Ya no me lamo las heridas porque ya no hay nada que lamer. Sólo miro alrededor y te encuentro, encuentro tu mirada, encuentro tu sonrisa, encuentro tus palabras y tus besos siempre a punto, dispuestos para mí y yo sé que no estoy acostumbrada a eso y que me cuesta y que soy lo que tú tienes a bien llamar “desarrapá” y yo sonrío para mí y para ti, porque te ganas mis ganas de sonreír, de levantarme cada día y esperar lo mejor, aunque diluvie como estas últimas semanas.

                Ya no me escondo de mis males porque los males han desaparecido. Sólo escucho los sonidos que me rodean y se llenan mis oídos con esa vocecita que me endulza el café de las ocho y media, el de las once y el de las tres, que son los que más tomo contigo al otro lado de la línea. Aunque las restantes horas del día se llenan de tu ausencia más cercana, pero ausencia, al fin y al cabo.

                Ya no huyo de mi sombra porque se ha convertido ésta en mi mejor aliada. Sólo busco tus pasos y los encuentro agarraditos a mi cintura más días a la semana de los que hace unos meses tan sólo hubiese soñado. Porque pasear a tu lado se convierte poco a poco en mi deporte favorito y en el que me entreno más concienzudamente.

                Ya no espero de los días la tristeza de sus tardes, porque tras la espera hay un fin. Sólo quiero perderme en el calor aterciopelado de tus besos cuando tus manos me envuelven en la ternura de una caricia imperceptible que hace que mis piernas tiemblen si me rozas.

                Ya no quiero no querer, sino seguir queriendo…