Érase una vez, en una gran ciudad fría y gris, un rincón apartado pero dentro de sus inmediaciones, que desentonaba por sus colores y su brillo...

¿Cómo aquel llamativo lugar pudo haberse convertido en buen escondrijo para ti?

Podría ser un antro de perdición, quizás, pues su puerta roja se abría y cerraba rápidamente, dejando entrar y salir a personas que ocultaban su cara bajo una máscara dorada.

- Alberto, la próxima vez que uses mis pantalones escoceses como bufanda, ten al menos el detalle de avisarme.

- Anda, ¿qué dices?  ¡Si yo ya no fumo... tabaco...! Calla, calla... Mira quién está ahí: la Señorita Glorificación, o Glori, como tú la llamas.

- ¿Que si la conozco...? Venga, dame la peluca y lo demás. No quiero ni pensar lo que pasaría si nos reconociera. El otro día, Lirio, la hija de Fermín hizo una pequeña broma sobre su nariz cuando ambos estaban comprando el pan en la tienda de su familia... ¿No te diste cuenta acaso de quién era el muñequito que giraba en la rueda de los dardos que ella lanzaba alegremente ayer en la pista de juegos...? ¡¡¡Era Fermín...!!!

- Hija de... Uuuuyyy... ¡Ay, perdona...! Digo, ¡perdone, perdone usted...! Creo que me acaba de dar un tirón en... Por favor, Albertoooo... ayúdame, que necesito un poco de aire.