vos me habéis tenido a vuestro lado aunque yo nunca os haya amado y si tenéis razón os he despreciado. ¿Pero que he tenido yo? Nada Jaime nada. Salvo saberla con vida y ahora eso también me quitáis.

            Yo no os lo quito Leonor. Bien sabéis que su vuestro hijo no hubiese hablado delante de Don Felipe yo mismo las escoltaría lejos de mis tierras donde nadie las conociera y pudieran vivir en paz. Pero eso ahora es imposible y bien lo sabéis.

            También podías haberte negado a que tu hijo hablara cuando Don Felipe os lo requirió. Sabias perfectamente el camino que estaba tomando la conversación. Pero permitiste que hablara.

            Si tal vez pude haberme negado a que hablara nuestro hijo. Pero no lo hice y no me preguntes porque pues te aseguro que no lo se. Tal vez cobardía.

            ¿Solo tal vez? Mi querido Jaime.

            ¿Qué queréis de mi Leonor? ¿Qué habéis venido a pedirme? Olvidaros de que las deje en libertad. Eso supondría la horca para mí y también para vos y hasta para vuestro hijo. Pues ya oísteis a Don Felipe. El rey necesita reconciliarse con el Santo Padre y no dudara en impartir las más duras sentencias para acercarse a la Iglesia.

            Lo sé y no os pido que las dejéis en libertad. Poco me importa mi vida ya pero la vuestra y la de nuestro hijo no me pertenecen.

            ¿Entonces que queréis Leonor? ¿Qué deseáis de mí?

            Que relajéis la guardia y me dejéis verlas.

            ¿Verlas? ¿Con que intención?

            Con la de darles algo de comodidad y mejores alimentos que los que vuestra guardia reparte.

            ¡Dios! ¿Sabéis lo que me pedís?

            Nada. Frente a lo que os he dado.

            ¿Qué me habéis dado Leonor?

            Mi vida Don Jaime. Mi vida. Ahora entiendo y se que mejor haber perecido en las llamas que estos no se cuantos años ya de desolación. ¿Y total para que Don Jaime? Maldita sea ¿Para que? ¿Para ahora verla morir? Mil de mis miserables vidas daría por volver atrás y cerrar los ojos juntas. Visitar la oscuridad juntas y mil infiernos más pero juntas ¡Me oyes Don Jaime! ¡Juntas! Ya no me queda nada mi señor Jaime nada, nada, nada, nada

            Nada. Repitió mi madre una y otra vez sollozando.

            Pero yo os amo Leonor. Os amo como nunca pude amar. Me tenéis a mi Leonor.

            ¿Es que nunca vais a entender que yo vine a vivir con vos sin mi corazón? ¿Nunca lo vais a entender?

            Está bien Leonor. Relajare la guardia y podréis visitar a las presas. Pero no me pidáis nada más porque nada más os daré.

            Si os voy a pedir más mi señor.

            ¿Cómo decís? Casi grito mi padre.

            Os pido muy poco mi señor y me lo debéis.

            Habla ya Leonor o terminaras con mi paciencia.

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