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Una historia corta...

vircoph
    vircoph
    Weno... ya que parece que este apartado no quiere estrenarlo nadie y el titulo de cortos no especifica nada... voy a pasaros aquí una historia corta propia. Es de las más reciente que hecho. Hace apenas un més que terminé de retocarla y ahora esta más que lista. NO es de contenido lésbico.. pero creo que cualquier persona que crea en la amistad puede enternecerse con ella... ESpero que os guste mucho.


    Advertencia: Todos los contenidos de la história son ficticios. Cualquier hecho, personaje y similitud con la vida real son pura coincidencia.

    Ahí va el primer tozo. No la pondré toda de golpe por que no creo que quepa... Voy a ver cuanto me cabe y segun como lo vea os iré pasando. Que disfurteis!


    LA DESCONOCIDA DE NURIA.


    -¡Estoy deseando salir esta noche!
    La euforia de Nuria contrastaba con mi preocupación. En mi mundo particular todo eran problemas. En el de Nuria parecía que tan solo había sitio para la diversión.
    -Genial... musité. No tenía ni ganas de salir ni pelas para hacerlo.
    -Oye... ¿estas bien? Nuria se paró, me miró y me detuvo.
    -Sí, estoy bien. Pero... ¿Tiene que ser esta noche?
    -Sí, por favor.- Sonreía. Laura... hace lo menos dos años que no nos vemos y ahora que por fin volvemos a estar juntas lo que más me apetece es salir de marcha. La universidad es tema serio, lo sé... ¡Pero un día es un día!
    Suspiré. Desde los dieciocho que no veía a mi mejor amiga ¿y ahora no iba a salir por ahí con ella? ¡Qué diablos!
    -No has cambiado, ¿verdad?- Pregunté, iniciando el paso, mientras recordaba los deseos que Nuria siempre tuvo por las juergas.
    -Tú tampoco.- Contestó riéndose.
    Lo dicho. Aquella noche no tuve más remedio que aparcar los libros y arreglarme. Hacía tanto tiempo que no me arreglaba para salir que casi no recordaba ni cómo hacerlo. De la última vez, hacía ya casi dos años, sólo tenía malos recuerdos en un coche rojo. Así que prácticamente me dejé arrastrar por mi amiga.
    Entramos en un bar y no supe qué hacer. No me apetecía bailar, y todo aquello se me antojaba tan extraño que lo único que me retuvo fue mi antigua pasión por el billar. Por fin los buenos recuerdos empezaban a asomar fuera del negro pozo de los malos, junto con momentos de ensueño... Y aún así supe que no era mi lugar ni mi momento, de manera que sólo me faltaba presenciar aquel desastre. Uno tras otro, Nuria se tomó un martini, cuatro cubatas y dos cervezas en apenas dos horas. Y a mí todavía me duraba la primera y única copa que me iba a tomar en toda la noche. Así que en el momento en que Nuria empezó a desvariar no supe como actuar, si echarme a correr o a llorar. El follón empezó cuando ella se echó encima de un chaval, insultándolo descaradamente y sin razón alguna. Reaccioné tarde, pero logré llevármela de allí antes de que la hecatombe fuera mayor. De camino al apartamento nos habíamos desviado mucho de la ruta normal y acabamos parando en el puerto. Necesitaba descansar de la ardua tarea de mantener a Nuria a raya durante el paseo y en aquel momento de tranquilidad y murmullos marinos Nuria justifico el desastroso incidente con la más estúpida e incoherente de las excusas:
    -Es culpa de mi padre.- Dijo, sin más, mirando el mar. Se retorció y echó todo lo que había bebido.
    Yo estaba anonadada. No entendía el porqué de todo aquello ni me sentía capaz de reconocer a la muchacha que tenía delante, apoyada en mí. A la Nuria que conocía le gustaba salir y pasárselo bien, pero aquello no era propio de ella. Al llegar a casa la metí en la cama e, increíblemente, no la volví a oír.

    A la mañana siguiente me desperté sobresaltada. Nuria todavía dormía, pero cuando salí de la ducha ya estaba preparando el desayuno. En su cara no se reflejaba absolutamente nada de lo ocurrido el día anterior.
    -¿Estas bien?- Pregunté, vistiéndome.
    -Perfectamente.- Sonrió.- ¿Por qué?
    -Tenía por seguro que después de todo lo que bebiste anoche como mínimo tendrías resaca. dije, sin ganas de discutir, sentándome a la mesa.
    -No sé. Se limitó a contestarme, sirviéndome el café.- No lo recuerdo.
    El tema no resurgió en toda la semana. No hablamos de ello en ningún momento, e incluso pensé que no había ocurrido nada debido al vacío que se hizo del tema. Pero con la llegada de la noche de viernes, la historia quería repetirse.
    -Saldremos, ¿verdad? me preguntó, a punto para arreglarse después de cenar.
    -No. Hoy no puedo salir. Lo siento.
    Nuria parecía decepcionada ante mi negativa. Pero la física me acosaba y una noche loca no me convenía, cuando menos si había de repetirse la escena del viernes anterior.
    -¿Seguro que no...? La miré entre severa y compasiva por su insistencia.
    -No puedo. Ve tú si quieres, pero yo tengo que estudiar.- Pensé como, años atrás, me hubiera llamado empollona.
    -¿No te importa?- Negué con la cabeza, sonriendo.- ¡Gracias!
    Se marchó de inmediato. Quise sentarme a la mesa y abrir los libros, pero me giré, cogí el teléfono y marqué un número.
    -¿Ana?- Pregunté.
    -Hola Laura. ¿Sales hoy?
    -No. Dudé un momento sobre lo qué realmente quería hacer.- ¿Puedo pedirte un favor?
    -Claro. ¿De qué se trata?
    -¿Puedes vigilar a Nuria?- Pregunté, suplicante, como si fuera una niña pequeña.
    -¿Vigilarla? ¿Ocurre algo?
    -No lo sé. Pero sólo quiero que la mantengas a la vista. ¿Me llamarás si pasa algo fuera de lo común?
    -Me suena a demasiado misterioso, Laura. ¿Qué ocurre?
    -Ya te contaré. Gracias.
    -De nada.
    Colgué, sintiéndome incapaz de razonar mi desconfianza en el juicio de Nuria y huyendo de cualquier pregunta más. No sabía muy bien por qué, pero presentía que habría problemas. Me puse a estudiar con el único fin de olvidarlo todo. Pero el teléfono sonó al cabo de dos horas con, precisamente, las noticias que no llegaba a comprender y aceptar.
    -¿Laura?- La voz de Ana sonaba angustiada.
    -¿Qué ocurre?
    -Mira, no sé que pasará, pero he perdido a Nuria de vista y ya iba con medio bar en el cuerpo. ¡Es más que preocupación lo que siento!
    Mantuve el silencio. Había ocurrido. En mi mente latía una única pregunta: ¿por qué?
    -Ana, la semana pasada me ocurrió lo mismo a mí. En el camino de vuelta nos paramos en el puerto. Quizá la encuentres allí. ¿Te importa traerla de vuelta?
    -No. Me acercaré al puerto con Miguel y si la encuentro la llevaré.- Se detuvo un instante, suspirando.- ¿Me contarás qué ocurre?
    -Sí.
    Colgué el teléfono, recogí los libros y preparé la cama para Nuria. Ella y su benefactora de turno aparecieron en la puerta poco después. Ana parecía pensativa. Nuria desvariaba. Me estremecí al verla de aquella manera, imaginando lo que había ocurrido. La metí en la cama y me senté a su lado, observándola, mientras Ana preparaba un poco de café, predispuesta a una larga charla. Al conciliar el sueño, Nuria parecía tranquila, moviéndose tan solo su pecho.
    -Me dijo que era culpa de su mejor amigo.- Al volverme, asustada, me encontré con una taza de café humeante y una amplia, dulce y amistosa sonrisa.- ¿Quién es ese mejor amigo?
    Me paré a pensar mientras sorbía un largo trago del fuerte aunque dulzón café de Ana.
    -Que yo sepa... Su mejor amigo es Cristian. No sé si tiene algún otro amigo tan íntimo como él. Aunque... la semana pasada, en el puerto... a mí no me dijo eso. No se a que se refería, pero afirmó muy rotunda que era culpa de su padre.
    Ana frunció el ceño, se sentó a la mesa y me invitó a sentarme con la mirada. Así lo hice y le expliqué lo que había ocurrido el viernes anterior y el temor que yo sentía.
    -Ella antes no era así.- Afirmé. Siempre fue algo cerrada y misteriosa, aunque tenía sus momentos de debilidad y compasión por los demás. En esos momentos era tierna y comprensiva con quien hiciera falta, chocando con su faceta más dura. Pero aún así era muy sensata en todo lo que hacia o planeaba. No entiendo qué puede haberle ocurrido en todo este tiempo que no la he visto ni he tenido noticia alguna de ella.
    -Yo no la conozco, pero me da en la nariz que pretende olvidar algo, ahogarlo con la bebida. ¿Has hablado con ella?
    -Lo intenté, pero cerró el tema afirmando que estaba perfectamente.
    Ana apuró su taza de café y me miró, tomándome una mano.
    -Es muy importante para ti, ¿verdad?
    -Sí. Reconocí.
    -Debes hablar con ella. No tienes más remedio.
    Se levantó, dejo su taza en el fregadero y sonrió. Se marchó enseguida, con una breve despedida, sin permitirme darle las gracias. Bajé la vista, apuré el café y me levanté de la silla, mirando a Nuria. Un terrible vacío se coló en mi interior al observarla, como si estuviera junto a una completa desconocida y sin que la sensación fuera nueva. No era la primera vez que Nuria conseguía que me sintiera así a su lado, pero del antecedente hacia tanto tiempo... Pese a todo me acerqué a ella, la arropé y le besé la frente, deseando una explicación racional a todo aquello. Suspiré, preocupada, y me metí en la cama, desolada.
    char
      char
      quiero, no, EXIGO la continuacion!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! [ img ]
      baby
        baby
        Ahggggg


        Habra segunda parteee icon_confused.gificon_confused.gificon_confused.gificon_confused.gificon_confused.gif

        queremos egunda parte p huelga de de de..... icon_confused.gificon_confused.gif imagenesss icon_cool.gificon_cool.gificon_cool.gif

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        popnoart
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          vircoph, corto es abreviatura de cortometraje. Y no se explica nada porque pensé que era evidente, es decir si está dentro de la categoría secciones y se llama cortos, pues no puede ser nada más.


          Lo que no contaba claro, es con que ni visiteis la web, ni sepais que secciones tiene bawling.gifbawling.gif

          En fin te perdonaré por ser hetero.
          baby
            baby
            Ahi pop


            interesante.gifvaquita.gif besote para ti por ser tan lindaa icon_redface.gificon_redface.gificon_redface.gif
            vircoph
              vircoph
              Ok, pop... pero es que por aquí yo tambien le llamo cortos a mis historias cortas... weno, es igual. Gracias por trasladarlo.


              Baby, no tansolo tiene segunda parte. Tendrá más por que no puedo ponerlo to de golpe. Pongo la segunda.


              Cuando desperté me encontré con la aterrorizada mirada de Nuria clavándose en mí. Estaba sentada en la cama, respaldándose en la pared, mirándome con la mirada vacía y fría, atravesándome. No supe si era pánico lo que me transmitía o bien desolación. Me estremecí.
              -¿Nuria? Me levante y empecé a acercar a ella.
              De repente se tumbó y estrujó el cojín. Empezó a llorar desconsoladamente, en un llanto profundo y agudo... cayendo profundamente dormida al cabo de un momento, como si nada, con una lágrima deslizándose mejilla abajo. Su cara reflejaba consternación. Medio asustada, medio sorprendida, me quedé observándola, atónita. No se movió ni cambió su expresión en la casi media hora que pasé contemplándola. Cuando por fin lo hizo, el movimiento fue lento, como si despertara de un profundo sueño. Poco a poco se despabiló, se frotó los ojos, me miró y parpadeó. Tenia una expresión radiante y feliz. Mi cara reflejaba lo contrario.
              -¿Qué te ocurre?- Me dijo, levantándose.
              -A mi nada. ¿Y a ti?
              -No lo parece. Yo estoy bien.
              Se escabulló de mi mirada refugiándose en el cuarto de baño. Una inmensa rabia me abrumó la razón y la confianza. Me puse a preparar el desayuno y cuando Nuria salió de su refugio la obligué a sentarse. Comía a gusto aunque me miraba con respeto. Seguramente mi cara reflejaba todo lo que sentía, temores y rabias incluidos.
              -¿Qué quieres saber, Laura?- Dijo, tomando la taza, dispuesta a charlar.
              -Van dos viernes que te emborrachas de mala manera y al despertar estás como nueva. Pero hoy me he encontrado con una expresión que no conocía. ¿Qué ocurre? ¿Qué pretendes olvidar?
              -¿Pero de qué hablas?- Su expresión cambió. Yo no me emborracho. Bebo, pero no tanto como para emborracharme. No tengo nada qué olvidar. No me ocurre nada.
              -¿Entonces a que viene echarle la culpa a tu padre y a Cristian? ¿Qué te han hecho ellos para que bebas así?
              Nuria enmudeció. Segundos después empalideció. Dejó la taza sobre la mesa para evitar que se le cayera de la mano.
              -Yo jamás te he dicho algo así.- Se defendió, rotunda.
              -Sí que lo has hecho. El viernes pasado, en el puerto, me dijiste que era culpa de tu padre. Anoche le dijiste a Ana que era culpa de tu mejor amigo. ¿Es que no lo recuerdas?
              Ella permaneció callada. Después se levantó y cogió las llaves.
              -Ni se te ocurra marcharte ahora. Amenacé.
              -No voy a explicártelo, Laura. Sólo te haría daño.
              -No sería la primera vez que lo hicieras, ni la primera que huyes. Pero te aviso: no quiero una borrachera más. Eres demasiado importante para mí como para verte borracha y desvariando. ¿De acuerdo?
              Asintió con un leve cabeceo y se marchó. No volvió hasta tarde y, para mi sorpresa, sobria.
              Aquella noche, mientras estábamos en la cama, me miró. Sus ojos desprendían un aire de temor, de desamparo, como pidiendo socorro pero sin dejar que la atendieran. Cuando los cerró suspiré, mezcla de alivio y preocupación. Temía haber sido demasiado dura con ella. Pero no hubo, en los tres meses que siguieron, una noche que me pidiera para salir, aunque ella saliera. Siempre que salía me informaba de lo mismo: que iba a tal lugar y volvería a tal hora. No volvió nunca borracha ni tarde y siempre evitó salir conmigo. Las pocas veces que lo hizo se comportó de manera ejemplar, tomando refrescos, evitando a toda costa el alcohol y alejándose de trifulcas. Estaba nerviosa e irritable, pero para nada cedió en su tozudez de permanecer sola. Por contrapartida, la confianza e intimidad entre nosotras, así como el diálogo, eran forzados. No parecía que tuviera problemas, y nuestra relación se volvió meramente formal. Vivíamos juntas, pero no compartíamos nada y tan solo hablábamos de temas relacionados con la universidad o bien por pura necesidad en otros aspectos.
              Así que tuvo qué ocurrir. Una mañana desperté y Nuria no estaba en su cama, que aparecía impecablemente bien hecha. Era frecuente que desapareciera temprano, pero esta vez fue distinto. Miré a mi alrededor, sin acabar de comprender que faltaba allí. No sólo faltaba ella. No había nada que le perteneciese en los lugares donde debían estar. Se había marchado de verdad, sin avisarme. Y me había dejado sola. La reacción fue brusca. Me maldije por todo aquello y me enfurecí conmigo misma, mientras me levantaba y registraba cada rincón sin encontrar nada. Pero al llegar a la nevera vi la paciente nota sin más opción que esperarme:
              No te enfades, pero no puedo seguir así. Sé que me aceptas de todas maneras, pero no puedo vivir contigo mientras te miento y me miento a mí misma. Espero que lo entiendas.
              Nuria
              Al bajar al garaje la nota se corroboró. Su moto había desaparecido y en su lugar empezaban a aparecer miles de recuerdos bastante lejanos. Me salté las clases de la mañana con un único fin: llorar. Me sentía tan rabiosa y culpable conmigo misma que no quería echar a perder las clases y prefería saltármelas. Cuando al fin me calmé no pedí explicaciones de ningún tipo, ni a mí ni a nadie, puesto que sentía que yo era la única responsable. Me resigne y dejé de lado todos los recuerdos que me abrumaban. Mi vida siguió con aparente normalidad desde aquel momento y así hubiera seguido el resto de mi vida, o al menos hasta donde pudiera llegar a imaginarla, con la única explicación de que se había tenido que marchar inesperadamente... si no me hubieran llamado aquella mañana, al cabo de dos meses. La voz áspera e impaciente me despabiló.
              -¿Laura?- Dijo el desconocido.
              -Sí. ¿Con quien hablo?
              -Me llamo Josué Rachado. Soy dueño del bar Zamba de Castelldefels. ¿Conoce a una chica llamada... Nuria Breza?
              -Sí, la conozco.- Suspiré desmoralizada. - ¿Qué ocurre señor Rachado? ¿Cómo me ha localizado?
              -Verá... Esta chica está durmiendo la mona en mi bar y al mirar en su cartera este ha sido el único número que encontramos. Pone también su nombre, así que supuse que se conocían de algo. ¿Puede venir a buscarla?
              -Haré cuanto pueda para llegar lo antes posible. Gracias por avisarme, señor Rachado.
              -Muy bien. De nada.
              Cuando colgó no supe qué hacer. La mala fortuna quiso que tuviera el coche en el taller y, por si fuera poco, clase a en dos horas. Muchas de las personas a las que podría pedirles un favor probablemente estarían de camino a la universidad. Tan sólo tenía una idea viable en aquel momento... pero era necesario que me tragase el orgullo. Cogí el teléfono de nuevo y marqué un numero.
              -¿Óscar?- pregunté, quizá demasiado nerviosa.
              -Hola Laura. Hacía mucho que no me llamabas, desde...
              -¿Puedes hacerme un favor?
              No se hizo de rogar. Mi voz debía sonar tan preocupada que ni me pidió explicaciones. Se presentó en casa con su golf rojo y una sonrisa cómplice. De camino al bar se lo expliqué todo. Él la conocía y se asombró.
              Tardamos en encontrar el dichoso bar y al llegar no me lo pensé demasiado para entrar. Nuria estaba recostada en la pared, sentada sobre uno de los bancos de madera. Conservaba todavía un vaso en la mano. Tenia un aspecto patético y me sentía incapaz de acercarme a ella.
              -Óscar... ¿Puedes... puedes llevarla al coche?- Pedí, suplicante. Él me sonrió, se acercó a ella y se la llevó del local.
              Me acerqué a la barra, sintiéndome avergonzada. Un hombre estaba allí detrás nos había observado y ni siquiera nos había dicho nada cuando entramos. Ahora me miraba serio.
              -Soy Laura Breza. Me presenté. El hombre siguió mirándome, indiferente.
              -Soy Josué Rachado. Empezaba a pensar que no aparecerían nunca.
              -Lo lamento señor, tuvimos problemas para encontrar el local. Siento mucho lo que ha pasado.
              -Yo también. Como mínimo la muchacha es buena bebedora, paga antes.
              El dueño del bar me entregó las cosas de Nuria y mantuvo el silencio.
              -Muchas gracias por esperar. Lamento lo que a ocurrido.
              Salí del bar temblorosa. Me acerqué al coche, donde Óscar me esperaba tranquilamente. Nuria ya estaba dentro.
              -¿Qué hacemos con su moto?- Me pregunto, señalándola. Estaba al lado de la puerta, pulcramente atada con el casco en la rueda.
              -¿Puedes llevarla tu? Yo no me atrevo.
              Él asintió. Le di las llaves y desató la moto. Yo subí al coche y arranqué para marcharme de una vez hacía Barcelona. Durante el camino Óscar me siguió, paciente. Me sentía demasiado afectada y mantenía una velocidad moderada. Al llegar a la entrada de la ciudad Nuria empezó a rebullirse en sus remotos y extraños sueños, sin llegar a despertarse. Sentí un escalofrío de presión. Deseaba llorar, sin ser capaz de hacerlo.
              Al llegar al apartamento metí el coche en el garaje. Óscar dejó la moto donde le indiqué y me ayudó a subir a Nuria al piso de arriba, donde la acostamos en su cama. La arropé ligeramente y volví a bajar con Óscar. Él tenía que marcharse.
              Una vez allí me miró. Yo luchaba por contener el llanto delante de él, sin que acabara de asumir el porqué. Él me abrazó, dulcemente. Me protegí en su pecho y me eché a llorar, cual niña humillada. Permanecimos así unos minutos, en los que él dejaba que mi pesar se marchara mientas me acariciaba el pelo. Después le miré, deseando su beso pero sin atreverme a volver a empezar algo que había terminado de forma tan amarga, aquella noche tan lejana... pero me negaba a recordar aquella historia. Él me miraba, brillándole los ojos. Temí que él sintiera lo mismo que yo en aquel momento pero tuviera el valor para intentarlo. Me estrechó una vez más entre sus brazos. Después se apartó.
              -Dime algo más tarde. No me dejes en vilo con lo de Nuria, ¿vale?
              Se acercó y me besó en la mejilla, montó en su coche y salió del garaje. La puerta se cerró detrás de él. Sentí, en parte, un gran alivio por que no hubiera pasado la barrera de la amistad. Por la otra, un inmenso vacío que esperaba para llenarse.
              char
                char
                yo soy de castelldefels!!!!!!!!!! XDDDDDDDDDDDDD

                exigo la continuacion!!!!!!!!!!!!! icon_cool.gif y todo lo que escribassssss
                vircoph
                  vircoph
                  Subí lentamente al piso de arriba, sin pensar lo que me podía encontrar en él. Al entrar y mirar a Nuria volví a encontrarme con aquella mirada perdida que ya me había desorientado una vez. Pero a diferencia de la vez anterior ella no volvió a dormirse. Cuando me senté en el borde de la cama se echó a mis brazos, mirándome sin poder comprender.
                  -¿Qué hago aquí? ¿Cómo...? La interrumpió un llanto amargo.
                  -Me llamaron para que te recogiera en un bar. Aquella afirmación no la convenció en absoluto ni colmó sus dudas.
                  -No debías ir... no a buscarme... ¡Yo no quería volver! Yo...
                  El llanto volvió a interrumpirla. Lloraba desconsoladamente. Me abrazó como jamás lo había hecho en su vida, con fuerza y seguridad.
                  -Cuéntame qué te ocurre.
                  -No quiero hacerte daño. Me susurró automáticamente.
                  -¡No me importa el daño qué me hagas! Tan solo me importa el dolor qué sientes.
                  Sin dejar de llorar me miró. Yo sonreía, dulcemente. Me sacudió la cabeza, totalmente en contra.
                  -Nunca he sido sincera contigo, Laura. Serlo ahora, después de tanto tiempo... yo... yo... no puedo, le juré que jamás lo contaría. Yo... ¡OH! ¡Laura!
                  La seguí abrazando, acunándola suavemente. Ella seguía llorando, aferrándose a mí como si fuera ya lo único que le quedaba.
                  -Vamos... cuéntame que te ha pasado. Hace demasiado que no se nada de ti, y si tienes que ser sincera, este es el momento. Ya se que nunca has confiado mucho en mí... pero sí te has respaldado, hazlo ahora también.
                  Ella me miró. Reconocer que me había hecho sentir sola más de una vez era una hazaña que no me atrevía a realizar. Ella se acurrucó, tozuda. Sonreí para mí.
                  -Cuéntame que te hizo tu padre y que pasó con Cristian.
                  Aquella fue la pregunta clave. Se separó un poco y me miró. Las lágrimas volvieron a sus ojos. La volví a atraer hacia mí.
                  -Mi padre... los sollozos la interrumpían.- Mi padre nos abandonó a mi madre y a mí después que mi madre se quedara embarazada por tercera vez. Acabó perdiendo el niño, pero lo peor fue que nos costó muchísimo tirar adelante... además, él... ¡OH, Laura! ¡Me hizo jurar que jamás diría nada!
                  -¿Pero sobre qué, Nuria?- Ella estaba pálida, enrojecida la cara a causa de las lágrimas. Me miró de nuevo.
                  -Dos semanas antes de que se marchara él volvió borracho una noche. Mi madre no lo sabe, ni nadie hasta ahora... Era un viernes muy lluvioso, cuando tenía 14 años... Se interrumpió. Estaba tan pálida que parecía que iba a sucumbir ante tan tremendo recuerdo. Aquella noche yo estaba leyendo... estaba leyendo uno de los libros que me habías dejado, aquel que hablaba de dos jóvenes que huían lejos y hacían el amor por primera vez en contra de lo que opinaban todos, incluidos sus padres. Con él, me pasó el tiempo volando. Estaba en la cumbre de la historia cuando llegó mi padre. Él se acercó, me preguntó que leía y se lo dije. Él... me quitó el libro, me dijo que eso no se leía, eso se aprendía y... me enseñó.
                  De nuevo se echó a llorar. Me abrazó, sollozando de puro dolor. Yo me sentía incapaz de creer aquello. ¿Era posible que su padre... su propio padre...? Me había devuelto el libro muy pronto, sin acabárselo. No tenia tiempo, me había dicho. No había querido contarme nada más. Yo sabía que sus padres se habían separado... ¿Pero aquello? Ella seguía llorando, y entre sollozos intentó continuar.
                  -Todo fue muy rápido- Comentó, como si jamás se lo hubiera planteado.- Cuando acabó y se retiró, yo estaba anonadada, sin saber que había pasado en realidad. Tan solo sentía dolor, un profundo dolor y una sensación de desamparo tremenda. Me sentía completamente indefensa. A continuación se acercó y me cogió de la nuca, sin llegarme a hacerme daño. Me susurró que jamás se me ocurriese contar lo que aquella noche había pasado. Me dijo que todas las chicas lo hacían así, pero que ninguna me lo contaría aunque se lo preguntase porque era sacrilegio, y que si me atrevía ni que fuera a insinuarlo, a parte de no creerme nadie, me dejarían sola, por que habría sido mala y habría contado aquello que era incontable. Cuando ya se marchaba a su cuarto, dejándome allí tirada, se giró y me miró. Cuando desapareció me eché a llorar, me levanté, caí al suelo y me volví a levantar. Me sentía débil, pero me molesté en recoger el libro y dejar el comedor impecable. Quité la funda del sofá y la puse a lavar. Todo. No pensaba dejar una sola marca de aquello. Había creído a mi padre a pies juntillas.Suspiró. Su llanto y desesperación, imperceptiblemente, se habían mutado a una expresión de odio profundo, en la cual no cabía el llanto. Cuando por fin se había decidido a hablar no iba a parar hasta que se deshiciera de todo aquel dolor. A la mañana siguiente, cuando me desperté, no estaba segura de lo que había pasado, pero cuando quise levantarme me sentía completamente tullida... Aún así, sabiendo que lo que me había pasado era real, recordé que no podía decir nada, que acabaría sola y... probablemente muerta. Mi padre me infundía miedo, un miedo terrible y profundo que me sobrevenía a cada movimiento. Cuando mi madre preguntó a que hora había llegado la noche anterior... le defendí. Argumente que había vuelto pronto y que yo me había ido a dormir muy tarde, después de poner a lavar la funda del sofá porque la había manchado con un refresco. Él me miró, sorprendido. Creo que jamás fue consciente de que me violara aquella noche, pero yo no me atrevía a decir nada. Dos semanas después se marchó. Nos abandonó a todos, mi madre, mi hermano y yo... Cargué con aquello yo sola, sin ser consciente ni tan solo de que me podía haber quedado embarazada. Cuando mi padre fue no más que un mal recuerdo en casa, la calma se instaló como en el ojo de un huracán y tan solo tu libro estorbaba mi paz. Así que resolví devolvértelo y olvidar aquello que jamás podría contar.
                  Yo no había dejado de abrazarla, escuchando su discurso y observando su rostro, que tanto había cambiado. Ella suspiró.
                  -¡Dios! ¿Cómo pudo hacerlo? ¿Cómo fue capaz de cogerme aquella noche en la que me sentía tan feliz y truncar mi inocencia? ¡OH, Laura! No sabes el infierno que pasé... verle y saber que él me había causado tanto dolor... ¡Era lo único que sabía! No era consciente ni de qué me había hecho... ¡no quería saberlo! Yo... ¿como...? Le prometí que jamás diría nada... ¿y si ahora se cumple su amenaza, Laura? ¿Ahora me quedaré sola?
                  -¡NO!- Grité, rotunda. ¿Cómo podía creer aquella atrocidad aún?- ¡No creas una palabra, Nuria! ¡Jamás te dejaré, cuando menos sabiendo lo mal que lo has pasado! ¿Cómo puedes creer aún eso?
                  De nuevo se echó a llorar.
                  -¡No lo se! Durante tanto tiempo he estado tan sola... temía... temía que cualquier cosa que dijera, que por cualquier tontería que hiciera se cumpliera esa amenaza. Me lo dejó muy claro. Pero... ¿Y si no todas éramos iguales? ¿Y si sólo yo sentía aquel dolor? Entiéndeme, Laura... era una niña y me habían violado sin saber porque ni como... ¡no sabia nada de sexo, ni incesto, ni nada! El libro que estaba leyendo en aquel momento... era tan diferente de lo que mi padre me había dicho... ¿Cómo podía saber si estaba bien o mal lo que me acaba de pasar?
                  La seguí abrazando, intentando convencerla de que jamás la dejaría. Ella se retiró las lágrimas y suspiró.
                  -Los años empezaron a pasar. Aquella noche me provocaba pesadillas continuamente. Horribles pesadillas en las que se mezclaban tu libro y la imagen de mi padre encima de mí... Cada vez que te veía... cada vez... Se interrumpió y me miró. Supe que no quería decírmelo, pero yo no le dije nada. cada vez que te veía pensaba que ojalá jamás me hubieras dejado aquel libro prohibido. Yo ya no sabia que era el amor en realidad, tenia miedo. Sin el dichoso libro no hubiera tenido nada con lo que dudar. Hubiera creído a mi padre aún más... y no me hubiera costado nada creer profundamente lo que me decía. Pero cada vez que te veía... no podía parar de preguntarme si a ti... te habría pasado lo mismo.
                  Yo me quedé atónita. Con mi padre no, eso claro que no. Pero...
                  -Tres años después, con ya diecisiete... para carnaval y aquella juerga estuvimos con Cristian, ¿recuerdas?
                  -Sí. Recordaba bien aquella noche. Había sido la juerga del siglo.
                  -No se como, pero Cristian y yo acabamos solos en una habitación. Ni tan siquiera se donde. Cuando nos quedamos solos me miró, delirante. Me besó con pasión y empezó a acariciarme. Supe lo que quería antes de que me lo pidiera, y cuando lo hizo... me recordó tanto a mi padre... Me negué en rotundo. Le dije que ni se lo pensara, que si creía que iba a poseerme aquella noche la llevaba clara. Me dijo que no fuera injusta con él, que nunca me había hecho nada. Le envié a freír espárragos y le advertí que como se acercara, no me lo pensaba. Ni siquiera lo intentó, pero se sintió muy herido. Me dijo que no se lo merecía, que no iba a intentar nada y que no me preocupara, no tendría que protegerme de él. Y se marchó. Él también se marchó.
                  De repente, sin previo aviso, Nuria se echó a llorar de nuevo. Sorprendida, la abracé con fuerza, sin saber que decir. Yo estaba muy lejos de pensar en el carnaval... solo pensaba en una cosa, aquella noche, el coche rojo... el final de mi relación con Óscar... sus ojos... Dejé de pensarlo, Nuria estaba muy mal. Primero su padre, que parecía tan respetable... Después Cristian... pobre muchacha. Tanto tiempo que había pasado a su lado y jamás pensé que le podía haber ocurrido tal desgracia. Alguna vez la havia notado alicaída, aunque por mucho que intentara profundizar en sus sentimientos no lograba nada. Me apartaba de ella, rechazando mi ayuda y haciéndome sentir tan sola... Aún sin saber que le ocurría, intentaba encontrar una explicación. ¡Pero ni por asomo pensar tal atrocidad! Siempre me había sentido a su lado como una extraña, sin saber el porqué de sus reacciones. La abracé con fuerza, deseado haberla podido ayudar cuando realmente lo necesitaba.
                  -¿Qué hiciste entonces? ¿Por todo ello te marchaste?
                  Ella se apoyó en mi. Tenia mal aspecto.
                  -Sí. Necesitaba huir. En cuanto se acabó el curso, le pregunté a mi tío Jerónimo si se iba de viaje. Me dijo que sí, a Túnez. Me invitó a acompañarle. Sabes que siempre había querido ir a Túnez. Así que en cuanto tuve por seguro que me iba, me despedí de ti. Fuiste la única de la cual me despedí, eras demasiado importante para mí. Pero no soportaba los recuerdos después de lo de Cristian... y no podía contarte nada. Me sentía violada de nuevo... y lo peor es que no sabia que pensar. No confiaba lo suficiente en mí para confiar en ti.
                  Nuria suspiró, me pidió un poco de agua y volvimos a acomodarnos. Se puso cómoda, recostada en mi, y me miró antes de continuar.
                  baby
                    baby
                    Buaaa icon_cry.gificon_cry.gificon_cry.gificon_cry.gificon_cry.gificon_cry.gif

                    Y quiero leer maaaass


                    ya me piqueee


                    massssss icon_cry.gificon_cry.gificon_cry.gif Que linda historiaaa icon_rolleyes.gificon_rolleyes.gificon_rolleyes.gificon_rolleyes.gificon_rolleyes.gif

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                    vaquita.gif
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                      -En Túnez, mi tío me llevó a un lugar especial. Había mucha gente muy curiosa, pero todos, absolutamente todos tenían en especial consideración a un muchacho, bastante apuesto, que vestía un traje blanco, muy sencillo, pero distinto a todos. Mi tío se arrodilló delante de él, urgiéndome a hacer lo mismo. Pero yo estaba hechizada por aquellos ojos que no eran ni oscuros ni claros. Cuando me di cuenta, todo el mundo me estaba mirando y él sonreía. Me arrodillé patosamente, en vistas de mi grosería y pedí perdón quedamente. Él se acercó y me tocó el hombro. Levanté la mirada. Me indicaba que me alzara y le siguiera. Miré a mi tío que sonreía y me hacía una señal para que le obedeciera. Entramos en una casita muy simple, de una sola habitación. Las ventanas estaban cubiertas con finos visillos y el suelo estaba enmoquetado y cubierto con cojines esparcidos por doquier. En el centro se alzaba una especie de plataforma, con una especie de silla muy larga que no era un banco pero tampoco era una silla, sino una especie de triclinio. Él se sentó y yo me volví a arrodillar. Dos hombres salieron de la habitación. Yo ni siquiera los había visto. La puerta se cerró y él bajó de la silla, sentándose delante de mí. No sabia que la sobrina del buen Jerónimo fuera tan bella, me dijo, invitándome a sentarme en el suelo, como él, piernas cruzadas. Me puse muy colorada, pero le aguanté la mirada. Le dije que me llamaba Nuria, y que había ido con él de viaje porque necesitaba desconectar. Él sonrió, y me entregó un pequeño vasito con un espeso líquido muy dulce y espeso, tanto como si fuera miel, pero fuerte como el licor. Me explicó que en aquella especie de aldea, él era un hombre casi sagrado. Pertenecía a una familia milenaria que siempre había reinado, bueno, siempre que se había podido. Aquel pequeño ghetto era su harem, lo único que le quedaba del vasto reinado que un día su familia organizó y que él seguía llevando tan bien como podía.
                      Yo me quedé un poco anonadada. ¿Un harem? En pleno siglo XXI un harem era una cosa impensable incluso en el oriente medio, de donde la tradición hacia gala. Nuria sonrió, leyéndome el pensamiento.
                      -Sí, Laura. Un harem, y no precisamente pequeño. Él era el amo y señor de todas las mujeres que allí había, y podía exigirles lo que quisiera, porque ninguna podía negarse a él. Cuidaban de él como de un dios y le procuraban todo cuanto quería. Podía pasar la noche rodeado de cuantas mujeres quisiera y nadie, ningún hombre ni mujer, le diría nada en contra. Lo sorprendente fue que me pidió que aquella noche la pasara con él. A mí me vino a la cabeza tanto mi padre como Cristian, y como no, tu libro. Le confesé que no podía, que me sentía incapacitada para estar con un hombre. Le dije que solo había tenido dos experiencias nefastas y que no me sentía segura. Que no me quería arriesgar. Aquel extraño joven primero se sintió frustrado, lo vi en sus ojos. No estaba acostumbrado que ninguna mujer le dijera que no. Después se rió. Me sirvió otra copita de aquel néctar tan extraño que empezaba a gustarme y me dijo que me entendía. Pero insistió. Yo me sentía palidecer. Aquel chico me atraía mucho, Laura. Pero hacer el amor con él, después de todo lo que me había pasado... y con dieciocho años que ya tenia... no me sentía preparada para nada. Me pidió que le explicara que me había pasado, de que tenía miedo. Solo le dije que tenia miedo del dolor, tanto físico como psicológico que mis experiencias me habían dejado. Entonces él sonrió. Me prometió que si accedía a pasar la noche con él no sentiría dolor alguno, y que intentaría curar el dolor que mi alma tenia grabada.
                      Yo escuchaba anonadada el relato de Nuria. Mi primera vez havia sido un fiasco rotundo y total. Y ella me hablaba de que su primera vez havia sido traumática y con Cristian no lo llevó bien, aún sin haber ocurrido nada. Ahora me hablaba de un chico misterioso que la había hechizado. Sentía curiosidad por saber que le pasó. No hizo falta pedírselo.
                      -Acepté. Sabía que había relaciones muy satisfactorias, ya no era una niña inocente y además, necesitaba quitarme aquella espina. Solo le puse una pega. Que utilizara preservativo. Me pareció evidente. Él se quedó extrañado, pero después se rió y aceptó a utilizarlo si yo tenia uno. Mi tío lo tenía y se sintió muy honrado de que Saúl (así lo nombraban todos) quisiera darme su bendición. Yo no sabia exactamente que tenía de sagrado aquel hombre, que debía tener como mucho veinte años. Ni a que bendición se refería. Le veía muy humano y además, muy terrenal. Pero la idea de que podía cambiar el concepto de amor que yo tenia... Nuria me miró. Yo no acababa de saber que pintaba aquel semental en la historia de ella, pero intuía que debía ser importante, tanto como ella intentaba transmitirme.
                      Ella suspiró. Aquella debía ser la parte buena de la historia, pues estaba tranquila y hablaba de forma normal.
                      -Te aseguro que jamás podré olvidar aquella noche. Todo me pareció muy cómico al principio. ¡No entendía nada! A media tarde vinieron a buscarme cuatro mujeres a la casita donde estábamos mi tío y yo instalados. No las entendía, me hablaban de manera atropellada (o eso me parecía) e intuí que con mucho respeto. Me sacaron de allí y me llevaron a otra casita, detrás de la de Saúl. Allí flotaba un extraño olor en el aire, acompañado de una especie de humo denso, aunque dulce. Empecé a relajarme sin darme cuenta. Aquello estaba dentro del plan de Saúl y sin que nadie me avisara previamente estaba compartiendo los rituales de aquella gente tan peculiar. Me estaba empapando de su espiritualidad. Empecé a entenderlo cuando me quisieron desnudar para meterme en una especie de piscina pequeña, llena de agua. Estaba nerviosa, tremendamente asustada ante lo que me pudiera pasar aquella noche. Aunque sentía dentro de mi una curiosidad insólita que me hizo dejarme llevar por aquel ritual. Durante la tarde me bañaron, me perfumaron, me masajearon con extraños y agradables ungüentos... y cada vez me sentía mejor, más confiada, más preparada para poder, curiosamente, satisfacer a Saúl. Poco a poco era lo único que me importaba.
                      Me pareció muy curioso todo lo que me estaba contando, e impensable. Parecía un cuento místico, en el cual mi mejor amiga se convertía en la sultana. Me estaba dejando llevar por la magia que desprendía el relato de Nuria.
                      -Me acabaron vistiendo una ropa muy fina, muy suave y ligera, de aspecto vaporoso y de un blanco muy puro. Me volví a poner nerviosa, sentía que el momento se aproximaba inexorablemente. Cuando me dejaron sola de nuevo en la habitación de Saúl, temblaba. Él estaba sentado en su triclinio, mirándome descaradamente, sonriendo. Estoy segura que notó mi nerviosismo, o bien se lo esperaba. Me pidió que me acercara y empezamos a tomar aquel dulce néctar, sentados cara a cara en la plataforma. Se detuvo, presa de un súbito escalofrío. Cerró los ojos, supuse que contemplando mentalmente aquel momento. Acabó por suspirar.- Empezamos hablando, mientras él me tocaba tímidamente. Poco a poco el roce se hizo deseado y lentamente llegamos más lejos, sin dejar de disfrutar aquel fuerte licor. Preparó mi alma con sus tiernos besos y sus palabras, que no comprendía pero que me sometían, me entregaban a él. Respetaba todas mis dudas, todas mis réplicas y todos mis miedos, combatiéndolos con terribles dosis de ternura y pasión. Tuve miedo hasta el último momento, sintiendo millones de cosas nuevas pero que me asustaban. Al final me rendí a todos mis miedos, a todas mis torturas. Dejé todo mi ser en sus manos. Y me llevó al cielo. Desperté a la mañana siguiente, sintiendo dolor, pero un dolor muy dulce que sabía era fruto del amor compartido. Estaba a su lado, cubierta por una fina sábana. Saúl me miraba y me besaba dulcemente. Por todo el cuerpo me recorría una súbita sensación de paz conmigo misma y de una inmensa gratitud hacia él. Le quería de nuevo, quería ser suya. Quería aquélla dulzura a cualquier precio. Aquella sensación de nuevo. Él sonreía, me besó apasionadamente, procurándome algo más de placer. Pero la noche había terminado, Laura. Me vistió con dulzura y me encomendó a unas mujeres que habían aparecido en aquel momento. No quería abandonarle por nada del mundo, pero tampoco quise parecer irrespetuosa.
                      A aquellas alturas yo estaba anonadada. No me atrevía a decir nada, prefería escuchar que relación tenia el tal Saúl con todo aquello. La estreché, animándola a seguir. Ella me sonrió.

                      -Me llevaron de nuevo a la piscina para que me lavara y me vistiera con mis ropas, que habían lavado y perfumado. Me sentía extrañamente feliz, aunque en aquel momento vacía. Le quería a mi lado en aquel momento. Me vestí y me marché a la casita de mi tío. Él no estaba, tampoco sabia cuando volvería. En medio de la habitación había una especie de mesilla con comida. Estaba hambrienta y comí un poco de cada cosa, incluso sin saber que era. Después me eché en el camastro. Estaba dulcemente cansada.-sonrió, picarona.- Pero no me dejaron disfrutar de aquella sensación. Entraron dos hombres con cara de pocos amigos, asustándome. Me cogieron por los brazos y me sacaron de la casa sin que pudiera defenderme. No entendía nada y en aquel momento solo me preocupaba dónde estaba mi tío. Intenté ver que ocurría y porque me llevaban por la fuerza. Vi a Saúl vestido de impecable blanco, con un cinto del que colgaba una espada corta y algunos adornos en su cuello. Estaba muy serio, pero no pude saber porque. Aquellos dos hombres me obligaron a arrodillarme, mientras me ataban las manos a la espalda. No me dejaban levantar la cabeza, que mantenían bien agachada. Yo me sentía llena de pánico. Estaba convencida que había cometido algún error muy grave y aquello iba a ser mi castigo.
                      Se detuvo de nuevo, sonriendo y suspirando. Su gesto se había vuelto un poco más amargo que cuando me contaba su idilio de amor, pero seguía siendo dulce.
                      -Yo te veo muy bien como para que aquello fuera un castigo. Apunté, intentando sonreír, aunque me sentía también inquieta por el misterio del relato. Ella sonrió.
                      -Fue una bendición, Laura. Saúl se acercó, lentamente. Supe que todo el ghetto estaba allí, mirándome a mí, una completa desconocida que había pasado la noche con su terrenal dios. Cerré los ojos cuando escuché que la espada salía de su funda. Temía mi muerte después de aquel dulce paréntesis. Estaba contrariada. Me acababa de librar del fantasma de mi padre, de aquel dolor que aún recordaba y ahora, después de aquella maravillosa noche, estaba allí, en medio de la plaza, arrodillada en el polvoroso suelo, rodeada de gente, maniatada e indefensa. Entonces habló, y sus palabras se grabaron en mí: Aquí está. Admiradla, por que pronto será diferente. Así lo quiere el Todopoderoso, pues ella ha sido quien me ha llevado a él. Observar, pues, como muere Nuria.
                      Tragué saliva. Estaba sorprendida, estupefacta. Ella estaba allí, se suponía que aquel ritual era de bendición. La miré, demostrándole mis dudas.
                      -Yo morí allí, morí para aquella gente, Laura. Dejé de ser Nuria. Mira.- Se bajó la tira de la camiseta. En el hombro derecho, en la zona del omoplato había una extraña señal. Cuando acabó de hablar, me cogió el pelo. Lo llevaba recogido en una cola y tiró de él con delicadeza, pero yo seguía con la cabeza agachada. Noté el frió del metal en la nuca y me estremecí, mientras escuchaba el rumor del filo. Después se apartó. Supe que no la tenía cuando no la sentí, ya que no cayó sobre mi espalda. Guardo su espada y siguió hablando: Nuria ha muerto para nuestro pueblo. De ella renace una mujer, con todas las letras, que dejará atrás su pasado y sus miedos. Ella será Aranka. El Todopoderoso velará por ella y no permitirá que muera si no es ese su designio.Después vi como se arrodillaba a mi lado, pero no me atreví a hacer nada. Sentí como me quemaba, mientras él marcaba lo que ahora ves, la marca de su bendición, con un cuchillo ardiente.
                      Observaba una especie de sello, consistente en dos líneas curvas, semicircunferencias desplazadas de manera que se tocaban sus partes curvas de forma secante, no sus puntas, encerrando en si un espacio cerrado. Era tan grande como la palma de mi mano, con la cual podía cubrirlo completamente.
                      -Se que fui la única que entendí la verdad de su discurso, la única que le daba el sentido pleno. La marca me quemaba, pues me la hizo a fuego. Me dolía igual que me había dolido durante tantos años lo que me hizo mi padre. No grité, pese a que lo deseaba, aunque no pude contener las lágrimas. Él había conseguido trasladar el dolor de mi alma a mi cuerpo, dejando una marca que jamás podría olvidar. Me había curado, y yo lo sabía, allí, aún atada, arrodillada en aquel suelo. Me soltaron al momento. Ya no sólo no era una desconocida, sino que era respetada por todo aquel pueblo. En cuanto sanó la marca, a base de ungüentos y curas, mi tío y yo nos marchamos, despidiéndonos de aquel pueblo que tanto nos había dado, y en especial de Saúl.
                      vircoph
                        vircoph
                        Todavia no he llegao a la mitad.... Que tal?
                        char
                          char
                          a mi me encanta!!!!!!!!!
                          baby
                            baby
                            Cielos


                            Estoy envuelta en tu historia


                            Estupenda, Muy buena... sobre todo envolvente y atrapante


                            Besotes y ya poon lo demaaass icon_rolleyes.gificon_rolleyes.gif

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                            vircoph
                              vircoph
                              Weno, weno... ahora pongo más! Siento dejaros con la intriga a cada cacho... pero es que no me cabe entera. Weno, me dejo de rollos.


                              Noté que se ponía rígida de golpe, de manera que intuí que la historia amarga empezaba en aquel momento. La estreché con fuerza, antes de preguntar.
                              -A parte de libarte del mal que te había hecho tu padre... ¿qué tiene que ver Saúl con que tu bebas ahora? -Supe que era lo que no quería responder.
                              -Aquel néctar que Saúl y yo tomábamos. Estuvimos juntos más de una noche. Aquel néctar era parte del ritual, eternamente presente. Cada mañana despertaba con el dulce gusto en la boca y la sensación del fuerte licor recorriéndome el cuerpo. Junto con todo el placer que Saúl era capaz de procurarme, me acostumbré sobremanera a aquella sensación. Ahora fue ella la que me estrechó. Cuando mi tío me dijo que en una semana nos marcharíamos... se me cayó el mundo encima. Yo no quería dejar a Saúl y así se lo dije a él. Entonces él se enfadó. Me dijo que no pensaba tenerme prisionera de sus encantos ahora que me había dado la libertad. Y que no me quedara allí, pues no era mi destino, tan solo una parada hacia él. Todo el ghetto nos despidió y Saúl encabezaba la reunión. Mi tío y yo ya no miramos atrás. Pasamos seis semanas de lugar en lugar, sin apenas parar. Hasta que de repente, nos vimos en otra población en la cual lo conocían. La cultura era radicalmente distinta. Pude comprobar que sus fiestas eran de impresión. Y nuestra recepción fue extraordinaria. Aquella noche, presa del dolor que sentía por no tener a Saúl a mi lado, empecé a beber. Quería sentir la misma sensación que cuando tomaba el dulce néctar.-Soltó un bufido, descontenta consigo misma.- ¡Tan solo logré una burda imitación! ...pero suficiente para sentirme bien conmigo misma. Acabé sola, en algún rincón, protegida de los hombres que podían aprovecharse, borracha. A partir de aquel momento las paradas se correspondían con las juergas. Allí donde íbamos se nos recibía con una fiesta, en la cual comíamos hasta saciarnos y bebíamos hasta caer. Y no fui la excepción. No tuve relaciones con ningún chico, pero el alcohol se transformó en mi compañero. Volvieron a mi los recuerdos, primero de Cristian. Aquella noche, su mirada, su intención. Mi victoria. Con el tiempo, me acordé de mi padre, su cuerpo sobre el mío... todo el dolor que creía curado resurgió de una manera que no esperaba. Pero la marca que Saúl me había impuesto me ardía, supuraba y volvía a sangrar, recordándome todo aquel dolor, sin permitir que volviera a encerrarse. Enfermé, tube fiebres... Creí morirme, Laura, por mi propio dolor que no era capaz de superar. Y ahogaba todo ese dolor en cada fiesta, sintiéndome al lado de Saúl y maldiciendo a mi padre y a Cristian.
                              Entonces entendí todo. El porqué bebía, el porque se emborrachaba, e incluso el porque a la mañana siguiente estaba fresca. Había logrado mucho aguante en su viaje. Nuria siguió con su historia.
                              -Llevábamos un año de viajes cuando ocurrió una desgracia. Estábamos de nuevo en Túnez, planeábamos volver a ver al pueblo de Saúl antes de marcharnos de nuevo a casa. Pero un día vinieron dos hombres y se llevaron a mí tío. Me dijo, justo antes de marcharse, que no saliera de aquella casa para nada. Yo tenía comida para tres días... ¿Pero después qué? Aquella noche me acosaron todos mis miedos, me sentí morir de puro dolor y de miedo. A la mañana siguiente apareció un muchacho con un paquete y una carta. El paquete contenía un billete de avión y dinero suficiente para llevar una vida cómoda durante casi un año en Barcelona. La carta era de mi tío. Estaba arrestado y desconocía por cuanto tiempo. Me confesó que habíamos estado huyendo durante todo aquel año de unos delitos que, intentaba probar, era inocente. Pero que al final lo habían arrestado. Me daba instrucciones para que abandonara Túnez al día siguiente con el billete que me incluía. Un coche me pasaría a buscar.
                              La tensión no había desaparecido de su cuerpo. Muy al contrario, se aferraba a mí con fuerza, procurando sentirse protegida. No me miró, pero supe que el final de la historia estaba cerca y que precisamente era lo que más temía de cualquier otra parte.
                              -Aquella noche tampoco la llevé muy bien. Volver, yo sola, sin un futuro definido, sin una ruta. No tenía intención de volver a casa, y menos sola. La noche me hizo cambiar de opinión. La marca me dolía con horror, quitándome el sueño. Amanecí sin apenas haber descansado, cansada, asustada y con la única determinación de marcharme de allí, dejar a mi tío y mi amor atrás y empezar de nuevo. Mi vuelo era para las tres de la tarde. No tenía ni idea de donde estaba el aeropuerto, tan solo sabía que vendría un coche.
                              -¿Cómo... Cómo supiste que era el coche correcto y no una emboscada o algo así?
                              -También temía por ello. A medio día, ya con la maleta (la pequeña maleta) que tenía preparada, se acercó a la ventana un niño. Me dijo que venia de parte del conductor de un coche que había al otro lado de la calle que quería que fuera. Yo no veía ese coche, de manera que no sabía si salir. Le pregunté al niño quien le había pedido que fuera y me dijo: No lo se, tan solo me dijo que tu te llamas Aranka. Después se marchó.
                              -Espera, ¿no se supone que tan solo la gente de Saúl te llamaba así?-Pregunté, recordando el relato.
                              -Exacto.-Dijo, sonriendo. Yo también me quedé pasmada. Quien fuera que había en el coche tan solo podía ser del ghetto de Saúl. Así que salí, absolutamente decidida. Lo que jamás me hubiera esperado es que en el coche estuviera el mismísimo Saúl.
                              No pude decir nada. Ella sonrió. Me miró e intenté sonreír, mostrando un patético intento. La inesperada aparición de aquel chico me giraba las cosas. Ella si sonrió.
                              -Entré en el coche sin pensármelo. No quería estar en la calle y prefería mil veces estar al lado de Saúl. Él ni siquiera me miró. Me dedicó un hola muy quedo y arrancó. Fui yo la que empezó la conversación. Le pregunté que como era que sabía conducir un coche. Me contestó que hacia mucho que sabía, ya que si algo no tenía en el pueblo era un chofer. Le noté muy frío, Laura. Le pregunté que le pasaba, que porqué se alegraba tan poco de verme después de un año. Me dijo que no le pasaba nada y que si se alegraba, especialmente de ver que aún estaba bien.
                              Laura paró de hablar. En aquel momento lloraba. La estreché, preguntándome que diablos habría pasado en aquella ocasión.
                              -Me dijo que había hablado con mi tío. Que le había contado nuestro viaje y su preocupación por mi adicción a la bebida. Me dijo que él también estaba preocupado, pues no entendía como yo podía haber caído tan bajo. Tuvo que parar, presa del llanto. Cuando reanudó su discurso parecía muy dolida. Le dije que... que qué podía esperar, jamás me habían amado y me habían arrancado del lado de la única persona que me había amado de verdad. Le dije que le había echado mucho de menos y que lo único que me dejaba sentirme bien era recordar las noches a su lado. Le dije que le quería y que no había podido olvidarlo, pese a las muchas fiestas en las que había participado. Entonces paró el coche, se giró y me miró. Le deseaba más que nunca. Entonces dijo: Sabes que no quería atarte, sabes que solo pretendí curarte. Tu tío Jerónimo me contó que tu padre os había abandonado a ti y a tu madre cuando eras aún más joven y que... había algo más, aunque no sabía que era. Eso fue antes de conocerte, Nuria. Me enamoré de ti desde el primer momento. Te veía tan frágil... tan necesitada que cariño que cuando me dijiste que no creí que eras una hipócrita. Me di cuenta de tu miedo y quise ayudarte. Pero no puedo tenerte a mi lado. No perteneces a mi pueblo y a un hombre como yo no se le está permitido enamorarse, Nuria, y menos de alguien de fuera. Lo que pasó entre tu y yo para mi fue descubrir el amor. Para mi pueblo, un acto de fe. No podemos estar juntos. Destruirías mi forma de vida, acabarías con mi vida y mi libertad... y tu morirías mucho antes que yo. No puedes quedarte aquí. Te quiero con locura, te amo demasiado para llevarte a la muerte. ¿Puedes entender eso?
                              Nuria seguía llorando. Le dolía con horror, lo podía sentir. Quise abrazarla, pero en aquella ocasión intentó apartarse. Me quedé un poco atónita, pero no me dio tiempo a protestar.
                              -En aquel momento, yo estaba allí, sola, en la parte de atrás del coche, deseándolo a mi lado y con una despedida encima. Me quejé, le dije que no podía irme, que no sabría vivir sin él. De nuevo habló, mientras sonreía: Esta mañana tenias la determinación tomada, ¿verdad? Tu tío quiso que fuera yo quien viniera. Lo quería para que tanto tú como yo dejáramos esto cerrado. Nuria... simplemente no podemos estar juntos. Y no voy ha renunciar a mi vida por mi amor. Podría, dejando de lado a toda la gente que me ha cuidado desde que nací. Pero sabes que no lo haré, y tu no debes dejar tu vida aquí. Debes seguir, continuar tu camino. Y... Debes dejar de beber. Jamás te debí iniciar en ese placer. El alcohol nos ayudó, y a mí me ayuda mucho en todas mis relaciones. Pero tu no entendiste que tan solo era parte del rito. No debes volver a beber, ¿entendido?
                              Núria se había alejado poco a poco. Ya no la abrazaba, ni siquiera nos tocábamos. Estaba allí, hablando para si, contándome todo aquello como podría estar escribiéndolo. No me miró antes de continuar.
                              -Entonces se giró, arrancó de nuevo y no me dijo nada más hasta que llegamos al aeropuerto. Teníamos una hora antes de que saliera mi vuelo. Facturamos la maleta y localizamos la salida. Allí, los dos de pie, nos mirábamos. Se acercó a mí y me abrazó. Me dijo que me quería mucho, que jamás dudara de su amor. Que también me había echado de menos, pero que debía seguir adelante por su pueblo. Yo le dije que no podría olvidarlo, que jamás podría volver a enamorarme. Le besé, no me rechazó, pero eran besos de despedida. Me dijo que siguiera mi destino y no mirara atrás. Anunciaron mi vuelo, volví a besarlo y me marché, sin volver a mirarlo.
                              Miré mi reloj. Era casi la una y no tenía ninguna comida preparada. Nuria debía estar hambrienta, yo me había saltado las clases del día y no pensaba moverme de allí hasta que pudiera ayudarla.
                              -Ahora entiendo muchas cosas, Nuria. El porqué jamás querías hablar de tu padre, el porque te importaba tan poco donde estuviera mientras estuviera lejos. El porque eras tan fría con los hombres.-Sonreí.- Ahora entiendo porque jamás me escribiste.
                              -No podía. Laura, cuando llegué a Barcelona me decidí por seguir con mis estudios. Pasé aún otro año estudiando para acceder a la universidad. En todo un año no me atrevía a buscarte. Tu tenías tu vida, debías estar haciendo ya segundo de carrera. Eras parte de mi pasado y le había prometido a Saúl que no miraría atrás. Cuando me decidí por la carrera de documentación, no sabía que tu estabas aquí. Estaba muy contenta, en un año a duras penas había abusado del alcohol. Había tenido algunas borracheras, pero nada grave. Suspiró. El primer día que entré en la facultad... te vi allí, delante del panel. Estabas hablando con otra chica y me quedé clavada. No habías cambiado nada. Tus libros a un lado, la bolsa medio colgando, tu eterna sonrisa... Me venció. Me fui directa al baño, necesitaba aislarme, decirme que no iba a ocurrir nada. Estaba todo arreglado, yo estaba curada... ¡la marca no me había dolido en un año! Pero en aquel momento me torturaba. Cuando pensaba que las cosas ya no me podían ir peor, entraste en el lavabo. Estas hablando con alguien, no se quien debía ser. Te preguntó por tus amigos, estabais hablando del pasado. Le dijiste que tenias una vieja amiga, tu mejor amiga, que hacia dos años se había marchado de vacaciones con su tío, a Túnez. Te preguntó como estaba, pero tu, por supuesto, no tenias noticia alguna. Te preguntó si la echabas de menos, y tu le dijiste que sí, que mucho. Que temías por ella, por que no sabías nada... y estaba tan lejos... Entonces os marchasteis. Y yo sabía que tenía tus brazos abiertos.
                              -Pero Nuria... recordaba aquella conversación. Había salido tan de repente que me había dolido pensar en ella en aquel lavabo. Aquella conversación fue casi a principio de curso. Habían pasado dos meses desde que yo empezara. Tu carrera empezaba entonces, es cierto. ¡Y estamos ya a finales! ¿Por qué no apareciste entonces?
                              -Te huía, Laura. No quería volver a verte, pretendía olvidarte para siempre. Cada vez que te veía me escondía, mientras la marca me dolía con horror. ¡Nunca lo he aceptado! ¡Nunca he podido aceptar que tu no tienes la culpa de nada! Para una parte de mí, tú eres la culpable de todo, desde que me violara mi padre hasta que perdiera a Saúl.
                              Cerré los ojos. Ella estaba sentada en la otra cama, mirándome. Yo acababa de sentir un puñal clavándose en mi, desgarrándome. El libro... aquel libro que tanto me había pedido, que le había dejado... ¿Por qué me culpaba por ello? ¿Por que todo había empezado así? Empecé asentirme culpable, en cierto modo, y empezó a dolerme un antiguo nudo encima del estomago.
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                                El tiempo empezó a pasar, de nuevo demasiado rápido para mí, y desgraciadamente, aquella visita no se realizó. Nuria no volvió a estudiar, ya había perdido demasiado. Se puso a trabajar para ganar un poco de dinero. Lo intentamos todo. Promesas, no salir, montarnos nuestras juergas sin alcohol... pero no funcionó. De una manera o de otra, la herida de Nuria no sanaba. En aquel momento era tarde. Su adicción pudo con ella, cualquier trabajo la agobiaba y estaba obsesionada con qué yo la dejaría sola de un momento a otro, pese a que siempre estaba a su lado. Cada dos por tres enfermaba, presa de todos sus miedos que se acumulaban en la marca de Saúl, que sangraba y le provocaba fiebres. Mis curas eran inútiles, y habíamos comprobado que los médicos tampoco tenían una solución.
                                El curso se terminó, yo empecé a trabajar a jornada completa para conseguir más dinero de cara al curso siguiente. Nuria había perdido ya dos trabajos por las continuas faltas por enfermedad y finalmente había decidido no trabajar durante unas semanas. Lo acepté, confiando en que se mantendría ocupada y no recaería ahora que, por culpa de sus enfermedades, no había podido beber.
                                Pero no había pasado una semana que, al llegar un día inusualmente tarde del trabajo, la casa estaba vacía. No había signos de abandono, no faltaba nada, excepto ella. Me preocupó. Eran las once. Aún así, hice un voto de confianza en ella, me duché, cené y me puse a arreglar el apartamento. No quería alarmarme, no quería creer que la encontraría en el puerto. Pero a la una de la madrugada cogí el coche y me fui directa al paseo marítimo. Allí la encontré, en el muelle, sentada en uno de los atracadores. Aparqué, cerré el coche y volví a mirar en aquella dirección. Nuria no estaba.
                                Salí corriendo en la dirección donde la había visto. No estaba allí. Solo pude pensar en lo peor y miré al agua. Allí flotaba algo, una jersey particularmente conocido. Me tiré al agua. Allí, sin intención alguna de nadar, la encontré. La cogí, la saqué a la superficie y me agarré a las escaleras del atracador. Nada más entrar en contacto con el aire Nuria empezó a luchar para que la soltara. Lo sabia- pensé- Borracha, está absoluta y completamente borracha. Sin poder creer lo que había intentado hacer la saqué del muelle y la llevé hasta el coche a empellones, ambas chorreando agua por todas partes. Se apoyó en el coche y me miró.
                                -¿Por qué, Laura?- Entonces me di cuenta de que no estaba tan borracha como parecía. Lloraba. No puedo seguir. No puedo. Cuatro decepciones, la marca avisándome que no voy por el buen camino, tu ahí a mi lado y yo... ¡yo ala! ¡a malgastar el poco dinero que tengo bebiendo, intentando olvidar lo inútil que soy! He fallado a Saúl, te he fallado a ti y no soy capaz ni de cumplir una promesa que me he hecho a mi misma. ¿Por qué no me dejas acabar de una vez con esta vida inútil?
                                No me lo pensé. Tal como ella había dejado ir todo aquel fatídico discurso le solté una bofetada. La miré con rabia, sin pizca de compasión. Ella seguía llorando, mirándome abatida.
                                -No te lo permitiré, Nuria. Temía que estabas bebiendo, temía que te encontraría aquí, aún no se porque, pero siempre estas aquí. Ahora dime: si te querías quitar la vida... ¿no era más sencillo beber hasta que tu cuerpo reventara? ¡Hubiera sido más lógico!-Ella se quedó pasmada. No, no hubieras bebido hasta reventar. ¡No eres capaz de ello! Pues bien, yo no soy capaz de verte así. ¿Qué ha pasado hoy?
                                -Me llamaron para ir a dar una vuelta... ¡No tenía nada que hacer y quizá me enteraría de algún trabajo! El volumen de su voz bajó radicalmente.- Pero acabamos en un bar... ellos enseguida pidieron. Intenté... Empezó a sollozar.- Intenté no pedir nada, intentar superarlo... pero no pude. Cuando me di cuenta ya iba contentilla y entonces me di cuenta de algo: ¡Soy una inútil! Así que me despedí y me fui. Llegué aquí, al lado del mar. En mis viajes muchas veces pensé en suicidarme, Laura. Siempre había algún río, lago o playa cerca. Pero jamás lo hice, siempre supe que podía hacer algo más, que quedaban alternativas, y esos lugares me proporcionaban protección y seguridad. Mucha paz. ¡Pero ya no! Es tarde, he fallado a demasiada gente. ¡Se acabó! Me voy de verdad.
                                Entonces se levantó del capó. Lentamente, tambaleándose, se dirigió de nuevo hacia el agua que parecía ser su única salida. Me la quedé mirando, rabiosa.
                                -No te creía tan cobarde, Nuria. ¿En serio es eso lo que quieres? ¿Acabar con todo?-Ella no aminoró su paso en absoluto. Abrí la puerta trasera, sin dejar de hablar. Pero piensa una cosa. Yo he salido tarde del trabajo. ¡Eran las once cuando he llegado a casa!. Al no verte en casa he hecho un voto de confianza en ti. ¡Yo ya lo sabia, que estabas bebiendo! ¿Dónde ibas a estar si no? Conseguí destornillar el seguro de la puerta, manteniéndola imposible de abrir por dentro, y la cerré. Me dediqué ahora a la del acompañante. Imagínate... imagínate que hubiera confiado más en ti. Imagínate que me hubiera quedado en casa, confiando ciegamente en que volverías, que regresarías sobria. Ella aminoró sensiblemente el paso, mientras yo terminaba con la puerta del acompañante y me dirigía a la de atrás para realizar la misma operación. Si yo no hubiera llegado, te hubieras matado, esa es tu intención. Imagínate que no estoy aquí, que estoy en casa, sufriendo por ti y... mañana me vuelven a llamar, como la vez en que me llamaron para recogerte de aquel bar... ¡pero para decirme que estás muerta! ¿Cómo crees que podría sentirme yo que, ilusa e inocente de mí, me fié de ti hasta dejarte morir? ¿Yo, que lo he intentado todo? Dime: ¿acaso me merezco tu muerte después de todo lo que he hecho?
                                Ella se había parado. Yo me guardé los tres pestillos en el bolsillo, dejando la puerta trasera abierta. Me acerqué a ella, lentamente.
                                -Todos morimos, tarde o temprano, Laura. ¿Que más da morir de cáncer a los cuarenta que morir ahogada a los veintiún?
                                -Que el cáncer se puede intentar combatir, e igual no te ocurre. Y a los veintiún puedes luchar mucho más de lo que tú estas luchando.
                                Ella se arrodilló en el suelo, abatida. Empezó a llorar de nuevo, desconsoladamente. Me agaché y le cogí el hombro.
                                -¡Déjame, Laura! ¡No quiero más misericordia! -Se deshizo de mi mano- ¡Vete! Voy a hacerlo, te guste o no. No quiero hacer sufrir a más gente inútilmente. ¡Me mataré! ¡Os dejaré en paz a todos y cada uno podrá seguir su vida! A mí me olvidareis pronto y solo seré un recuerdo malo al que borrar.
                                -No es misericordia, Nuria. Ni pena lo que siento. Es amor hacia ti. Y no te dejaré.
                                Me puse delante de ella, tendiéndole la mano para ayudarla a levantarse. Ella me siguió, se puso en pie y se me quedó mirando.
                                -Ahora escúchame tu.- No gritaba, muy al contrario, mi voz era casi un susurro.- Ni que quede una posibilidad, por remota e inaccesible que sea, de ayudarte o salvarte, no voy a dejar que te mates. Es más, aún que esta fuera la única vía, antes te engañaba dándote otra vida, otra identidad y otras metas, que dejarte que te mataras. Ni que sea por una, dejaré que te vayas.
                                Entonces la empujé hacia el coche. Cuando se dio cuenta de mi intención, ya estaba en él, mal sentada en la parte de atrás. Cerré la puerta con cuidado y me senté al volante. Rápidamente arranqué y nos marchamos de allí.
                                -¿Qué haces?- Me preguntó, intentando abrir las puertas que no cederían sin los seguros, pese a que ya estábamos en medio de la carretera circulando a gran velocidad. -¡Déjame salir! ¡No quiero volver!
                                -¿Cuántas veces vas ha decirme eso antes de que todo esto se acabe?- Le pregunté, molesta. ¡Haz el favor de sentarte y abrocharte el cinturón! ¡Y no hagas el loco! ¡Yo no tengo ninguna intención de matarme en un accidente de tráfico!
                                Entonces, de repente, se estuvo quieta. No supe si fue el rencor, la impotencia o el hecho de que ahora mi vida también estuviera en peligro lo que la hizo entrar en juicio, pero se puso el cinturón, se sentó correctamente y desvió la mirada por la ventana. Al llegar al apartamento se había quedado dormida. La desperté después de aparcar en el garaje.
                                -No quiero subir, Laura.
                                -¡Vamos!- mi tono era, esta vez, amenazador.- ¡Cómo que me llamo Laura que vas a subir, te vas a duchar, vas a cenar y te iras a dormir! ¡Y no harás ninguna tontería!
                                Ella siguió protestando, pero acabó en la ducha mientras yo preparaba la cena. Estaba muy preocupada. Me sentía cruel con ella y temía que pudiera quitarse la vida de cualquiera de las maneras que me pasaba por la cabeza. Pero ella salió de la ducha sin ninguna herida y los ojos muy rojos. La miré, compasiva, pero no le dije nada.
                                -Dúchate tu ahora. No quiero que te resfríes por mi culpa. Yo terminaré con la cena.
                                Aquello me desmoronó, hizo que cualquier sentimiento quedara ridículo. Todavía llevaba puestas las ropas húmedas y empezaba a sentir frío, pero no creía que mi situación le importara lo más mínimo. Ante aquella revelación, solo pude acercarme a ella, abrazarla y sonreír. Ella se echó a llorar.
                                -¡Lo siento!- Dijo, una vez más. Yo sabia que era cierto. Pero no hasta que punto. Lo siento que ya no se que más hacer! Estoy desesperada y cuando he llegado al puerto... daba por sentado que no vendrías. ¿Cómo ibas a hacerlo si no sabias donde estaba? Estuve allí sentada un buen rato, pensando. Cuando me he decidido, he oído que aparcaban detrás de mí, pero ya me daba igual quien fuera. No pensé que serias tú, por mucho que lo deseara. ¡Pero Dios, gracias! Ahora, después de pensarlo... ¡qué locura he cometido! ¿Qué hubiera pasado de no haber aparecido tu? No pensé demasiado la respuesta.
                                -Estarías muerta, Nuria. A menos que te hubiera dado por recapacitar y salvarte tu sola o... algún otro viandante te hubiera visto y rescatado.
                                Ella siguió llorando. Yo la abracé con fuerza, mientras en mi mente se formaba la última posibilidad de ayudarla.
                                -Ve a ducharte. Como mañana estés enferma por mi culpa no creo que pueda perdonármelo.
                                Me duché con una extraña sensación. Mi mejor amiga acababa de intentar suicidarse, de mi mente no paraban de brotar maneras de cómo en aquel momento ella podía estar quitándose la vida y en cambio, seguía confiando en ella. Supongo que a esa sensación contribuía el hecho de que no paraba de hablarme, cosa que me reconfortaba mucho. Pero por encima de todo aquello, dentro de mi sentía un tremendo alivio, una sensación de plenitud y de vacío a la vez. Intentaba concentrarme en la última posibilidad que veía.
                                Cenamos con tranquilidad, evitando hablar. No me supo mal repetir la comida, pues estaba hambrienta. Sabía que no podría hablar de otra cosa de lo que había ocurrido y eso era precisamente lo que quería evitar. Nunca me había sentido tan furiosa con mi amiga como aquella noche. Y sentía el resquemor del rencor aún dentro de mí, pese a desear ayudarla. Por suerte, la cena se terminó rápido, recogí los platos sin molestarme en lavarlos y nos fuimos a dormir. Arropé a mi amiga con mucha ternura. Ella pareció agradecerlo, pero yo sabía que por su mente vagaba la idea de que tarde o temprano me cansaría de ella y la dejaría abandonada. Le besé la frente y le hice la única pregunta que necesitaba respuesta en aquel momento.
                                -No se te ocurrirá volver a hacerlo, ¿verdad?
                                Me negó con la cabeza y me sonrió.
                                Cerré la luz y me metí en mi cama. Volví a mi idea casi de inmediato y a todo lo que al día siguiente tendría que hacer, puesto que en aquel momento me fiaba más bien poco de la palabra de Nuria.

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