Nadie, con un mínimo de sensibilidad, puede quedar indiferente al contemplar el dolor en un hospital, la ancianidad en una residencia o la tristeza en un funeral. Cuando nos aproximamos al sufrimiento y a la pena de nuestros semejantes, cuando sentimos de cerca la fragilidad humana, sentimientos de piedad, solidaridad y misericordia se entremezclan y nos conmueven. Y, en momentos así, seguramente sea cuando los mejores sentimientos de humanidad brotan de nuestro interior haciéndonos sentir más cercanos a nuestro prójimo.

Tomar contacto con realidades como el dolor, la enfermedad, la decrepitud o la muerte significa recibir lecciones magistrales de humildad; significa aprender a valorar y relativizar muchos de nuestros empeños y ambiciones en nuestras vidas; significa aprender a valorar lo bueno que tenemos y no disfrutamos; significa darnos cuenta de lo efímero de nuestra existencia; significa, en fin, tomar conciencia de lo que realmente somos: unos pobres seres vulnerables, temerosos y perplejos ante esta ilusión maravillosa y extraña que es la vida.

selenna