ELLOS Y ELLAS

 

 

     El reparto de la autoestima entre las mujeres y los hombres ha sido tema de estudios y de no pocas polémicas, (Susan Harter, La construcción del ego, 1999). Si analizamos la historia de la mujer, en comparación con la del hombre, es innegable que cientos de libros considerados por muchos sagrados y de tratados de ciencia han alimentado una sucesión de teorías e ideologías devaluadoras del sexo femenino. Entre los primeros, la extensa lista abarca desde el relato del Génesis ¬ donde Dios subordinó la creación de la primera mujer a la necesidad de compañía del hombre y la esculpió de una de las veinticuatro costillas de éste ¬ hasta los pronunciamientos generalizados que consideran explícitamente  que los varones son los únicos embajadores del reino de los cielos ante los mortales.

     En el mundo de las ciencias, el mismo Aristóteles, juzgado por muchos como la figura intelectual más importante de todos los tiempos, afirmaba en su obra De generatione animalium que las mujeres éramos seres inferiores porque tenemos la sangre “más fría”, lo cual mermaba nuestra capacidad para razonar. Decepciona que estas teorías, apoyadas en argumentos absurdos, que durante varios milenios propugnaron la inferioridad del género femenino, no fuesen desechadas en el curso de la Historia por grandes genios como Hipócrates, Galeno, Bacon, Descartes, Pascal, Darwin, Freud o Einstein, a quienes debemos el haber desvelado muchas leyes misteriosas del Universo. No menos decepcionante han sido las políticas discriminatorias contra la mujer, promulgadas por líderes sociales y políticos de todos los colores e ideologías desde hace por lo menos seis milenios.

     Esta situación insostenible comenzó a cambiar en los últimos dos siglos, cuando un puñado de intrépidas pioneras feministas plantaron en Europa y Estados Unidos las semillas de la igualdad de derechos y oportunidades. Por fin, hace unos sesenta años este concepto de igualdad comenzó a florecer en los países democráticos.

     Por todo esto, no sorprende que desde el punto de vista global los individuos del sexo masculino tengan una valoración y percepción de si mismos más alta que las mujeres. Aparte de las secuelas que haya podido dejar en la mente de las mujeres la devaluación histórica de casi todo lo femenino, una más alta proporción de mujeres que de hombres interioriza una noción desfavorable de su físico. Este desagrado o reproche de la mujer hacia su cuerpo se acrecienta a finales de la adolescencia y continúa durante la edad adulta. Un factor que contribuye a esta desafortunada situación es la importancia que la sociedad y la cultura modernas, en particular en Occidente, dan al atractivo corporal, a la belleza cosmética. Es por esto, que trastornos de la alimentación como la anorexia y la bulimia afectan con mucha más frecuencia a mujeres que a hombres. Otra variable que ayuda a explicar la inferior autovaloración del sexo femenino es el dato demostrado de que ciertas dolencias psicológicas que dañan negativamente la autoestima ¬ como la depresión, la ansiedad y las fobias ¬ afectan con mayor frecuencia a las mujeres que a los hombres.