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RELATO: Al Sur

sara85
    sara85
    Un fin de semana decidieron ir todos a una casa en la montaña, una pequeña casa de madera en un claro en lo alto de la montaña, a Helena le recordaba un lugar en el que había estado, allí en Cataluña. Eva, Cristina, Roberto, Lucas, Ferny y Helena se despertaron muy pronto, querían aprovechar el fin de semana. La pequeña casa tenía dos habitaciones, un baño y un salón-cocina, todo ello de madera. Un porche en la entrada con dos bancos, uno enfrente del otro, se pasaron el día bañándose en un riachuelo que bajaba por la montaña y que cerca de allí formaba una balsa, Lucas y Ferny intentando ganarse a Helena en una competición de saltos acuáticos, helena intentando no acercarse a Eva para no sentir aquella confusión dentro de su pecho y de su cabeza, Eva evitando mirar a Helena mientras hablaba con Cristina y Roberto.

    Helena, cansada de aquellos dos haciendo el payaso, se salió del agua y se tumbó en una roca, al cabo de un rato Cristina, Roberto y Eva se unieron a ella. En un momento Roberto y Cristina desaparecieron camino a la cabaña, los otros dos estaban haciendo una batalla de pulgares unos metros más allá. Eva se tumbó a su lado, mirando el cielo, intentando perderse en él, sabiéndose perdida en el cuerpo que tenía tan cerca del suyo, Helena se hacía la dormida, estaba tan cerca, y ¿Qué era aquello? ¿Qué era lo que se abría paso en su cabeza desde su corazón? Eva no pudo evitarlo, la miro, allí, tan cerca con los ojos cerrados, sintió el deseo de meterse en su cabeza, de saber que estaba pensando, no se dio cuenta que su mano rozó suavemente el brazo de Helena, Eva la apartó un momento, Helena seguía dormida, volvió a acercar su mano a su brazo, y con las puntas de los dedos acarició aquella piel. Lo supo, supo que era toda aquella confusión cuando notó un roce, leve, como si el viento caprichoso se hubiera convertido en una suave brisa para rozarle la piel, haciéndola estremecer de pies a cabeza, abrió los ojos y se cruzó con los de Eva, Eva apartó la mano y Helena apenas pudo levantarse e irse corriendo hacia la cabaña. No, no podía ser, no podía, era imposible, una mujer, una mujer, Helena, no hacía más que repetirse aquello, intentando convencerse que no podía ser, que era imposible, pero ya era tarde, ya había sentido, aquella caricia, aquellos ojos verdes, las lagrimas se abrían paso en sus ojos, no podía ser, Eva, Eva, Eva llegó a la cabaña sabiendo que ya lo había conocido, aquel deseo que había estando conociendo a pesar de no quererlo, lo había conocido, al sentir los dedos de Eva sobre su brazo, había deseado su piel, sus labios, su cuerpo.

    Eva se quedó parada, miraba como Helena se esfumaba entre los árboles, ¿Cómo se había atrevido? ¿Cómo no se había controlado? Ahora ya era tarde, tarde para volver atrás, borrar aquella caricia, evitar que la amistad que había conseguido en unas semanas se fuera, sabía que ya no volvería a ser como antes, la había tocado, no como antes, sino con el deseo oculto que sentía en lo más profundo de su ser, la había incomodado, Helena ya no volvería a relajarse con ella, se maldijo a si misma, oculto si rostro entre sus brazos y lloró.

    La puerta de la habitación se ebrió, Helena había dejado de llorar, estaba tumbada en una cama mirando al techo, pensando, razonando, intentando olvidar algo que sabía que ya no podría olvidar. Lucas se sentó en la cama, a su lado y la miró.

    - Da igual lo que hagamos ¿Verdad?

    - ¿Qué?

    - Para llamar tu atención, da igual.- Se encogió de hombros, Helena se sentó.- ¿Estás bien?

    - Sí, bueno, no se muy bien como estoy.

    - No pasa nada, tranquila.- Lucas la abrazó, sus manos acariciaban la espalda de Helena, ella esperó sentir algo, no lo hizo, Lucas la besó, no sintió nada, ¿Cómo era posible? ¿Un roce de Eva y había querido que todo desapareciera y solo quedaran ellas dos, y con un beso de él no sentía absolutamente nada?

    Eva quería disculparse, al menos quería mantener la amistad que había arriesgado en esa caricia, Helena se había dado cuenta que no era una caricia inocente, sus dedos se habían fundido con su deseo y al tocar su piel le habían transmitido el mensaje, un mensaje que solo había echo salir corriendo a Helena, abrió la puerta sin llamar, con cuidado, asomó la cabeza y solo vio sus labios, los labios de ella contra los de Lucas, no vio nada más, cerró la puerta y se hundió en el sofá, se obligó a no llorar, no, no delante de los otros tres que discutían que hacer por la noche.

    Helena se apartó de Lucas, lo miró, él se dio cuenta, murmuró un No pasa nada, tenía que intentarlo, ella un Lo siento y salieron de la habitación para cenar con los demás.

    Eva estaba tumbada en el sofá, con la mirada perdida más allá de la puerta, Helena sintió que su corazón se derrumbaba cuando le pareció ver asomar una lágrima en los ojos de Eva, pero se esfumó, quizás solo había sido su imaginación. Se sentó en el suelo, entre los dos sofás, apoyando la espalda en la pared, su cabeza, su corazón, solo repetían una cosa: Eva, Eva, Eva.

    Se incorporó en el sofá y se quedó sentada, Lucas se sentó a su lado, no pudo evitar mirarlo con odio, él había echo lo que Eva se moría por hacer, besar sus labios, conocer su sabor. Los otros tres seguían discutiendo al margen de todo aquel cúmulo de emociones que se cruzaban en el aire del salón.

    - He traído unas películas y las vamos a ver.- decía Cristina.

    - Si, venga, de esas romanticotas para que acabéis todas llorando, ni pensarlo, ¿Por qué no nos montamos una fiesta? He traído bebidas y un casete.- Se negaba Ferny.

    - A ver, que yo no quiero acabar borracho, ¿Y si contamos historias de miedo?- Propuso Roberto.

    - No, películas.

    - No, fiesta.

    - No, historias.

    Al final acabaron viendo una película, después contaron alguna historia de miedo y luego bailaron y bebieron un rato. Ni Helena ni Eva prestaron mucha atención aquella noche. Eva concentrada en atravesar a Lucas con su mirada de odio, indignada al ver que ni se inmutaba, Helena concentrada en no mirar a Eva que parecía muy enfadada, seguro que por culpa de ella, no había podido evitar salir corriendo, se había asustado, no de la caricia de Eva, que deseaba tanto y ya no se molestaba en engañarse a si misma, sino de ella misma, de ese sentimiento, que ya no podía negar.

    Los días pasaron, Eva evitaba a Lucas y a Helena, creyendo que había algo entre ellos, se refugiaba en su casa, pintando o jugando con su hermanita, pintó en la habitación de su hermana dos personas cogidas de la mano, que volaban por encima de un globo, una niña y una madre, su hermana y su madre, por un momento, cuando su hermana lo vio y sonrío se olvidó de Helena. Helena evitaba a Eva, quería pedirle perdón por haber salido corriendo, pero tenía miedo de perderse, no sabía que no iba a perderse, sino todo lo contrario, se iba a encontrar, pero no lo sabía, así que pasaba las horas en casa de su prima, jugando con los niños de Elvira, charlando con Julio, de vez en cuando cenando con Roberto y Cristina.

    Se vieron a los pocos días, Miriam se iba a la capital, decía que no aguantaba más estar en el pueblo, que se sentía encerrada, que necesitaba sentir la libertad y que allí no la iba a encontrar, todos fueron a despedirla en la estación de autobuses. Helena vio a Eva abrazándose con Miriam y sintió algo nuevo, algo que no había sentido antes, quiso que Miriam se largara de allí enseguida, que soltará de una vez a Eva y e largará que dejará de abrazarla, la ira se apodero momentáneamente de ella, celos, celos de no ser ella la que abrazaba a Eva, se enfadó consigo misma, por sentir aquello, no tenía derecho, Eva no era su novia, por primera vez no se sorprendió al pensar en Eva como si pudiera ser su novia, se acercó.

    Helena estaba guapísima, con unos tejanos ajustados y una camiseta roja de tirantes finos, Eva se quedo paralizada al verla, apartó la vista y se concentró en Miriam.

    - Cuídate mucho.

    - Tranquila, Eva, estaré bien.

    - Miriam, ven a visitarnos de vez en cuando.- le dijo Ferny.

    - Sí, no te vayas a olvidar de nosotros.- Dijo Lucas abrazándola.

    - Vuelve pronto.- Le dijo Cristina abrazándola sin saber lo que causaba ese abrazo en su amiga.

    - Cuidaos todos.

    - Buena suerte, Miriam.

    - La tendré, helena, la tendré.

    Subió al autobús sin mirar atrás, se sentó en su asiento y se escondió entre sus brazos, las lágrimas resbalaron por su cara, sintió una mano en su hombro, alzó la vista, una chiquilla le sonreía de oreja a oreja tendiéndole un pañuelo.

    - Sécate esas lágrimas, no vale la pena llorar.

    Vieron alejarse el autobús, allí parados en medio de la estación, despidiéndose con la mirada de su amiga Miriam, pensando que volvería pronto. Cristina lloraba en el hombro de Roberto, Lucas y Ferny se abrazaron. Helena no soportaba ver llorar a Eva, se acercó a ella, Eva tapaba su cara con sus manos, notó unos brazos rodeándola por la cintura, un cuerpo contra el suyo, se estremeció, el perfume de Helena penetró hasta lo más profundo de Eva, abrazó con fuerza a Helena, y se quedaron allí, abrazadas, sin decir nada. Lucas se puso entre las dos.

    - Volverá a visitarnos, no os preocupéis.- Pasó un brazo por encima del hombro de Helena y otro por encima de Eva.

    Eva se apartó, lo ultimo que deseaba era que Lucas la tocase, y más mientras tocaba a Helena, eso si que no, dijo que tenía cosas que hacer y se fue.

    Helena la vio alejarse, Lucas la abrazó con fuerza.

    Al día siguiente Helena estaba sentada en la cama de invitados, su nueva cama, en casa de su prima Elvira, contemplaba un dibujo que tenía entre las manos, un paisaje, lo firmaba Eva, Roberto se lo había regalado durante la cena al saber que no tenía ninguno. Helena dejó el dibujo a su lado, se vistió y salió de casa.

    Eva estaba en la ventana, mirando la calle, se metió dentro y cogió una hoja de papel y un lapiz, cuando iba a empezar a dibujar la puerta se abrió. Helena la miró, se acercó a ella y se sentó a su lado.

    - Quiero que me pintes.

    - No puedo.

    - Sí puedes, quiero verme, verme con tus ojos.

    Eva la miró fijamente ¿Era lo que ella pensaba? No, no podía ser, Lucas, pero en verdad no había vuelto a verle besarse, ¿Y si?

    - ¿Lo vas a hacer?

    - Sí.- Helena la abrazó, sintió su pelo rozando su piel, su perfume, se estremeció, tomó su mano entre las suyas y las acarició.- Ponte en la ventana, mirando por ella.

    - Vale.

    Helena seguía las instrucciones de Eva, se puso en la ventana mirando a través de ella, con la mano apoyada en la barbilla, el codo en el filo de la ventana, y el otro brazo apoyado en el marco, Eva se sentó contra la pared, a un metro de Helena, dibujó la silueta de Helena, con rasgos vagos, llevaba un vestido fino que dejaba ver cada contorno de su cuerpo. Eva dibujo el perfil del rostro de Helena, levantaba la vista del dibujo de vez en cuando, y con la punta del lápiz sobre el papel dibujaba líneas, que se transformaban en labios, mejillas, cuello, se tomó su tiempo en el contorno de los labios, como esperando que se materializaran en su papel y la punta del lápiz fueran sus labios, fundiéndose en mil besos. Helena temblaba de vez en cuando, cuando sentía que Eva la miraba fijamente, solo de pensar que Eva miraba cada curva de su cuerpo detenidamente la hacía estremecerse, estaba muy nerviosa, y cada vez que se movía Eva le susurraba dulcemente que no se moviera, no como una orden sino como una súplica.

    El lápices de Eva dibujaba la línea de los pechos de Helena, a través del vestido, redondos, se los imaginó y el lápiz tembló entre sus dedos, miró a Helena, allí, mirando a través de la ventana, dejó el lápiz y la hoja a un lado y se acercó. Helena sintió a Eva detrás suyo, se quedó quieta, le temblaba mucho el labio, deseaba que el aire que la separaba de su cuerpo se fuera. La mano de Eva pasó entre el brazo de Helena y su cintura, y acarició el ombligo de Helena por encima del vestido. Helena se echó hacia atrás para sentir el cuerpo de Eva contra el suyo, su labio aún temblaba, echó la cabeza hacia atrás y sus ojos se cruzaron con los de ella. Eva recorrió con su mirada el rostro de Helena, sus ojos, su nariz, sus mejillas, sus labios, notó que los labios de Helena temblaban, sonrió. Al ver a Eva concentrada en sus labios Helena sonrío. Se acercaron un poco más, sus labios, por primera vez en semanas, se rozaron, suavemente, todo a su alrededor desapareció, la habitación, el suelo, las paredes, la ventana, el papel con la figura de una mujer, sus labios se apretaron contra los de ella, sus corazones fueron al mismo compás, rápidos, ansiosos, sus manos apenas daban abasto para complacer sus corazones. Desde entonces el corazón de Eva y el de Helena van al mismo compás.
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      Al sur


      Los rayos de sol se reflejaban en el agua del mar, tonos rojos, naranjas, el cielo de color rojizo, la arena de la playa de un dorado intenso, se veía una pequeña barca en el horizonte, entre dulces olas que la balanceaban como si fuese una cuna, el mar su madre afable y cariñosa, los tejados de las casas se despedían del sol, las paredes blancas por la cal se volvían de un amarillento dulce, cálido. No había cambiado nada, el paisaje, silencioso, hogareño, colándose en su corazón, como si de un cuadro de Monet se tratase, un paisaje digno de una postal. La brisa marina le tría un dulce aroma salino, la arena de la playa se entrelazaba con los dedos de sus pies, descalzos, su vestido ondulaba al viento, miraba el atardecer, ojos soñadores, perdiéndose entre los rayos de luz que atravesaban el mar fundiéndose con él, o se reflejaban dándole luz propia. Miró una vez más el horizonte y se fue, camino por la costa, con el agua del mar rozándole a intervalos los pies, sus tobillos, su piel, estremeciendo cada músculo de su cuerpo, haciéndola sonreír con sus caricias, al llegar a la altura del puerto se calzó sus sandalias y caminó hasta el paseo marítimo, no había mucha gente, alguna pareja con las manos entrelazadas, miradas cómplices, a veces apasionadas, a veces simplemente cariñosas, algún abuelo con su nieto camino a casa después de un largo día en la playa. Ella volvió, mientras la noche la embriagaba, sumiéndolo todo en la oscuridad, llegó cuando la noche había caído ya sobre el pueblo, cuando ya no quedaban sino vagos reflejos donde antes había luz, entró en la casa y cerró la puerta tras de sí, el habitual crujido al tocar el marco, madera contra madera, desgastada y vieja, vencida por la sal y el tiempo, subió las escaleras con paso lento, mientras se apoyaba en una caricia en la pequeña barandilla de hierro, fría incluso en aquellos días de verano, se tumbo en su cama con la vista fija en la ventana, veía combatir a las estrellas con la luna para ver quien brillaba más, y así soñando con ser alguna de aquellas estrellas, soñando con que alguien viera aquella misma luz que resplandecía en la oscuridad de la noche en su interior.


      Llegó cuando la noche se despedía de los tejados, y los rayos del sol, soñolientos, intentaban alumbrarlo todo a la vez, dejándolo en una suave niebla como si de un sueño se tratará, una mezcla entre la realidad del día y la fantasía de la noche, bajó del autocar y miró alrededor, no recordaba las veces que había visto aquel mismo paisaje que ahora hacia brillar sus ojos verdes, hacía tanto tiempo, mucho sin respirar aquel aire, mezcla de mar y tierra, sin ver aquellas casa de paredes blancas, aquellos tejados a medias, como esperando que alguien construyera otro piso encima, confundiéndose con las paredes, aquel mar ondulando y brillando como un manto de estrellas al final de la calle mayor. Se distrajo mirando a un señor pasar con paso lento y cansado camino a sus tierras, abatido ante la larga jornada de trabajo en los campos, un pescador camino al puerto saludándole con un gesto de la mano y una sonrisa pensando en la hora en que se viera en su barco en medio del mar sin nada más alrededor que agua y profundidad, sin ningún atisbo de civilización, a solas con las olas y su barco. Ella cogió su maleta y la arrastró hasta la pequeña pensión, que se diferenciaba con las demás casa, gracias a un pequeño cartel de madera, pintado de color azul y con letras blancas.

      La habitación era muy sencilla, una vieja cama de madera con un colchón desgastado por el uso, con el cabezal debajo de una ventana, una pequeña mesita de noche y un pequeño armario a la izquierda de la puerta. Dejó la maleta encima de la cómoda y salió a dar un paseo. Sus recuerdos la invadían en cada callejuela de aquel pueblo andaluz, la plaza donde de niña había jugado con sus primos, la calle que bajaba a la izquierda del ayuntamiento, el pequeño callejón con apenas cinco puertas para las viviendas, la última casa del callejón, pintada como el resto con cal, dos grandes portones de madera oscura en forma de arco, las tejas que hacía años se habían desprendido del techo y se habían colocado contra la pared en el suelo, olvidadas, rotas por el tiempo.


      Los rayos del sol que entraban por la ventana la despertaron con su resplandor, en su habitación olía a vainilla y a café recién echo, bajó los escalones de uno en uno, crujiendo a su paso, llevaba aún el vestido, arrugado y destartalado por sueños y pesadillas, bostezó al sentarse en una silla y su padre puso una taza de café delante de ella.

      - ¿Has dormido bien?

      - Sí.

      - Volviste muy tarde.

      - Sí.

      - Deberías despertar a tu hermanita, tiene que ir al colegio.

      - Sí.- Se levantó apurando el café y como todos los días se puso en el papel de la madre.

      Subió de nuevo los peldaños y abrió con suavidad la puerta de la habitación de su hermanita, hacía unos años ella le había pintado un paisaje en la puerta y en las paredes de la habitación, le había costado mucho tiempo y esfuerzo pero al ver la sonrisa de su hermana se le había olvidado todo, nubes blancas moteando el azul celeste de fondo, un globo en un lado, una alfombra voladora en otro sitio, cosas añadidas sobre el cielo y las nubes, a su hermana le gustaba que pintara algo que tuviera que ver con los cuentos que le contaba para espantar las pesadillas. Su hermanita se parecía mucho a su madre, tenía los ojos azules enmarcados por pequeñas pestañas doradas, sus mejillas estaban llenas de pequitas por aquí y por allá, sus tirabuzones dorados le caían sobre la cara, a veces se los apartaba detrás de la oreja como hacía su madre cuando estaba allí.

      - Princesita, es hora de despertar.

      Puso su mano en la mejilla de su hermanita y sonrió al ver como se estiraba y bostezaba.

      - He soñado que volaba.- Una sonrisita dulce apareció en sus labios.- Con mama.


      Dejó a su hermana en el colegio y ando por las calles del pueblo hasta la playa, le apetecía un baño pero al cambiarse de ropa y ducharse no se había acordado de coger el bikini, entró en el bar, un letrero de propaganda y la palabra bar escrita a mano en un cartel debajo del de propaganda, una pequeña puerta de cristal separaba el establecimiento de la arena de la playa, aunque siempre había tierrecilla por el suelo, no había casi nadie, el abuelo del panadero sentado en su mesa de siempre con su interminable vaso de vino, Roberto el hijo del dueño detrás de la barra jugando con una gameboy, la viuda en un rincón solitario sumida en la oscuridad y en sus pensamientos, no recordaba haber visto a aquella mujer nunca sonreír, puede que no supiera hacerlo, tampoco recordaba que hubiera estado casada aunque todo el mundo la llamaba la viuda y una chica en la barra tomando un zumo, no le sonaba, sería alguna turista que se habría perdido camino a la capital. Vio a Miriam barriendo en un extremo del bar la arena de la playa, se acercó a ella y la agarró por la cintura, apoyó su cabeza en su hombro.

      - Buenos días.

      - Ahora estoy ocupada Eva, siéntate y tomate algo anda.

      Obedeció, su chica últimamente estaba rara, Eva creía que se había enamorado de la hija del panadero, a veces iba allí con su bisabuelo, pero era heterosexual, y siendo las únicas lesbianas del pueblo era algo normal que estuvieran juntas, aunque en realidad hacía tiempo que ninguna de las dos sentía aquella sensación en la boca del estomago al verse, Eva no había recordado la última vez que lo sintió y no le importaba, era una relación cómoda, sin sobresaltos, ya se conformaba con eso. Sonrío a Roberto y pidió una coca-cola.

      - Tienes a tu chica enfadada.- Dijo Roberto poniendo la consola a un lado.

      - ¿A sí?

      - Sí, aunque no se porque es, pero últimamente esta de mala leche.

      - Lo sé.- Dijo Eva mirando a Miriam, que seguía barriendo sin inmutarse.

      Helena acabó su zumo, observó unos instantes a la chica que hablaba con el camarero, desde donde estaba no sabía de que hablaban, tampoco la había visto entrar, se sorprendió al darse cuenta que estaba mirando los labios de aquella chica, y aquella confusión, últimamente tan habitual, se apoderó una vez más de ella, estaba mirando sus gestos y le parecía una chica guapísima con aquellos ojos verdes y aquella sonrisa, se quitó esos pensamientos con un: ¿Qué haces, no ves que es una tía? Dejó dinero en la barra y salió del bar.

      Paseó por la playa de un extremo a otro, con la vista perdida en el mar, en el cielo, pensando en que habría más allá del azul, unas gaviotas se abalanzaban contra el mar y salían victoriosas con un pez en el pico alejándose a lugares más tranquilos, a Helena no se le ocurrió ningún lugar más tranquilo que aquel, acabó entre pensamientos en el puerto, pequeñas y grandes embarcaciones pescaderas se arremolinaban en torno a los viejos muelles de madera con sus palos alzados contra el azul del cielo, como queriendo atravesarlo y llegar al sol, se fijó en una pequeña barca, la pintura blanca se descorchaba aquí y allí y la madera se veía débil por el contacto con la sal del mar, un pequeño remo rojo la atravesaba, paralelo a la quilla, se fijó en el nombre del barco Catalán.

      - ¿Helena?

      Se giró y contemplo por primera vez en mucho tiempo sus ojos marrones profundos como el más oscuro de los pozos, aquella media sonrisa que tenía en los labios, sin duda cosa de familia, la había llamado hacía un par de días diciéndole que pensaba ir al pueblo a pasar unos días, quizás unos meses, que necesitaba alejarse de Toledo un tiempo, su prima le había dicho que no había ningún problema. Se fundieron en un abrazo y se quedaron mirando a los ojos, se echaron a reír.

      - Has crecido.- Comentó su prima mirándola a los ojos.

      - Bueno, ha sido mucho tiempo.

      - Demasiado. Mi prima pequeñita. Esta si que es buena.- Su prima Elisa la rodeaba con un brazo sonriendo de oreja a oreja.

      Se llevaban muy bien, a pesar de la diferencia de edad, Helena tenía 19 y su prima Elisa 32, pero siempre se habían llevado muy bien, eran muy diferentes, a veces discutían, sobre todo cuando Helena era una niña y se enfadaba porque su prima no se la llevaba con ella, Elisa lo tenía todo, un marido que la adoraba, unos hijos preciosos y una bonita casa con vistas a la playa. Elisa la convenció para quedarse en su casa, tenían una habitación de invitados para ella y así podrían pasar más tiempo juntas. A Julio no le importó para nada que la prima de su mujer se quedará allí, y por la noche invitó a Roberto, su hermano pequeño, para que viniera a cenar.

      Roberto llegó acompañado de una chica, Cristina, morena no muy alta y con una cara de angelito que no ha rato un plato, Roberto era el camarero del bar en el que había estado desayunando, más bien el hijo del dueño, ya que el bar era de los padres de Julio y Roberto, tenía 22 años y era muy simpático. Se pasaron la noche bromeando y Roberto se llevó a Cristina y a Helena a uno de los muelles donde estaban unos amigos y amigas charlando.


      Eva vio llegar a Roberto con la hija de la panadera y otra chica, le sonaba haberla visto en el bar ese mismo día, no pudo evitar ver la mirada de Miriam hacia Cristina, y se dio cuenta de que sus ojos reflejaban tristeza, Eva conocía aquella sensación de amor imposible, y el de Miriam era aún peor, la novia del hijo de su jefe, a parte de ser unos de sus mejores amigos.

      Roberto presentó a Helena a todos los que había, una chica que trabajaba con él en el bar, Miriam, que la saludó sin ganas, un amigo del instituto de la capital que pasaba las vacaciones allí, Rubén, el hijo del herrero Fernando (Ferny), el hijo del dueño de la pensión, Lucas, la hija del de la piscina, Alba y Eva, Helena la miró fijamente, unos tejanos desgastados y un top blanco, le quedaban a la perfección, y una vez más aquella confusión, ¿Por qué se había fijado en ella? ¿Era acaso lesbiana? ¿Por qué no se había fijado en Lucas, era muy guapo y seguro que todas se fijaban el, pero porque no ella?


      Los días pasaron tranquilos, lentos, entre paseos por la playa y charlas en el muelle refugiados bajo las estrellas. Helena y Eva se hicieron muy amigas, realmente no sabían mucho la una de la otra, pero había algo, un lazo invisible que las unía de una forma que ninguna de las dos se podía explicar, atrayéndolas la una a la otra, a Helena le costaba mucho dejarse llevar por ese lazo, su corazón intentaba decirle algo pero se cabeza no le dejaba, lo silenciaba con substanciosos argumentos que poco a poco iban perdiendo sentido. Eva, por su parte, sabía lo que le estaba pasando, algo que no quería que pasara otra vez, hacía mucho se había prometido a si misma no volver a caer en amores imposibles, pero si hay lago incontrolable en este mundo es el corazón, y aunque se negaba a si misma haberse enamorado de aquella chiquilla, no podía evitar volar cada vez que sus ojos marrón claro, se clavaban en los suyos.

      Miriam tardó poco en agobiarse hasta tal punto que no quería ver a nadie, Eva sabía porque era, y aunque habían decidido dejarlo sin que los demás lo supieran, para no tener que aguantar habladurías del pueblo, no podía evitar preocuparse por su amiga, pasaba mucho rato en su casa intentando consolarla, pero sabía que para eso no hay consuelo, simplemente hay que esperar, esperar a que poco a poco ese amor se vaya esfumando, a que se diluya en su pecho hasta dejar de existir, hasta que una ráfaga de viento se lo lleve lejos, con la esperanza de que esa misma brisa o otra parecida no lo vuelva a traer.

      Cristina no se daba cuenta de nada, es asombroso cuando alguien no puede vivir sin una persona y sin embargo, esa persona vive sin apenas darse cuenta de la existencia de esa otra persona. Cristina ignoraba por completo el dolor que causaba en Miriam cada vez que besaba a su novio, Roberto, y es que ella sentía lo mimo que Miriam, ese amor sin límites, sin cordura, ese remolino que te arrastra sin saber porque, sin darte tiempo ni siquiera a preguntarte porque ese sentimiento, simplemente dejándote llevar, viviendo en ese sentimiento, sin preguntarte cuando llegó o cuando se irá, solo que Cristina lo sentía por Roberto y Roberto lo sentía por ella.


      Una tarde Helena había ido a ver a Eva a su casa, como muchas otras se encerraron en la habitación perdiéndose en grandes conversaciones, en las que en realidad no decían nada, solo intentaban ocultar sus deseos, el de Eva un deseo conocido que quería borrar, el de Helena un deseo que aún estaba conociendo y que no quería llegar a conocer. Helena vio los dibujos de Eva y se maravilló, era una gran pintora, se el daban muy bien los paisajes, aunque los retratos tampoco se le daban mal, helena quiso que Eva la pintará, pero Eva se negó, ¿Cómo expresar en papel la belleza de aquella chica? ¿Cómo conseguir que se refleje siquiera un ápice de aquella alma? Se creía incapaz, o tal vez fuera que sabía que si la pintaba se iba a enamorar perdidamente de aquella chica, más de lo que ya estaba, no sabía si iba a poder contener sus deseos, mientras dibujaba la línea de las caderas de Helena, de sus pechos, de sus piernas, no se veía capaz y dejó pasar el tiempo.
      stich
        stich
        uola!

        he leeido dos te los relatos que tienes aqui y la verdad qno estan nada mal yo tmb escribo algo pero buff no tanto como tu digamos q toy empezando aunq tengo escrito algo... y bufff me encanta escribir.... me dasahogo mogpllon con eso... son mu buenos ... me gustan mucho enorabuena!

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