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[FanFic] Bella Violeta - R. Pffeiffer [español]

riggie
    riggie

    Para las que estais buscando este FF "rejunto" aqui todas las partes para que podais leerlo completo.

    Apareció publicado en "Version Original", la web de Cruela y consta de 11 partes. Actualmente funcionan todas las partes menos la primera, que he podido conseguir en el foro unapalabraunmundo , posteado por Lulust y que reproduzco aqui:

    EDITADO:

    La web de Version Original (cosateca) ya no funciona, pero podeis conseguir el fanfic en est enlace que encontré en Unapalabraunmundo

    PINCHAR AQUI PARA IR AL ENLACE


    BELLA VIOLETA

    Autora: R. Pffeiffer

    1. ÉRASE UNA VEZ.

    Mi padre es rico. Amasó toda su fortuna llevando a la gente de un lado para otro. Nadie en la familia, que yo sepa, había logrado llegar tan alto como él. Empezó desde cero, trabajando de jardinero, de limpiabotas, de cualquier cosa que pudiera darle de comer a él y a su familia. Tuvo que dejar de estudiar demasiado pronto, la pobreza y el desorden ayudó a que así fuese. Aún así y a pesar de que su futuro entonces era un futuro condenado a trabajar duro para apenas tener algo que comer, mi padre logró ahorrar lo suficiente como para montar un pequeño negocio que pronto se convertiría en una mina de oro. Con mucho esfuerzo logró sacar adelante su negocio de transportes. Ahora el suyo era uno de los más importantes de la ciudad.

    Aunque yo diría que su ambición por ser algo más creció a partir de que conoció a mi madre. Amor a primera vista, eso es lo que siempre dicen ellos que fue. Aunque soy muy escéptica con esas historias de amor, debo reconocer que lo que hay entre mi padre y mi madre es absoluta adoración.

    Cuando se conocieron, ninguno de los dos tenía nada que ofrecer. El valor y coraje de mi madre fue definitivo para mi padre. Ella trabajó duro sirviendo en las casas de los más pudientes, ahorrando hasta la última moneda, poniendo todas sus esperanzas en su marido.

    Y lo lograron.

    Volvamos a mi padre, por quien siento una debilidad desmesurada. No me entendáis mal, yo quiero mucho a mi madre, pero ella, aunque se esfuerza, es incapaz de comprender nada de lo que a mí se refiere. En cambio mi padre, él siempre parece saber lo que pasa por mi desordenada cabeza. Su sonrisa es capaz de iluminar el dia más triste de mi existencia. Mi encandilamiento por mi padre va más allá de lo explicable. Siempre con aquella sonrisa en los labios aunque las cosas no fueran del todo bien, siempre con una palabra amable, con una caricia dispuesta.

    Recuerdo que de pequeña, cada vez que oía el inconfundible sonido de sus pasos cuando regresaba tras una dura jornada de trabajo, sentía la imperiosa necesidad de correr por toda la casa feliz. Su sola presencia era lo único capaz de llenar el hogar familiar. Ahora lo veo todo diferente, quizás bajo la intuición de quien se cree completamente adulta, dejando atrás los adustos pero felices años de mi infancia.

    Él era el mayor de seis hermanos, de padre español y madre mexicana. Mi abuelo O’Donnell emigró desde su Inglaterra natal a Espana antes de que estallarala Guerra Civil.Se casó y asentó en este país, y cuando estalló la guerra, se decidió por el bando que menos fortuna tendría en esta maldita guerra.

    Desapareció.

    Mi abuela no volvió a saber de él. Se quedó sola, a cargo de seis hijos. Fue entonces cuando mi padre, a la edad de trece años, comenzó a ganarse la vida. El hambre y la miseria fueron constantes en su vida incluso muchos años después. Por eso ha aprendido a apreciar las cosas, por muy pequeñas que éstas sean.

    ¿Os he dicho que soy la menor de cinco hermanos? Supongo que es hora de que deje atrás los años pasados y me acerque un poco al presente. Mis progenitores venían ambos de familia numerosa, por lo que decidieron que ellos tendrían una también. Y lo consiguieron, tuvieron cinco retoños sanos y fuertes.

    En casa pocas cosas habían cambiado, salvo las que el tiempo inevitablemente obliga a permutar. Mis tres hermanos mayores ya se habían casado y dos de ellos incluso habían procreado, con lo cual, la casa familiar se había llenado nuevamente de gritos y voces de demanda. Me encantaba ver a mi padre sonreír y jugar con sus recién estrenados nietos. A veces, él mismo parecía uno más de ellos y no su abuelo.

    Me daba cuenta de que mis observaciones eran minuciosas, ávidas. Puesto que ahora cursaba mis estudios en la universidad, primer año de medicina para ser exactos, pasaba mucho tiempo alejada de mi hogar. Mi padre se había empeñado en que estudiara en la universidad de medicina más prestigiosa que pudo encontrar, sin importarle que eso significara alejarme demasiado de la vida que conocía y que tanto echaría de menos en los años siguientes.

    Yo me pasaba la vida entre libros, yendo a clase, estudiando cuanto podía, encerrada en mis propios pensamientos y añoranzas, soñando cada noche con volver a casa. Cosa que sólo ocurría en Navidad y, como era el caso ahora, de las vacaciones estivales.

    Cada vez que regresaba a casa tras pasar demasiado tiempo fuera para mi disconformidad, me dedicaba a examinar cada momento, a grabar cada imagen que posteriormente me ayudaría a sustentar la dura carga de la lejanía.

    La vida de mi padre a los sesenta y siete años seguía siendo la misma excepto para él. Ya lucía una brillante calva y los pocos cabellos que habían tenido el atrevimiento de quedarse en su cabeza, se habían tornado del color de la ceniza. A pesar de su gran afición a la cerveza y al vino, su barriga no se había visto afectada por ello, y seguía luciendo tan delgada como siempre. Su gran altura se había cargado levemente sobre su espalda, lo que le hacía andar algo encorvado. Por lo demás, seguía teniendo su perpetuo donaire y las sonrisas que antes me regalaba con tanta frecuencia, ahora iban dedicadas más que nada, a los más pequeños de la casa.

    Mi madre, por el contrario, había mantenido ese espíritu jovial de siempre. Se teñía el pelo cada cierto período de tiempo y seguía peinándose y maquillándose a su estilo día a día, incluso cuando ni siquiera salía de casa."Nunca se sabe si vas a tener visita", decía a su favor. Sé que ella desaprobaba enérgicamente mi indiferencia a mi aspecto, y odiaba profundamente mi tendencia a vestir vaqueros. Pero yo había aprendido a ignorarla desde muy temprana edad, de lo contrario, sería probable que ahora estuviese escribiendo mis memorias vestida con una bata blanca y sentada en la habitación de cualquier hospital psiquiátrico.

    Y no exagero.

    Hablaré ahora de mis hermanos. La mayor, Isabel, es igual que mi madre. Así que es fácil de comprender mi tortura si digo que es como si hubiese ido al supermercado y me hubieran dado dos por el precio de una. Isabel, fiel a la personalidad que heredó de mi madre, fue siempre una persona muy responsable y muy consciente de su aspecto. Nunca supe si fue a la universidad porque quería estudiar una carrera o porque deseaba tener a tanta gente alrededor que admirase su belleza.

    Tras Isabel, un año más tarde, nacería mi hermano Luis, quien heredó todos los defectos de mi padre, pero multiplicados por tres. ¿Qué puedo decir de mi hermano sin caer en la desgracia de admitir que nació estrellado? Quizás sería mejor preguntarle a su sufrida esposa, quien lo está mirando ahora mientras él huele algunos de los canapés que están encima de la mesa para volver a colocarlos en el mismo lugar. Ésa era una manía que mi madre jamás logró quitarle, tenía la imperiosa necesidad de oler la comida antes de tragarla.

    A juzgar por la expresión de mi cuñada, cada momento que sus dos hijos pequeños le permitían pensar, debía de hacerse la misma pregunta:"¿por qué?".Luis era tremendamente despistado, y sus descuídos eran aún más caóticos, además de ser un tozudo consolidado. Lo que no me explico es cómo Carmen, mi cuñada, fue capaz de pasar por alto tan evidentes delitos tras seis años de noviazgo. Quizás fue el amor, pero una vez que éste desaparece ya se sabe... Christian fue el primero en casarse, y el primero en darle un nieto a mis padres, un precioso niño que contaba a estas alturas con cuatro años y medio.

    Mi hermana Ginebra fue la única, junto conmigo, que heredó los cabellos rubios de mi abuelo. Todos los demás tenían los rasgos morenos y latinos de la parte mexicana de la familia. Yo siempre creía que su inmensa dulzura se debía a su cabello rubio. No sé porqué he tenido la estúpida idea de que las personas rubias son las personas más amables de la tierra. Quizás sólo por mi hermana, porque aunque soy rubia, jamás pienso en mi de esa manera. Ser mamá había endulzado, aún más si cabe, su carácter. Nunca he conocido a nadie con tan buen corazón ni con tantas ganas de hacer las cosas bien. No es de extrañar que todos tuviésemos una oculta debilidad por ella.

    Mi madre, después de Gienbra, tardó cuatro años en tener a mi hermano Felipe. El más alocado de todos. Mi madre lo achaca a que durante el embarazo le dio por bailar sin parar. Bailaba a todas horas, en la cocina, en el baño e incluso nos contaba que era incapaz en la cama de dejar de mover los pies. Durante los últimos seis meses de embarazo, mi padre se mudó al sofá. Lo cierto es que la energía que irradiaba Felipe se notaba incluso estando dentro de la tripa de mi madre.

    No sé si os habréis dado cuenta de que todos mis hermanos tienen nombres reales, o sea, de reyes o reinas.

    Todos menos yo.

    Mi madre siempre me dijo que el mío no era exactamente el de una reina, pero que era igual de importante. Mi nombre es Jimena. El por qué de los nombres ni siquiera yo lo sé, pero tengo cierta sospecha de que todo había sido idea de mi madre, tan empeñada siempre en la idea de que fuéramos como la realeza, aunque no tuviéramos ni por asomo sangre azul.

    Tras Felipe, tuve que esperar otros siete años para ver la luz. Mi madre dice que en cuanto nací, comencé a mover los ojos en todas direcciones y que ya entonces le parecía que yo estaba hambrienta de descubrirlo todo. Lo cierto es que un rasgo común de mi carácter es que era muy observadora. Me gusta más examinar las cosas, admirarlas con detenimiento y aprender de ellas. Me gusta más que incluso hablar. Desde pequeña fui más bien taciturna, siempre parecía estar metida en mi propio mundo. Por ello, mis padres pensaron que podría tener algún tipo de retraso. Me llevaron a un especialista, y cuál fue su sorpresa al descubrir que no sólo no tenía ningún tipo de problema, sino que era más lista de lo normal.

    Una superdotada.

    Mis padres apenas podían creer lo que sus genes habían sido capaces de hacer. Y allí estaba yo, una mocosa de seis años que parecía tener al menos diez, sonriéndoles con una seguridad pasmosa. Los siguientes años los pasé explorando esa magnífica cualidad que Dios me había dado. Para mí nunca fue un secreto estudiar y absorbía las cosas de manera inusitada.

    Nunca supe bien si elegí estudiar medicina entre mil opciones más porque realmente lo quería o si por el contrario la verdadera razón de todo fue mi padre. Siempre quise que estuviera orgulloso de mi, y pensé que no podía haber mejor orgullo que el de salvar la vida de la gente. Estúpido pensamiento para una superdotada, supongo. O quizás no.

    Pronto terminaría la carrera y luego obtendría mi obligada independencia. Yo retrasaba ese momento cuanto podía, sabía que llegaría, pero me obligaba a no pensar en ello. Dejar todo aquello atrás y crear algo tan maravilloso por mí misma se me hacía imposible.

    Deseaba con todas mis fuerzas poder parar el tiempo en ese mismo instante, mientras yo estaba aquí, apoyada en el quicio de la puerta del enorme salón, con toda la familia reunida en casa, con los pequeñines correteando, con la voz aguda de mi madre inundando el salón, con mi padre sentado en su sillón favorito, casi adormilado, con mis dos hermanas mayores cuchicheando en un extremo de la estancia, alejadas de los demás, pero sobre todo de mi hermano Luis, quien vagaba por la habitación en busca de algo que seguramente había perdido.

    De repente oí que la puerta de la entrada se abría. Me volví para ver de quien se trataba. Mi hermano Felipe, el único que faltaba en la reunión familiar, entraba ahora de la mano de su"ya veremos si última novia", irradiando esa energía que lo caracterizaba.

    – ¡Hola hermanita! –dijo alegremente mientras me tiraba de los cachetes hasta casi arrancármelos.

    Tras aquella poca sutil muestra de cariño hacia mi persona se adentró en el salón y les dio a todos un caluroso y sonoro beso. Deseé que hubiera traído para mí el mismo cordial saludo, puesto que aún podía sentir las mejillas dolorosamente ardiéndome.

    Felipe hacía un año era piloto en una compañía de vuelos comerciales, porque le encantaba el uniforme, decía él mismo. Lógicamente, debido a su trabajo, pasaba largas jornadas fuera de casa, algo que, al contrario de mí, parecía gustarle.

    Ahora estaba presentando a"su amiga", como se empeñaba en presentarlas, que por lo visto era azafata en su propia compañía. Todos le dedicamos a la recién llegada una cordial sonrisa de bienvenida, con el pensamiento común de cuánto duraría en la familia.

    La nueva invitada era morena, con un largo pelo cubriéndole los hombros. Sonreía amablemente ante cada presentación y se movía de una manera que me recordó a un gato. Me pareció demasiada alta para mi gusto.

    Mi madre salió de la cocina, seguida de la cocinera, llevando ambas sendas bandejas de canapés y bebidas de distinto tipo. Inmediatamente reparó en la recién llegada y sin ningún tipo de reparo se dirigió hacia ella.

    –Supongo que tú vienes con Felipe, ¿no? –preguntó al tiempo que abandonaba la bandeja sobre la mesa.

    Ella sabía de sobra que así era, pero tenía la incesante manía de comportarse de manera extraña con las interminables novias de mi hermano. Yo sonreí al ver lo poco que cambiaban las costumbres de mi madre, mientras me preguntaba si hubiera reaccionado igual si en vez de Felipe hubiera sido yo quien trajera un novio a casa. Yo nunca había presentado a alguien especial, ni siquiera había nadie particular en mi vida. Simplemente era muy tímida y poco llamativa. Eso era todo. Yo sabía que todos habían especulado con la posibilidad de mi homosexualidad, pero yo ni siquiera le daba importancia.

    –Jimena, cariño... –oí que mi madre reclamaba mi atención, por lo que salí de mi ensimismamiento. – ¿Vas a decidirte a entrar o por el contrario te quedarás apoyada en esa pared el resto de las vacaciones?

    Sentí cómo todos dirigían su atención hacia mí, incluso mis hermanas mayores, que dejaron a un lado sus conversaciones para mirarme. Mi sonrojo, di gracias a Dios, no debió de notarse en mis ya enrojecidas mejillas.

    Como un manso corderito, acudí a la llamada de mi madre y me acerqué hasta la mesa para coger un canapé y engullirlo, sin darme cuenta de que era de salmón ahumado hasta que fue demasiado tarde.

    Era incapaz de tragármelo, sentía ganas de escupir, pero aún así mantuve aquella cosa inmóvil dentro de mi boca intentando encontrar una solución rápida a mi infortunio. Por primera vez en mi vida, entendí la extraña manía de mi hermano de olerlo todo y deseé ser yo quien la poseyera.

    Mi madre estiró el brazo y puso delante de mi nariz una servilleta. Yo la cogí y con gran disimulo saqué de mi boca aquel trozo de castigo.

    –Sólo tenías que haberte fijado un poco más en los platos de la mesa, para darte cuenta de que he puesto los de salmón alejados del resto. –mi madre me habló al oído para darme una reprimenda.

    –Supongo que sí. –dije con tono culpable al comprobar la veracidad de sus palabras.

    Ella dio por zanjada la conversación y cambió de tercio.

    – ¿Qué te parece la nueva amiguita de Felipe?

    – ¿Así, a simple vista? –yo no soportaba los juicios hacia una persona sólo con echarle un vistazo, pero mi madre parecía tener predilección por esta clase de criterios.

    –Durará menos que la última. –sentenció comiéndose un canapé, sin apartar la vista de la atractiva novia de Felipe.

    – ¿Cómo puedes estar tan segura? –pregunté algo enfadada.

    –No hay más que verlo, la pobre es una insulsa. Dentro de poco se verá desbordada por la energía de tu hermano y entonces.... –abrió los brazos para más énfasis. – ¡se acabó!

    –A mi no me parece insulsa, sino educada. –defendí yo.

    –Si Felipe tuviera tu carácter, sería la adecuada.

    – ¿Por qué? ¿Quizás porque somos las dos igual de insulsas? –dije a la defensiva.

    –Cariño... –fue lo único que dijo mi madre en su tono más condescendiente. Luego se alejó hacia mis hermanas, llevándoles a cada una un vaso de refresco.

    Alguien tiró de la pernera de mi pantalón vaquero. Miré hacia abajo y encontré a mi sobrino mayor deseoso de mi atención. Me arrodillé hasta quedar a su altura.

    – ¿Qué quieres? –le pregunté mientras le acariciaba el cabello.

    Levantó el brazo y señaló la bandeja que contenía pequeños chocolates.

    – ¡Ah! –exclamé, fingiendo sorpresa. – Así que es esto...

    Cogí la bandeja y se la alcancé. Tras unos segundos de meditar, decidió coger todos los que en su pequeña mano cupieran, que no eran más de tres. Luego echó a correr nuevamente. Yo me erguí para encontrarme de lleno una vez más con mi hermano Felipe.

    –Y ésta es mi hermana Jimena, la más pequeña.

    –Hola. –dijo la mujer con una inmensa dulzura en la voz.

    Yo la miré y ella me miró. Me pareció realmente atractiva viéndola por primera vez cara a cara, con aquellos ojos azules y su buena estatura. Me sonrió y su sonrisa me pareció igual de encantadora que sus ojos.

    –Soy Violeta. –dijo de nuevo.

    Tomé la mano que me tendió.

    –Jimena. –repuse mientras intentaba soltar la mano que ella aún aprisionaba.

    –No podrás sacarle más de dos palabras seguidas. –repuso mi hermano Felipe en referencia a mí.

    –No veo nada malo en ello. –dijo ella saliendo en mi defensa, algo que realmente me extrañó.

    Alfonso frunció los labios al mirarla.

    –Créeme. –respondió. –Puede llegar a ser un martirio.

    Yo no dije nada, ni siquiera hice ademán de hacerlo. Felipe tiró del brazo de Violeta y se la llevó al otro extremo, justo donde estaba mi hermano Christian. Llevé mi atención a mi padre, que aún desde su sofá, había visto toda la escena. Me miró y encogió los hombros, gesto que me hizo reir.

    Estuve allí, en medio de la estancia, intercambiando eventualmente alguna que otra breve charla con el resto de mi familia. Miré mi reloj de muñeca. Aún faltaba una hora antes de la cena. Decidí escaparme al invernadero, para así tener la oportunidad de estar sola y recolectar mis pensamientos.

    Me evadí del salón silenciosamente y me dirigí hacia el invernadero, mi lugar favorito en el mundo. Abrí la portezuela de hierro y me adentré en el lugar, inhalando los más diversos aromas florales y el olor de la tierra húmeda. Abarqué con la mirada los distintos coloridos y formas a mi paso. Me senté en el sillón colgante, justo detrás de los rosales, las flores preferidas de mi madre.

    Con tanta paz rodeándome, sentí cómo casi me vencía el sueño. Hacía un par de horas que había llegado de viaje. Un viaje muy ajetreado y como siempre, demasiado agotador.

    En la residencia universitaria apenas tenía esta soledad que tanta falta me hacía siempre, como si el continuado trato con la gente fuera para mí insufrible. Subí los pies al sillón y me abracé a mis rodillas.

    –Hace una noche ideal.

    Antes incluso de levantar la vista supe a quien pertenecía la voz que había interrumpido mis preciados pensamientos. Era Violeta.

    – ¿Te he asustado? Lo siento. Creí que habías oído que me acercaba... –su disculpa sonó sincera. – Verás, tu hermano anda como loco cuchicheando con los demás y yo sentía una cierta urgencia de escapar. Ya veo que tú también.

    Se sentó a mi lado, y yo bajé las piernas inmediatamente, para así facilitarle algo más de espacio. No había reparado en lo perfecto que parecía ser su rostro. Decidí que era hermosa.

    –Tu hermano me sugirió que visitase el invernadero. Supongo que sabía que tendría a alguien con quien hablar...

    Me pareció que se sentía de algún modo culpable por haber interrumpido mi tranquilidad.

    –Me alegra que hayas venido. A veces este lugar puede resultar demasiado melancólico incluso para mí. –dije para suavizar la situación.

    Ella sonrió y me permitió observar su blanca y perfecta sonrisa. Se relajó echando la espalda hacia atrás y pasando un brazo por encima del respaldo del sillón. Comenzó a mecernos a ambas.

    –Es maravilloso.

    Supuse que se refería al jardín.

    –Sí. –repuse. – Lo es.

    – ¿De qué color son tus ojos? –me preguntó de súbito.

    Yo abrí mis orbes no para que pudiera ver mejor su color, sino porque la pregunta me había sorprendido.

    –No he podido decidir aún qué color es el que los describe con más exactitud. –sentenció sin dejar de mirarme con intensidad.

    Me atreví a mirarla fijamente. Incluso a la tenue luz del jardín, me seguía pareciendo una diosa. ¿Cuántos años debía de tener? Estaba segura de que ya había alcanzado los veinte y algo. Era uno de esas mujeres a los que cualquier hombre nunca se negaría. Me pregunté si yo conseguiría alguna vez levantar pasiones como aquella belleza. Durante la velada anterior, me había dado cuenta de que mi hermano la miraba con absoluta devoción, algo que ella no parecía devolver en igual proporción.

    De repente me di cuenta de que la había estado mirando fijamente durante demasiado tiempo y que ella debió de notarlo, aunque parecía querer ignorar este hecho.

    –Debo irme. –dije de súbito y me levanté.

    No noté que Violeta me había aprisionado una mano hasta que tiró de ella y me hizo retroceder.

    –Por favor. –rogó. – Quédate un poco más.

    PARTE 1.2: http://cosateca.com/vo/fanfics/ffVO/fflargos/violeta/1.2.htm

    Parte 1.3 hasta la parte 2:

    Abrí la ventana de par en par y una ligera brisa hizo acto de presencia. Di gracias a Dios, puesto que el intenso olor a alcafor me estaba empezando a marear.

    – ¡Jimena! –mi madre exigía ya mi presencia en la parte baja de la casa.

    – ¡Ya voy!

    Bajé las escaleras y seguí el sonido de las voces femeninas que me llevaron hasta la cocina. Mi madre estaba preparando unos sandwiches, junto con Isabel.

    – ¿Quieres cenar algo? –me preguntó nada más verme aparecer.

    –Un bocadillo estará bien.

    Siguieron enfrascadas en la conversación que habían interrumpido brevemente tras mi llegada, sin importarles mi desconocimiento del tema, fuera cual fuese éste. Cogí uno de los bocadillos que ya se amontonaban sobre un plato. Miré su interior. Era de jamón. No me había dado cuenta de lo hambrienta que estaba hasta que le di el primer bocado. Llevaba todo el día sin comer, salvo por el café y el bollo que me había tomado para desayunar en casa antes de partir. Tantas eran las ganas que tenía mi padre de llegar que únicamente hicimos una parada en una gasolinera y sólo ante la amenaza de mi madre de que si no paraba era capaz de hacérselo allí mismo. Con este pensamiento acabé mi sandwich, pero mi estómago siguió exigiéndome más, así que cogí otro.

    –Pobrecita. –dijo mi madre en referencia a mi. – Tu padre casi os mata de hambre.

    –No exageres, mamá. –protestó Isabel.

    –No estoy exagerando, le dije cientos de veces que parara en algún lugar para almorzar, pero él ni caso.

    –Lo hubiéramos hecho de no ser porque tardaste tanto esta mañana.

    Inmediatamente después de decir aquello me arrepentí. Sabía que mi madre se tomaba estas cosas a la tremenda. Así que me preparé para el aluvión de protestas que vendrían a continuación.

    –De no ser por mí y mi tardanza no estaríais cenando, ¿o es que pensáis que el pan y el embutido vino solo hasta aquí? Él sólo es capaz de preocuparse de sus cosas, pero soy yo quien tiene que disponerlo todo para que estos días no se conviertan en un caos. –se quejó, incluso poniendo una expresión de absoluta pena.

    –Tienes razón, mamá. –dijimos Isabel y yo casi al unísono.

    –Gracias.

    Isabel se acercó al estante para intentar colocar unas latas en el más alto.

    –Déjame a mí. –resolví al instante.

    Me subí a la encimera y comencé a colocar los envases con cuidado.

    – ¿Qué te pareció la novia de tu hermano?

    – ¿Violeta? –contestó Isabel.

    La sorpresa por oír aquel nombre se manifestó en mi repentinamente y de forma bastante torpe. A pesar de mis juegos malabares, no pude evitar que una de las latas que sostenía entre las manos se me deslizara y cayera estrepitosamente encima de la encimera.

    – ¿Quién si no? –continuó mi madre al tiempo que me devolvía la prófuga lata.

    Me pareció que ninguna de las dos se dio cuenta de mi azoramiento y por primera vez dí gracias a Dios por haberme hecho tan desmañada desde que nací. Puse atención a las palabras de Isabel.

    –No estoy segura.

    – ¿Cómo que no estás segura?

    –Mamá, ya sabes que no me gusta emitir juicios premeditados.

    –Pero bueno. –insistió mi madre. – Algo te habrá parecido.

    –Es muy guapa.

    –Eso sí, desde luego. –consintió mi progenitora.

    Yo ya había terminado de colocar las latas y ahora me dedicaba a la inservible tarea de ordenarlas y ponerlas con sus etiquetas hacia afuera.

    –Me pareció que a Felipe le gusta de verdad. –añadió Isabel.

    –A mí también me lo pareció. Llegarán mañana, así tendremos oportunidad de conocerla mejor.

    –Después del interrogatorio al que le sometiste en la cena, creo que evitará acercarse a ti todo lo que le sea posible.

    – ¡Vaya! –repuso mi madre pensativa. – Pensará que soy una de esas madres preguntonas y metomentodo.

    –Es que eres así, mamá. –cedió Isabel con algo de condescendencia y resignación en la voz.

    Mi madre le dedicó una mirada fulminante a modo de respuesta. Por mi parte, decidí que era hora de apearme, ya que no quedaba nada que pudiera hacer allí arriba.

    Mi padre eligió ese momento para hacer acto de presencia.

    –Estupendo. –dijo señalando la bandeja de los bocadillos.– Justo en lo que estaba pensando.

    Tomó una servilleta y puso en ella dos sandwiches. Luego, se dirigió hacia la nevera y sacó una lata de cerveza saliendo nuevamente de la cocina e ignorándonos a todas, como si realmente no hubiéramos estado allí.

    –Odio cuando hace eso... –señaló mi madre.

    A la mañana siguiente, unos suaves toques en mi puerta hicieron que cediera en mi empeño de seguir dormida.

    –Jimena.... –reconocí la voz de mi padre susurrando mi nombre.

    Me levanté y llegué hasta la puerta. La abrí con cuidado para ver qué era lo que quería mi padre de mí a tan tempranas horas de la mañana.

    – ¿Quieres acompañarme al pueblo?

    Lo pensé un instante. En realidad sopesé mis otras opciones y tuve que admitir que me atraía mucho más viajar hasta el pueblo que quedarme con mi madre y mi hermana toda la mañana, sin hacer otra cosa que no fuera hablar.

    –Dame diez minutos para vestirme y estoy contigo de inmediato.

    Me sonrió y asintió con la cabeza.

    –Te esperaré abajo.

    Cerré la puerta y comencé a vestirme. Como siempre, unos viejos vaqueros y una camiseta de color azul, fueron mi elección, que conjunté con unas zapatillas de deporte. Cogí también un jersey que até a mi cintura, puesto que noté mirando por la ventana que el día estaba algo nublado. Me dirigí hasta el baño y me aseé y peiné antes de reunirme con mi padre.

    En todo el pueblo, la tienda de Chano era la única que existía. En ella podrías encontrar los artículos más variados, desde cebos para pescar de todas clases habidas y por haber, hasta unas tijeras de podar, víveres y un montón de cosas más que en cualquier ciudad tendrías que desplazarte al menos a cuatro sitios para comprarlas. Ya lo decía el cartel clavado a una de las paredes y que a mí siempre me pareció ridículo:"VÍVERES GLEZ - DE TODO"

    Mi padre fue el primero en acceder al interior, seguido de mí. Chano, desde detrás del mostrador parecía estar ultimando unas cuentas. No levantó la vista a pesar de que la campana de la puerta había sonado.

    –Enseguida le atiendo. –dijo aún con la mirada puesta en su libro de cuentas.

    – ¿Es una nueva forma de tratar a los clientes? –bromeó mi padre.

    El viejo propietario pareció reconocer la voz y miró a mi padre.

    – ¡O’Donnell! –gritó con júbilo.

    Siento no haber mencionado antes que a mi padre se le conocía por el apellido de mi abuelo.

    – ¿Cómo estás, Chano?

    Los dos hombres se dieron un corto abrazo y unas sonoras palmadas en la espalda.

    –Ha pasado mucho tiempo desde la última vez. –argumentó el viejo.

    –Ya lo creo que sí, pero ya sabes, la familia es cada vez más difícil de controlar, y por desgracia he tenido unos hijos demasiado cosmopolitas...

    –Hablando de hijos, ¿es esta Jimena?

    Me señaló con el dedo, en su cara una expresión de incredulidad. Mi padre me asió por los hombros y me acercó más a él, dándome un suave apretón.

    –Lo es. Todas las esperanzas que tenía de que no creciera se han esfumado para siempre..... –bromeó mi padre haciendo reír a Chano. – Mírala, se ha convertido en toda una preciosidad.

    Me sonrojé al tiempo que sonreía tímidamente.

    –Supongo que vienes a buscar cebos, ¿no?

    Interiormente suspiré de alivio porque la conversación en torno a mí se hubiera terminado. Mi padre se acercó hasta el mostrador, mientras Chano le hablaba de unos nuevos cebos que había traído hacía apenas unos días. Yo sabía que la conversación se alargaría hasta límites insospechados, por lo que decidí darme una vuelta por los pasillos de la tienda.

    No recordaba el establecimiento así, pero supuse que incluso en aquel pueblo, hacía falta de vez en cuando echar mano de los avances. Me dirigí inmediatamente al estante de los chocolates. Con las prisas no había desayunado, así que seleccioné uno de esos bollos esponjosos con forma de barra de pan rellenos de chocolate y lo abrí dispuesta a comérmelo. Antes de pasar a otra estantería, pillé un par de chocolatinas y un paquete de galletas de arroz inflado.

    – ¿Vas a comerte todo eso? –me preguntó mi padre divertido cuando me vio llegar cargada de golosinas.

    –No, tonto.... –le dije. – Estoy llenando mi cupo de provisiones.

    Dejé las cosas sobre el mostrador y seguí con mi recorrido. El bollo estaba muy bueno, pero no sé por qué, siempre conseguían dejarte con sed. Supuse que tal vez las empresas de batidos le daban alguna comisión. Metí la pequeña cañita en el brick de batido de fresa y seguí avanzando a través de los pasillos. Con el hambre ya resuelta, me dediqué simplemente a dejar que pasara el tiempo.

    –Hola. –oí detrás de mí.

    Me giré con rapidez.

    –Hola... –dije algo confusa, puesto que la cara de aquel muchacho me era familiar.

    Él me sonrió y fue entonces cuando me di cuenta de que el chico llevaba un delantal idéntico al de Chano, lo que significaba que trabajaba allí.

    –Supongo que no me recuerdas. –me dijo algo tímido.

    Puede que el batido de fresa consiguiera despertarme del todo, o puede que de repente hubiera tenido una visiòn sin darme cuenta, lo cierto es que conseguí acordarme de él. Cuando era pequeña, aquel chico que tenía ahora en frente solía ser mi compañero de juegos.

    – ¿Diego? –dije con algo de duda.

    Él se rió, parecía encantado de que finalmente hubiera sido capaz de recordarlo.

    –El mismo. Ha pasado mucho desde la última vez.

    –Sí, empiezo a creer que demasiado. Desde que empecé en el instituto, si mal no recuerdo.

    –Ahora estarás en la universidad.

    –Sí... –fue mi escueta respuesta, y comencé a juguetear con la cañita de mi batido, antes de cometer una estupidez y empezar a contarle al chico lo desgraciada que me hacía sentir la universidad.

    –Estás muy guapa. –me dijo de repente.

    Nunca nadie había flirteado conmigo, así que no sabía muy bien si aquello era un flirteo o si por el contrario era un simple comentario amable. De todas formas, ¿hay mucha diferencia entre lo uno y lo otro?

    Seguí con la cara pegada a mi batido y comencé a sorber frenéticamente, mientras imaginaba mi foto en el libro Guinness de los Records, como la mujer que ostentaba el record de sonrojos en un día.

    –Sigues igual de tímida que siempre, por lo que veo. –volvió a decir Diego.

    Yo seguí plantada allí en medio, esperando a que él se decidiera cambiar de tema, algún tema en el que yo tuviera la valentía de decir algo. Pero entonces recordé que los únicos asuntos en los que yo era capaz de expresarme sin apenas balbucear eran los de medicina, y dudaba mucho que Diego supiera algo sobre las etapas organicistas de las enfermedades.

    Oí que mi padre me llamaba. Le sonreí a mi inesperado acompañante y sin decir nada más pasé junto a él. Su voz me hizo darme la vuelta una vez más.

    –No te olvides de pagar eso.... –bromeó señalando el cartón casi vacío que aún sostenía entre las manos.

    –Vaya.... –contesté fingiendo decepción. – Esperaba que me guardaras el secreto.

    Me alejé de Diego dejándolo con una interesante sonrisa en su rostro y me reuní nuevamente con mi padre.

    –Media hora más, Chano, y mi hija te hubiera dejado sin provisiones.... –se rió me padre al verme llegar con algunas cosas más que había recogido por el camino.

    –Está en edad de crecer. –contestó el anciano, mientras apuntaba frenéticamente en su libretita.

    Yo evité decir que era bastante probable que me quedara con mi miserable metro sesenta y cuatro e ignoré el comentario.

    –Papá, no te olvides de la bombilla.

    –Ya sabía yo que por algo pensé que sería una buena idea traerte conmigo.

    –Vaya, pensaba que disfrutabas de mi compañía.

    –Eso también, cariño, eso también.... –se burló de mí, al tiempo que se giraba para pedirle a Chano una bombilla.

    De vuelta a casa, yo cada vez me iba sintiendo peor. Miré mi reloj, eran casi las doce del mediodía. Probablemente Ginebra y Felipe ya habían llegado. Eso significaba que Violeta estaría allí. Mi corazón se aceleró tanto que creí sinceramente que era el principio de un infarto. Abrí la ventanilla para que me diera el aire en la cara. Lo único que logré fue que una nube de polvo me diera de frente. Me había olvidado que siempre tomábamos la vieja ruta que iba al pueblo, en vez de ir por la carretera de asfalto. Otra de las excentricidades de mi padre.

    – ¿Te ocurre algo? –preguntó él.

    –No. –mentí, mientras me frotaba los ojos ahora irritados por la polvareda.

    –Estás muy rara... ¿Hay algo que te preocupa?

    –No.

    Pasaron unos breves instantes. Yo esperaba que mi padre iniciara un nuevo intento para sonsacarme más información. Sabía que me conocía demasiado bien como para no saber que algo me pasaba y yo no podía decirle que estaba tremendamente aturdida, que no podía sacarme de la cabeza a la novia de mi hermano, que incluso había soñado con ella y que... ¡Oh, Dios!, casi había olvidado mi sueño erótico, ése al que tanto me había aferrado antes de que la voz de mi padre ganara la batalla esa mañana en contra de mis deseos.

    –De acuerdo, si no quieres decírmelo no te voy a obligar...

    –Gracias. –dije aliviada.

    Me miró con el ceño fruncido.

    –De modo que hay algo que no quieres decirme.

    Me tapé los ojos con ambas manos. Había olvidado lo tramposo que podía llegar a ser mi padre en ocasiones.

    –Papá. –comencé con cuidado de no herir sus sentimientos. – no es que no quiera contártelo, simplemente creo que...

    – ¿Es un chico?

    "Frío, frío..."

    –No. –murmuré, aunque me hubiese gustado gritarlo, estaba enfadada porque ni siquiera me había dejado explicarlo.

    –Te vi hablando con Diego...

    – ¿Y? –no tenía ni idea de a dónde quería llegar.

    – ¿Tienes algún novio en la universidad?, ¿estás triste porque quizás le echas de menos? –me preguntó preocupado.

    –No...

    –Podrías haberlo invitado. –una vez más me interrumpió. – Sabes que siempre será bienvenido.

    Crucé los brazos a la altura del pecho y me arremoliné en mi asiento, intentando calmarme antes de que el incipiente enfado que corría a través de mis venas llegara al cerebro. ¿Un novio en la universidad? Si apenas tenía amigas. Creo que incluso les daba miedo a todos los del maldito campus. Debían tomarme por una asesina en serie o algo así. Como si las personas a las que les cuesta relacionarse tuvieran que ser asesinos en serie por derecho constitucional.

    –Admito que hasta hoy no se me había pasado esa posibilidad por la cabeza, eres mi niña pequeña. A veces sigo resistiéndome a que crezcas.

    –Papá.... –lo llamé. Odiaba las charlas sentimentales.

    –No puedes culparme porque me preocupe por ti. No quiero dejar este mundo sin ver a todos mis hijos felices.

    –Yo soy feliz. –le dije, no sé si por tranquilizarlo a él o a mí misma.

    –De todos tus hermanos, tú has sido siempre la que más me ha costado leer. Nunca sé más de lo que me permites ver. –lo vi tragar antes de formular la siguiente pregunta. – ¿Sigues enfadada aún porque te envié a esa universidad tan lejos de casa?

    –No.

    –Cuatronodesde el inicio de la conversación. Definitivamente algo está ocurriendo en esa cabecita tuya. Pero no voy a insistir, cuando estés preparada o necesites mi ayuda, sabes que estaré esperando.

    –Lo sé, papá, gracias.

    Minutos después, paraba el Jeep a un lado de la carretera. Lo miré extrañada mientras él salía corriendo a esconderse detrás de unos matorrales. No pude evitar echarme a reír y me pregunté si mi padre comenzaba ya a tener problemas de próstata.

    Al llegar a la casa, me di cuenta enseguida de que allí habían ya tres coches aparcados. Reconocí el Ford blanco de mi hermana Ginebra, el Mercedes gris de Felipe y por supuesto, el Mazda descapotable de Violeta. Lo que más me sorprendió fue descubrir que el color de su coche no era gris, sino azul cielo. La poca luz aquella noche hizo que me perdiera ese detalle.

    Esperé a que mi padre se pusiera a mi altura antes de encaminarnos hacia la casa. Ambos con dos bolsas a cada mano. Mientras me acercaba, podía sentir que las palmas de mis manos comenzaban a sudar. Permití que mi padre me adelantara y entrara primero al interior de la casa.

    – ¡Ya estamos aquí! –anunció a los cuatro vientos.– Me alegra ver que ya estamos todos, esta noche podremos incluso echar unas partiditas al bingo.

    Fuimos recibidos con efusivos "holas" por parte de mi madre, Isabel, Ginebra y su marido. Pero no había rastro de Violeta ni de mi hermano Felipe.

    Ginebra se acercó y le dio un sonoro beso, primero a mi padre y luego a mí. Su hija mayor la seguía muy de cerca, agarrada a su falda. A juzgar por su expresión, hacía poco que había pasado una crisis de llanto.

    Dejé las bolsas sobre la mesa y me acerqué hasta mi sobrina, de quien decían que era un calco de mí. Lo que era seguro es que iba a ser mucho más guapa que yo. Esta niña tenía ángel, justo como su madre.

    –Hola Cris. –le dije con suavidad mientras me agachaba para ponerme a su altura.

    –Hola tata.... –contestó con su dulce voz infantil.

    – ¿Me das un beso?

    Dudó un instante, para poco después darme un húmedo beso en toda la mejilla. Yo saqué una de las chocolatinas que había comprado en la tienda y se la alcancé.

    –Ten, para que no estés triste.

    Su cara se iluminó de repente y me dio un gracias que sonó a"asias"más bien. Luego se alejó correteando, seguramente buscando un lugar seguro donde dar buena cuenta de su dulce.

    – ¿Dónde está Felipe? –oí preguntar a mi padre.

    –Creo que ha ido a enseñarle los alrededores a Violeta. –contestó Isabel.

    –O a hacer manitas detrás de algún árbol. –bromeó Ginebra, haciendo reír a todos.

    A todos menos a mí.

    – ¿Manitas? –dijo mi padre.– Creía que eso se hacía en mis tiempos, ahora van mucho más allá que, en fin...

    –Papá.... –protestó Maite entre risas.

    – ¿Papá? –se burló mi progenitor. – Recuerdo que tu madre se empeñaba en dejar a vuestros novios en habitaciones separadas. Con eso sólo lograba que nos desveláseis un par de veces por la noche con tanto ruidito disimulado de puertas que se abrían y se cerraban.

    El marido de Ginebra, que estaba bebiendo de una lata de cerveza casi se atraganta y todos nos volvimos hacia él para ver que sus mejillas se habían puesto de un color rojo intenso. Tal vez era porque le costaba respirar por el líquido que no había logrado tragar por el sitio adecuado.

    Todos nos reímos, incluso mi madre, a pesar de que sabíamos que en su momento le había costado mucho el aceptar que ninguna de sus hijas llegara virgen al matrimonio. Ella era una acérrima defensora de la virtud y creía que la virginidad era casi un don divino.

    La puerta se abrió entonces y como si fuera una repetición de la misma escena de hacía cinco días. Felipe entró acompañado de Violeta. A él apenas lo miré, no podía mirar más allá de aquella mujer enfundada en unos vaqueros tan roídos como los míos, con una camisa de seda azul y el pelo recogido en una trenza.

    Me aparté de mi hermano como de la peste, temiendo que se ensañara con mis cachetes como la última vez.

    –Hola, Jimena. –me dijo al pasar, prestándome tan poca atención como yo a él.

    Violeta pasó a mi lado a continuación.

    –Hola. –saludó ella y lo siguiente que pude ver era que se estaba acercando a mi rostro para plantarme un beso en la mejilla.

    "Di algo, ¡imbecil!", me reñí. Lo cierto que la percepción, como de cosquillas, que sus labios dejaron en mi mejilla me obnubilarían por el resto del día.

    La felicidad, aunque de esa manera resultase incluso estúpida, era una sensación extraña.

    Parte 2 http://cosateca.com/vo/fanfics/ffVO/fflargos/violeta/2.1.htm

    Parte 3: http://cosateca.com/vo/fanfics/ffVO/fflargos/violeta/3.1.htm

    Parte 4 http://cosateca.com/vo/fanfics/ffVO/fflargos/violeta/4.1.htm

    Parte 5 http://cosateca.com/vo/fanfics/ffVO/fflargos/violeta/5.1.htm

    Parte 6 http://cosateca.com/vo/fanfics/ffVO/fflargos/violeta/6.1.htm

    Parte 7 http://cosateca.com/vo/fanfics/ffVO/fflargos/violeta/7.1.htm

    Parte 8 http://cosateca.com/vo/fanfics/ffVO/fflargos/violeta/8.1.htm

    Parte 9 http://cosateca.com/vo/fanfics/ffVO/fflargos/violeta/9.1.htm

    Parte 10 http://cosateca.com/vo/fanfics/ffVO/fflargos/violeta/10.1.htm

    Parte 11 http://cosateca.com/vo/fanfics/ffVO/fflargos/violeta/11.1.htm

    (a partir de la parte 2, basta con ir pinchando el enlace de "seguir" que hay al final de cada pagina para continuar leyendo la siguiente parte, sin tener que ir cada vez al mensaje y pinchar en la parte siguiente)

    Que lo disfruteis :)

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    thetemptress
      thetemptress

      Te agradezco mucho por postear esta preciosa historia. Es probablemente una de mis preferidas en Español. Releerla será siempre un placer.

      riggie
        riggie

        La web de Version Original (cosateca) ya no funciona, pero podeis conseguir el fanfic en este enlace que encontré en Unapalabraunmundo

        PINCHAR AQUI PARA IR AL ENLACE


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        cali83
          cali83
          riggie escribió:

          La web de Version Original (cosateca) ya no funciona, pero podeis conseguir el fanfic en este enlace que encontré en Unapalabraunmundo

          PINCHAR AQUI PARA IR AL ENLACE


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          El link está muerto riggie...

          si lo tienes, ¿te importaría subirlo a algún sitio? Me lo leí hace ya casi 8 años y me gustaría volverlo a leer...

          dangelx
            dangelx

            Bueno, si no me he equivocado al subirlo a mi cuenta deberíais poder descargarlo en este enlace, es un documento en formato Word 2010 que esta comprimido con el WinRar:

            http://uploaded.net/file/3e4ecf0i

            Habria pegado la historía aqui, pero como serían varios post, supongo que terminarían por eliminarmelos.

            Y como ya ha dicho Riggie, no es mia la historia ni tengo nada sobre ella, estaba publicada en Versión Original y no se por qué, actualmente, no permite acceder a ella.

            Saludos

            PD - Si os gusta la historía y el estilo de la misma, os recomiendo tambien "Tierra de sol" y "La gran aventura de Silvia"  ambas de Jennifer Quilies y "Viento helado" de Ignacio... que espero que continuen en Versión Original.

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