Mencionar (e incluso leer) a escritoras por razones tan sólo de identidad sexual (o de cualquier tipo) es reducir las virtudes de la literatura a las limitaciones de un manual de autoayuda. Podemos recomendar estas memorias con el convencimiento de que quien las lea asistirá a la vida cultural del parís de entreguerras a través del original prisma de Gertrude Stein, una escritora judía de la alta burguesía norteamericana, egocéntrica y en ocasiones arrastrada por la envidia (ninguneó a Joyce), convencida de que la suya era una prosa que cambiaría el rumbo de la novela de su siglo. Originalísima en su estilo, creyó reconocer en rasgos que habían supuesto siempre índices de deficiencia, las claves para hacer de la literatura y la pintura manifestaciones paralelas del movimiento cubista. Para quien busque en estas memorias proyectar su tendencia o regocijarse en símbolos que proyecten la sombra de su lesbianismo quedará parcialmente decepcionada, porque Gertrude Stein acomete su relación con Alice B. Toklas desde un compromiso tan poco clarificado como para dejar al margen de su relato cualquier tipo de referencia a los dictados de sus corazones.