Relatos Lesbicos.
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Desconocida | Publicado el 09-11-2009 12:55:04 |
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Hola a todas.he estado mirando por si había algún post sobre este tema,..viendo que no,quiero dejarlo abierto...porque a veces es bueno evadirse.espero os guste y pido perdón si daña a algunas que lo consideren demasiado fuerte o fuera de lugar.empiezo dejando yo uno. ![]() Angelina resuena sus zapatos contra el pavimento. Entre paso y paso, sus pensamientos rítmicamente afloran y retumban molestosamente en su cabeza. Todos los días en el caminar hacia su labor diaria, el silencio de su jornada y vaivén sonoro de sus zapatos, se cuestiona el porqué de sus vivencias. Tiene 42 años de edad; enfermera de profesión, del cual los últimos 4 años se ha dedicado al cuidado de enfermos en el hogar. De camino a su trabajo, casi diariamente presencia una escena que la siente como un �??deja vu�?� Alguna parejita de novios besándose deliciosamente en el parque, o magreándose descaradamente al compás del movimiento del autobús. Otras veces, ve alguna mujer embarazada, signo evidente de una sesión de placer hace algunos meses. Siente una punzadita en el pecho, sólo eso. Los menesteres amorosos han quedado atrás hace muchos años en la vida de Angelina. Ni siquiera sus amigas mencionan temas relacionados al amor carnal. Un aura de beatitud la rodea. En ocasiones ella siente que esa aura la deprime, la marchita y la oscurece. Son las 7:00am cuando los nudillos tocan la puerta. La puntualidad es una de sus grandes cualidades. Tras algunos minutos de espera, Amanda, una mujer que aparenta algunos años más que ella, le da la bienvenida. Angelina entra en el salón, y observa cuidadosamente su alrededor. Durante estos cuatro años se ha convertido en una �??catadora de ricos�?� Por la decoración, el movimiento de los habitantes dentro de la casa, las cosas que consumen, pude inferir a qué profesión se dedican sus contratantes y cuál es su estatus económico. �??Estos deben ser comerciantes�?� piensa Angelina. Luego de las obligadas presentaciones, Amanda le explica los deberes de Angelina en el hogar. Esta debe cuidar de su hija Mariela de 21 años, la cual recién llegó del hospital tras una caída que le fracturó un tobillo y un brazo; asistirla en sus alimentos, en su aseo y hacerle compañía, sería su responsabilidad. Angelina respira aliviada al encontrar su nuevo contrato bastante sencillo y placentero. Atender personas en el hogar le da cierta libertad laboral y buen dinero, pero en ocasiones tiene que lidiar con pacientes con condiciones que requieren mucho esfuerzo y cuidado especializado. Amanda y la enfermera se dirigen al segundo nivel de la casona. Recorren el lujoso pasillo y antes de terminarlo, entran en la habitación de Mariela. Luego de las debidas presentaciones, Angelina ausculta el cuerpo de la joven para conocer la gravedad de sus fracturas. Su brazo y su pie están debidamente enyesados, y según su experiencia y las recomendaciones medicas que compartió Amanda con ella, la chica estará muy bien en unas pocas semanas. Durante la conversación, Mariela permaneció casi todo el tiempo callada. Angelina lo interpretó como timidez o quizá vergüenza. Amanda le agradeció que se presentara mañana mismo a trabajar porque debía incorporarse a su trabajo lo antes posible y Mariela se quedaría sola. Angelina inicio su día muy contenta: un paciente nuevo y fácil de atender. Amanda la recibió cortésmente como el día anterior y le indicó que debía esperar que Mariela se despertara. La madre dijo adiós casi tirando la puerta porque debía llegar a su trabajo. Ya sola en la casa, la enfermera sube a la habitación de Mariela y se sienta en una butaca cerca de la ventana a esperar que la chica despertara. Al cabo de unos 45 minutos, Mariela despierta y se sorprende de ver a Angelina en su cuarto. La enfermera intenta establecer empatía con la chica y al rato empiezan a desayunar. Luego del desayuno, Angelina le ofrece a la chica asearse. Aunque Mariela asintió, su cara era de puro pánico. La enfermera, en broma, pero con la intención de tranquilizarla, le explica que ha visto cientos de personas desnudas y que podría llenar libros enteros si tomara fotografías. �??A mi solo tres personas me han visto desnudas, mi mama y mi medico�?��?� Angelina se remuerde de la curiosidad por saber cuál es esa tercera persona que la ha visto desnuda, pero por prudencia no preguntó. Siente una punzadita en el pecho. �??Es el novio�?�, piensa. Su mente corre rápidamente imaginándose a algún chico despojándola de sus vestiduras. Suspira bien bajito para disimular una extraña envidia. Al llegar al baño, la mujer ayuda a la chica a quitarse sus ropas. Mariela estira hacia arriba sus brazos para que la enfermera jale suavemente su camisón de dormir. �??Cuidado con el brazo�?�, se quejó Mariela. �??Disculpa, déjame pararme frente a ti para estar más atenta a tu brazo�?�, contesta Angelina La enfermera tira completamente del camisón corto con motivos florales, quedando la chica solamente con un pequeño panty azul. Angelina observa los senos de Mariela, los cuales rebotaron un poco con el movimiento. La chica es de tez canela, por lo tanto, ve unos pezones medianos rodeados de unas aureolas oscuras. Sus senos, bastante grandes, mataron toda ilusión de niña que reflejaba su cara. �??Ahora déjame ver como te ayudo con esto�?�, dice Angelina La mujer ayuda a la chica a pararse, se agacha y tira con las dos manos lentamente las panties para no lastimar la pierna. Mientras le baja los calzones, en esa posición, agachada, siente el olor del sexo de la chica. Es un olor particular, pero no lo siente desagradable. Mira de reojo su sexo. Observa que están naciendo vellos en el pubis, propio de una persona que se depila. �??Si, definitivamente, esa tercera persona es el novio�?�, piensa y siente gracia por la situación. Al ayudarla a sentarse en la silla de bañar, vuelve a sentir el olor. Su pecho siente una punzadita. Esta vez no sabe por qué, pero en el trajín se olvida. Gradúa la ducha para que el agua este agradable. Luego la va mojando y observa cómo su cabello, bastante largo, cambia al mojarse. Luego observa cómo el agua recorre los senos de la chica y el canal entre ellos. Mariela abre las piernas para que su vulva se empape. Angelina prepara un paño con jabón y restriega su espalda. Angelina siempre disfruta restregando espaldas, lo interpreta como un masaje. �??Te podrías reclinar un poco hacia el lado�?�, dice. Angelina restriega la espalda baja de Mariela. Luego las nalgas. El paño no es muy grande, por lo tanto siente casi en sus manos la piel de sus nalgas. Con una mano las abre un poco y con la otra mano, restriega entre ellas con el paño. La mujer siente otra punzada�?� y su boca salivando, lo atribuye a que es el tipo de paciente que nunca había atendido. Luego pasa el paño a la chica. Esta le indica que prefiere el jabón. Mariela, con una mano, pasa el jabón en el torso y con la otra se enjabona. Se enjabona el cuello, luego los senos. Angelina observa cómo sus senos se llenan de espuma y cómo las manos los hacen rebotar mientras los restriega. Rápidamente, Mariela enjabona su abdomen y su pubis. De reojo, Angelina mira cómo Mariela abre penosamente las piernas y enjabona sus labios vaginales, y cómo estos se abren mientras la mano de la chica limpia todos los pliegues. La enfermera la mira con una fascinante curiosidad. Por último, Angelina enjabona sus piernas, se agacha frente a esta y por primera vez, es consciente de su propio cuerpo. Percibe sus propios labios abriéndose dentro de sus pantis mientras se agachaba. Restregando las piernas, pudo ver rápidamente la �??totita�?� todavía abierta, mojada y con espuma de Mariela. Ahora, las sensaciones de Angelina se iban hacia las rodillas�?� �??A los jóvenes de hoy no les importa un carajo la desnudez�?�, pensó para tranquilizarse. Observó la cara de Mariela y esta seguía con la misma cara de indiferencia y distanciamiento que tenía desde ayer. �??Aquí no hay nada raro�?�, volvió a sugestionarse. Al terminar el baño, la mujer ayuda a la chica a secarse. Nuevamente se encarga de su espalda, pero seca los hombros y el pecho de Mariela sin llegar a los pechos. La chica toma la toalla y fuertemente seca sus senos, tanto, que a Angelina le pareció que sus pezones quedaron un poco duros, y luego seca su entrepierna. Por último, la enfermera secó las piernas. El resto de las horas transcurrieron normalmente; una merienda, cambio de ropa y hablar de cosas fútiles. Cuando Amanda llegó, Angelina no sólo vio la culminación de su día de trabajo, si no el espacio para digerir lo vivido. Mañana será otro día�?� |
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ariadna41 | Publicado el 10-11-2009 03:40:51 |
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Aquí va un viejo relato que desempolvé... Podría llamarse "El darse cuenta", pero preferí "La mirada". Espero que les guste. _____________________________________________________________________________________________________________________________ LA MIRADA Como todos los sábados, ese día Paula fue a encontrarse con sus amigos. Se dirigió directamente al bar, ubicado al lado de “Los Conjurados”, donde la esperaban. Juan se levantó para recibirla y le presentó a Fernando y a Camila, dos compañeros que se habían sumado al grupo. Al saludarlos le llamó la atención el reloj de Camila, pues le parecía familiar, pero no reparó demasiado en ello dada su ansiedad por conversar y saber qué había sucedido en la vida de sus amigos durante el tiempo que habían estado separados. Comenzaron a poner al tanto a Paula sobre algunos sucesos ocurridos en su ausencia, mientras Fernando se encargaba de pedir al mozo lo que iban a beber. Al rato, cansados ya de la charla, todos deseaban comenzar con su mágico ritual de lectura. Se dirigieron a “Los Conjurados”, nombre que le habían puesto al departamento que habían acordado alquilar para tener un lugar donde reunirse. Ese día eligieron el Mundo como voluntad y representación, el capítulo que versa sobre la música. Mientras Juan cebaba unos mates, Paula se acomodó serenamente en su silla, abrió el libro, leyó el índice con atención buscando el capítulo elegido y comenzó la lectura luego del consentimiento de todos. Su voz resonaba ligeramente en la sala casi vacía. Su tono era firme, delicado, sensual. Al cabo de un tiempo, Paula comenzó a sentir una mirada que la acariciaba, que se deleitaba con cada uno de sus gestos y no pudo evitar distraerse de la fuerza poética del alemán. Hizo un real esfuerzo por no desatender la lectura, pero una y otra vez la dulce suavidad con que esas invisibles manos la acariciaban la distraía del libro. Continuó leyendo pero sin saber ya lo que sus palabras decían. Sintió que se desplazaban sobre las facciones de su rostro para detenerse en sus labios y en los pequeños hoyuelos que se dibujaban al lado de sus comisuras cuando hacía algunos gestos; luego sintió que bajaban por su cuello delgado, por sus hombros que estaban casi totalmente descubiertos y dibujaban una armoniosa y suave curva para descender hacia los brazos. Un tibio placer comenzó a envolverla y, aunque no había un contacto físico, su piel comenzó a estremecerse. Sabía que cada centímetro de su cuerpo era explorado minuciosamente con una delicadeza que le causaba poderosa fascinación. A pesar de todo siguió mecánicamente con la lectura aunque con uno que otro tropiezo. Aunque más tarde recordaría ese hecho como el comienzo sin fin de sus confusiones, a ese momento lo vivió como un juego. Descubrió que en ciertos encuentros se hace presente lo inevitable y la libertad es reducida a simple quimera o, en el mejor de los casos, a una mera ilusión. Finalizada la lectura retiró sus ojos del libro, elevó suavemente su rostro, y luego de ver a sus compañeros que ya comenzaban a debatir sobre lo que habían acabado de escuchar, dirigió su atención –simulando descuido- a quien constantemente la había distraído esa tarde. Por un breve instante las miradas se fijaron una en otra y comenzó a construirse un universo, un extraño idioma de sensaciones. Se estremeció al darse cuenta de la intensidad y la fuerza que la belleza de la otra persona escondía. Paula no podía comprender lo que estaba sucediendo, pues tenía la manía de racionalizarlo todo y esta vez no pudo. Tan fuerte era la fascinación de lo que sentía que se dejó llevar. Como el mensaje de un náufrago se perdió mar adentro al ritmo azulado del latido que animaba aquella mirada. Mientras sus amigos conversaban sobre las posibilidades de imaginar un mundo en el que sólo existiera la música, a Paula le era imposible evitar el hecho de que todos sus sentidos, toda su atención, quedaran atrapados. El campo visual le permitía saber de sus movimientos y sentir las imaginarias manos que la exploraban. Se acomodó suavemente en la silla, enderezó su espalda dibujando una hondonada que incitaba al deseo a deslizarse por la brevedad del declive, y cruzó al revés sus piernas inclinándose ligeramente hacia adelante. Todo lo hizo sabiendo que cada uno de sus movimientos eran acompañados. El silencioso juego había roto las avaras barreras con las que el tiempo nos encierra cotidianamente. El tiempo dejó de existir y vivieron un instante de eternidad, regalo que a veces nos conceden ciertas sensaciones o estados del alma. Pero estaban los demás para recordarles la mezquindad de las horas que el reloj marca, implacable, igualándolo todo. De pronto se dio cuenta de que todos comenzaban a despedirse: -Voy hacia el centro ¿alguien quiere que lo acerque? –preguntó Juan. –Nosotros dos vamos con vos –contestó uno de ellos-. Nos vemos el Lunes- dijeron, mientras ya se marchaban. Fernando permanecía casi inmóvil, al igual que Paula, mientras escuchaban la conversación entre Camila y otra de las chicas. Paula estaba como sumida en un sueño, extraviada en un caótico mundo de imágenes difusas y apresada por la fuerza de las sensaciones, atraída y espantada a la vez por el deseo. Los movimientos de los otros los veía como dilatados e imbuidos de una lentitud casi mágica, representación ayudada por el hondo silencio que los abrazaba. Uno de los chicos preguntó: –¿Te sucede algo? Te noto un poco extraña. –Nada- respondió casi sin prestarle atención. –Nada, tan sólo estoy un poco cansada. Regresaron directamente de la reunión a sus casas. Un tanto perturbada por lo sucedido, Camila tomó la resolución de no pensar en ello, creyendo que podría cumplir con lo decidido. Abrió la puerta con sumo cuidado y, sin encender la luz del pasillo, se dio cuenta con alivio que sus padres y hermanos estaban durmiendo. No deseaba hablar con nadie y quería, lo antes posible, dejar que el sueño la absolviera de sus pensamientos. Entró por fin en su habitación y dejó caer su bolso en el suelo. Seguía luchando consigo misma por dejar de pensar, mientras se cambiaba y se ponía una camiseta para dormir. Ya en su cama, a pesar del esfuerzo por dormir, una y otra vez las imágenes se agolpaban en su mente. Entre el sueño y la vigilia, protegida por la penumbra de la habitación volvió, inevitablemente, a dibujar cada minucioso detalle de ese cuerpo, de ese rostro, la luz y el peso de esa mirada. Imaginó sus manos tomándola de la cintura y atrayéndola hacia su cuerpo, tan cerca que pudo percibir el cálido sonido de la anarquía, la melodía íntima de su respiración decididamente alterada. Los latidos y la agitación crearon un ritmo único, obsesivo, una explosión contenida ante la que se rendían sus sentidos. Cada mínimo movimiento provocaba un placer tan intenso que se confundía con el dolor; a veces casi sin tocarse, otras veces con breves contactos. Ella apenas rozó sus labios con los suyos, una y otra vez, comenzando a alimentar aún más el deseo. Respondieron sus manos que comenzaron a explorar su rostro, mientras ella inclinaba su cabeza dejando que poco a poco se dibuje una sensual hondonada entre su cuello y su hombro. Hacia allí se vieron atraídas las caricias de los labios, húmedos, por un deseo que crecía al compás de sus excitados latidos y comenzaba a subir buscando su boca. Sintieron la desesperación que imprime la pasión en el alma. Cuando finalmente los labios se encontraron, se fundieron en un beso como si para no morir necesitaran respirar el mismo aire, compartir el ritmo de sus respiraciones hasta que se hicieran una. Entonces sus manos comenzaron a dibujar sus senos hasta encontrar el curvo recodo que descendía hasta la llanura de su vientre, su cintura, sus muslos, y siguieron modelando con detalle la forma de su cuerpo, hasta develar lo sutil, hasta causar un tembloroso y dulce gemido que anunciaba la disolución de la razón y la fusión en una sola alma. Paula se dio vuelta en la cama. Al rato, cansada ya de luchar consigo misma e intentar inútilmente caer en las redes del sueño, decidió encender la luz. Sentada en la cama miraba las paredes y los muebles de su habitación como si buscara algo. Vio hacia la ventana para verificar que esté abierta, pues el calor le resultaba cada vez más pesado. La blancura de su camisa se perdía en las partes en que se adhería a la humedad de su cuerpo. Decidió levantarse, traer un poco de agua fresca y un libro de la biblioteca. Al regresar a su habitación puso el vaso junto al libro en su velador, seleccionó un compacto de blues e instintivamente dejó que la música arrullara su fragilidad. Se dirigió a la ventana, apoyó sus brazos y observó que el cielo estaba totalmente descubierto. El claro círculo plateaba las hojas de los árboles y bañaba de luna su cara. Nadie transitaba la calle. Comprobó que aún faltaban unas horas para que amaneciera y pensó que la ansiedad por reencontrarse con sus amigos hizo que despertara sobresaltada en medio de la noche, soñando que era el sueño de otra persona, en el preciso instante en que Camila la soñaba. |
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