Había descubierto que no tenía nombre, no cabía dentro de una palabra que lo definiera. Eso no era algo excepcional, ni bueno ni malo; ni tampoco hubiera sido un problema si no fuera porque habitaba en un lugar donde es necesario tener uno; sin embargo sabía que cualquier cosa existente empezó siendo algo sin nombre, así que pensó que podría inventarse uno que marcara su carácter y naturaleza expansiva, algo como “fuego”, pero a la vez algo casi invisible, como “aire”, y al mismo tiempo debía ser algo dotado de peso que le llevara a sentirse pegado al mundo en el que nació y del que no era posible desprenderse, como “agua”. Pero todo eso no parecía ser humano, y su ser era humano.

Un día, mientras descansaba, en su infinita soledad de siempre, entre sueños, sintió algo parecido al amor. Pensó que así era por ser ese sentimiento que te lleva a desear atrapar al otro, al amado, su esencia, su alma, a tomar su cuerpo buscando el ser que existe dentro, y que asoma expresándose en su movimiento, en la luz de sus ojos, en la vida que hay en su boca, o en el misterio de sus manos; a adentrarte en el mismo, atravesarlo con cuanto un humano tiene a su alcance: sus ojos, sus manos, sus labios, su voz, su superficie toda. Descubrió que su piel despertaba, sentía su cuerpo, y supo que éste poseía una sensibilidad y un impulso que le llevaba a entregarlo, a desear que lo tomaran, que lo despegaran de sí mismo, que lo transportaran a un lugar mucho más amplio que su propio mundo.

Sintió su piel, sintió su calor, sintió su humanidad toda. Y sus manos obedecieron a sus instintos, apoyándose en su mente, buscando en la nada de la oscuridad la luz de quien estaba lejos, tan lejos, tan ajeno, tan abundante, tan inexistente, tan deseado... Y dejándose llevar atrapó un instante de otro mundo, ni posible ni imposible, tan solo un mundo inhabitado, arrastrándole dulcemente en un viaje de ida y vuelta a la velocidad de la luz, al cielo de su amor crecido, soñado, reinventado, dibujado, decorado, narrado en millones de palabras, pintado de mil colores, dotado de intensos olores y exquisitos sabores, de profundos, agitados y dulces sonidos y de ansiosos y generosos tactos, de existencia plena, en el lienzo del tiempo, ...con el inmenso poder de su imaginación, que iba y venía a su antojo sin que su voluntad interviniese en su juego.

Y sin nombre pronunció todas las palabras silenciadas durante los siglos de toda su existencia, y tras el trayecto de toda su pasión alcanzó la cima donde construyó el paisaje soñado con su otra piel, que sintió poseer, voluntariamente atrapado en todo el calor de la intimidad de su hogar; prendido, alimentado, al fuego de sus sueños..., donde hay unos ojos y unas manos con nombre..., que a su vez le nombraron, y su nombre le pareció hermoso en otros labios, susurrado como si perteneciera a una vida… que no era suya.

Y al despertar lloró, lloró amargamente..., justo cuando alcanzó ese lugar donde pensó se podían quedar a vivirse, dejando de ser quienes son, antes de que su sueño se esfumara en ese instante último.

“Ni tengo nombre, ni yo puedo ponérmelo...”, y se meció en la tristeza de la música, en la indiferencia del cielo que lo cubría, y en la existencia de su solitario ser. Pero... “Nadie te habrá amado tanto...”.

Tras sus lágrimas..., abrió sus ojos, percibió la luz, los colores... No sintió paz, pero no renunció a lo imposible, ... “y si fuera otro quien me pusiera un nombre...”. Débil y serena alegría reinventada. Sus ojos se cerraron, y no le importó morir... "Vivir o morir es indiferente. Amar es más grande que eso. Duele tanto este cielo deshabitado..., y que no exista un nombre para mí... Y sin embargo, aún lucho por vivir..."

Buenas noches...