22 de July de 2011 a las 02:16
Ese día, todo me temblaba, quería encontrar la paz, una paz que sólo estaba en mí, pero que mi propia mente destruía con cada embestida de pensamimentos obscuros. Ya no podía soportarlo más, mi sufrimiento había llegado a un culmen el cuál nadie podía rebasar. La soledad, el hastío, la tristeza, la falta de amor, mi propia mente me ponía zancadillas a cada instante, en cada momento. Así que ese día por la mañana, tomé una decisión que cambiaría el curso de las cosas para siempre. Los músculos me pesaban, mi cuerpo estaba dolorido y cansado de tanto hastío mental, los ojos hinchados por mis lágrimas anunciaban un desenlace fatal y en parte esperado, la aglomeración del instante, la pasión extrema, la sensibilidad incomprensible y límite saturaban mi capacidad de supervivencia en la vida. No pude soportarlo más, fue entonces cuando llené la bañera de agua caliente y espuma relajante, eché mano de los ansiolíticos y me encerré en el baño, todos los problemas parecían desvanecerse, nadie me comprendería jamás, nadie me comprendió, conseguía que todo el mundo terminara huyendo, ¿qué clase de vida era ésa? Tenía que acabar con todo y tenía que hacerlo ya. En un ambiente relajado y teñido de dramatismo insoportable, me tomé la caja entera de pastillas, al instante, mi cuerpo cayó desplomado sumergiéndose en el agua poco a poco hasta quedar completamente hundido, mi lucha interior había terminado. Ya, ni las estrellas, ni los árboles, ni las nubes me recuerdan, porque aquella mañana de julio borré mi existencia de un plumazo, por qué, ni el viento lloró mi ausencia.
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